Creo que se trata de una consecuencia de la enfermedad que una vieja amiga mía denominaba como la PV (puñetera vejez). Los síntomas comienzan a aparecer misteriosamente, en la medida en que el número de velas que soplamos en nuestro aniversario impide su colocación en una tarta de tamaño respetable. Es decir, es una de las consecuencias de estar integrados en el “segmento de plata”. Todo comienza el día en que nos volvemos locos buscando las gafas que llevamos en la nariz o cuando llamamos a algún nieto nuestro por todos los nombres que no le corresponden. Lo de la memoria es otro síntoma. Somos capaces de recordar cualquier detalle característico de un cliente nuestro de hace cincuenta años y nos cuesta trabajo acertar con el nombre de aquel con el que comenzamos a hablar. Lo peor de todo es el mosqueo que te produce esta situación. Personalmente, uso de cuantas reglas nemotécnicas conozco. (Aun recuerdo el “pomanllohan…” de las obras de misericordia, que estudiábamos en el catecismo hace más de tropecientos años). Para los apellidos suelo utilizar el diccionario mental repitiendo las primeras silabas de cada letra para refrescar la memoria. Todo un ejercicio. Comienzo a descubrir que cuando releo algún libro o visiona alguna vieja película, apenas recuerdo la trama y todo me parece nuevo. Menos mal que sigo manteniendo una excelente capacidad de orientación mientras conduzco, que me permite navegar en el maremágnum de la circulación actual. Son detallitos. Descubres que te has dejado las puertas del coche abiertas, al teléfono móvil lo olvidas o lo pierdes directamente, lo de la memoria fotográfica ha desaparecido de tu cabeza y ahora has de consultar en la agenda a cada momento que te toca hacer seguidamente. Pero el colmo del despiste me sucedió el pasado domingo. Tenía que asistir a un acto solemne en el que tenía que intervenir de una forma destacada. Un pequeño parlamento desde un estrado, con la consiguiente serie de fotografías y otras tres pequeñas intervenciones. Me presenté todo enchaquetado como corresponde a la importancia del acto. Una vez terminado el mismo, volví a mi casa orgulloso de haber tenido una participación impecable. Cuando comencé a quitarme los zapatos descubrí con horror, y una carcajada posterior, que me había puesto unos zapatos negros. El izquierdo “de vestir” y el derecho… un deportivo. Rápidamente tiré de las fotos recibidas y allí estaba yo. Detrás de un atril y con un zapato de cada clase. La maldita PV. A todos nos llega. Lo importante es vivirla con humildad y aceptación. Combatirla con todos los medios a nuestro alcance y disfrutar cuanto tiene de bueno. Que es mucho. Les dejo porque tengo algo que hacer que no recuerdo. Miraré en la agenda.
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