Por primera vez, el pasado jueves, no me enfrenté a mis conclusiones y pensamientos. Me encontré incapaz de encararme con la pantalla en blanco de mi ordenador y plasmar mis impresiones sobre la vida y milagros de los mayores, jubilados, pertenecientes a la tercera edad, veteranos… o como queramos llamarles. Al final tengo que aceptar que existe un cuarto estadio. En los estudios realizados científicamente por un montón de investigadores, se encuentra bastante bien diseñado el concepto de la cuarta edad. Yo le llamaría “el segmento de bronce” (por no llamarle el “segmento de cartón”, que suena un tanto despectivo). Según los estudios realizados, este se alcanza cuando las diversas dolencias esporádicas se convierten en habituales. La mayoría de las mismas comienza por las dificultades en el aparato locomotor. El control de los valores adecuados en la analítica y los reconocimientos rutinarios, dan paso a la necesidad de someterse a las dietas y el tratamiento farmacológico o de rehabilitación adecuados. Es lo que los expertos denominan el “umbral del cambio”. Es lo que algún amigo denomina con mucha gracia: “el bajón de los ganchos”, es decir, los que vivimos con los dos sietes (dos ganchos) en nuestro almanaque particular-. Y se nota, claro que se nota. Todo este proceso desemboca en una sensación de inutilidad que altera especialmente tu capacidad de lucha e invita a tu mente a dejarse llevar por la abulia y a refugiarse en la renuncia a emprender (y casi a continuar) proyectos. La mente es muy puñetera. También se deteriora. Se nota la perdida de lo que los franceses denominan: “La joie de vivre”. Se hace uno más taciturno, más introvertido, menos alegre, etc. Los que te rodean no tienen culpa de esta situación. Te necesitan con las mismas capacidades que antaño. Añoran tu capacidad de superación de otros tiempos y tu fortaleza de espíritu. La plata se pone negra. Pero se restaura con facilidad frotándola un poco con cariño y un poco de cuidado. El bronce ya necesita un tratamiento más profundo a base de bicarbonato sódico y jugo de limón, vinagre amoniaco y… mucha agua. Habrá que ponerse a la tarea. En fin. Como se dice cuando no se encuentra una solución rápida: “esto es ley de vida”. Una etapa que tenemos que saber afrontar y vivir de la mejor manera posible. El mejor tratamiento creo que se basa en el “agua y ajo”. Pienso que es el momento adecuado para contradecir a lo que recogía un pensamiento de Benjamín Franklin: “La tragedia de la vida es que nos hacemos viejos demasiado pronto y sabios demasiado tarde”. Estimo que nos tenemos que rebelar contra este aserto. No dejarnos llevar por la desgana. El segmento de bronce aun nos permite ser un poco más sabios sin esperar a que sea demasiado tarde.
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