Andaba enfrascado en una conversación de Whatsapp con un buen amigo, columnista como yo, sobre los estrambóticos vaivenes de la investidura del próximo presidente del gobierno cuando, como consecuencia de mis lamentos de incomprensión y asombro ante el espectáculo que rodea a la actual coyuntura política, me respondió con un argumento tan sutil como cierto: “España ha cambiado, Jorge”.
¿En qué hemos cambiado los españoles en estos últimos decenios de convivencia democrática? ¿Por qué hemos abandonado el espíritu de entendimiento y concordia que tan generosamente acordamos a raíz de la Constitución de 1978? La respuesta creo que se encuentra en el profundo cambio cultural, social y político que el inefable Rodríguez Zapatero se empeñó en imponer desde su radical republicanismo anticristiano y su irredento nacionalismo catalanista que ha sumido a la nación española en un incierto futuro: “Apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento catalán”. Promesa electoral que veinte años después se ha convertido en la causa del mal causado a la unidad de España, junto a los desatinos que su gobernabilidad sufre hoy desde Waterloo por la ambición desmedida de su heredero Pedro Sánchez.
Lo cierto es que culturalmente nos hemos venido transmutando en una sociedad donde el fundamentalismo laicista de los gobiernos “progresistas” está sustituyendo curiosamente al catolicismo oficial del régimen de Franco. Colegios, universidades, administraciones públicas, empresas están siendo obligadas por ley a asumir, como si de una nueva religión se tratara, el lenguaje llamado “inclusivo”, los postulados de la ideología de género que han facilitado la “hipersexualización” de nuestra sociedad , y una activa animadversión hacia los valores tradicionales en los que se asentaba la sociedad española como son la familia, el matrimonio y el respeto a la dignidad de la mujer, que bajo un feminismo estrafalario e igualitario, intentan disfrazarlas de hombres y emular sus actitudes y conductas, sin ser ellas mismas.
Socialmente la nueva “progresía” está empeñada en reeducarnos desde una involución de nuestras libertades de pensamiento o expresión. La escuela, medios de comunicación y redes sociales , se han convertido en sus verdaderos aliados, donde pretenden que la exaltación del sexo, la reinterpretación de la historia o la abducción de las mentes a través de las pantallas y móviles, acaben convirtiéndonos en una sociedad zombi, silenciosa y escasamente comunicativa y combativa.
El problema es que el centro y la derecha están demostrando, a nivel nacional, una preocupante impotencia para ser una alternativa real a esos cambios demoledores de nuestra sociedad. En la constitución de la Mesa del Congreso de los Diputados, el jueves pasado, han dado ya el primer aviso. “El nacionalismo es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia, y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que a la exclusión. Es, sigue siendo, el gran desafío” Estas premonitorias palabras de Mario Vargas LLosa hacen que SM el Rey pase a ser el siguiente protagonista. ¿Facilitará solo la investidura de quienes quieren derrocarlo y desmembrar el Estado? Majestad: difícil decisión la suya…
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