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​Los intelectuales y las emociones

Tras un proceso incansable de incoherencia, el mundo parece vuelto del revés
Luis Méndez Viñolas
miércoles, 23 de agosto de 2023, 09:52 h (CET)

La cosa no tiene otra transcendencia que la de resistirse a esta tendencia que expandiéndose poco a poco consiste en pretender que las cosas sean lo que no son. La realidad es que ya casi nadie se acuerda de los Camus ni de los Sartre ni de los Marcuse. Y si se acuerda es bien para demonizarlos bien para panegirizarlos. Víctor Hugo (“la máxima del sabio es no exagerar nada” o “de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso”) ha sido arrumbado, seguramente con desdén.

 

El 80 aniversario del nacimiento de Alberto Camus es buena prueba de ello: por lo general se le ha recordado con un tono excesivamente laudatorio y acrítico. Estas son las consecuencias de olvidar realidades sustanciales como la del colonialismo. Olvido que ha permitido que muchas de sus raíces no hayan sido extirpadas completamente. Mala cosa para la democracia, la libertad, los derechos humanos, el antirracismo, la antixenofobia. No decimos que Camus fuera partidario del colonialismo en general, sino que fue un pensador ambiguo y tibio que diferenciaba entre lo que pasaba en su país y lo que ocurría fuera. En sus escritos hay más declamación que bisturí incisivo mostrando las verdaderas entrañas del sistema. Mucha lírica y poca estadística.

 

Son muchos los comentaristas que afirman que lo que ahora vivimos se estudiará críticamente en los libros de historia. No cabe duda. Es más, si conocemos el antepasado de nuestro pasado el análisis tendrá mayor calado y rigor. Hasta ahora sólo hemos arañado la superficie de la verdad, eso cuando no la hemos tergiversado a conveniencia. Fukuyama llegó a creer que estábamos en el final de la historia. Nosotros, por el contrario, compartimos la opinión de que seguimos en la prehistoria.

 

No es fácil conciliar emoción y razón; menos, emoción e intereses. Albert Camus decía que “uno no puede ponerse del lado de quienes hacen la historia, sino al servicio de quienes la padecen” (1957, discurso de recepción del premio Nobel), lo cual está muy bien. No obstante, en el conflicto entre Francia y Argelia (1954-1962) no tenemos claro quién es quién en la frase. No es imposible que Camus creyera que Francia padecía la historia que Argelia escribía. Estas cosas ocurren: ¿no habla Kipling de la “pesada carga del hombre blanco” en las colonias británicas? ¿No dice Whitman que “México debe de ser cabalmente castigado. Hemos llegado a un punto en nuestro trato con ese país en que cada precepto de derecho y política nos impone que hagamos expeditas y eficaces demostraciones de fuerza”? (resultado de tal mentalidad: más del 50 por ciento del territorio mexicano anexionado). Estos detalles para unos sólo son matices anecdóticos de la personalidad; para otros, por el contrario, su desviación. Es evidente que la lejanía fortalece el sentido de justicia mientras que la proximidad la debilita.

 

En la última obra de Camus, “El primer hombre”, un viejo campesino se pone a arrancar, en plena guerra colonial, todas sus viñas. A la pregunta de por qué las destruye, el campesino responde: “Puesto que lo que nosotros –se refiere a los colonizadores-- hemos hecho aquí es un crimen, hay que borrarlo”. No es la respuesta adecuada. Los colonialismos no se subsanan destruyendo más, sino indemnizando y juzgando. Lo que no ocurrió; lustros después de la independencia, Francia seguía beneficiándose de las riquezas de la excolonia. “Sin África --dijo François Mitterrand-- Francia no tendrá historia en el siglo XXI”. Los políticos de antes eran más preclaros que los de ahora. Dudamos que alguien sepa ahora qué depara el futuro.

 

El Camus de la guerra española o de la Francia ocupada no habla igual que el de la segunda posguerra mundial. Es evidente que el universo intelectual de Camus siempre fue más platoniano que hegeliano, más idealista que dialectico; antihistoricista, afirmaba que había que vivir en el presente y en el mundo sensorial (¿efectos sin causas?). El autor tiene la habilidad de subjetivizar problemas que han sobrepasado con creces lo personal. Mientras que compartimos su idea de que la vida, en el fondo, es absurda –qué difícil concebir la cadena alimentaria entre carnívoros, por ejemplo—lamentamos que parezca un precoz heraldo del de nuestro tiempo. Se ha resaltado su oposición a que la España de Franco entrara en la ONU. No fue la excepción. Hubo múltiples críticas a izquierda y derecha, aparte de que se arriesgaba poco enfrentándose a un país cuyos aliados nazis acababan de ser vencidos. Heroísmo poco. Sí falta, por el contrario (al menos no la hemos encontrado), una denuncia profunda sobre la coherencia que hubo entre el Comité de No Intervención (Inglaterra, Francia, más Alemania, en cuanto le encargaron vigilar la neutralidad en el Mediterráneo), el rápido reconocimiento de Franco tras su victoria por las principales potencias occidentales, y el ingreso de España en la ONU.

 

Con admiración se le ha definido como anarquista y gandhiano; está bien, aunque los anarquistas de España no ayudaron demasiado a la República. Respecto al movimiento de países no alineados, que en aquel tiempo adquiría gran trascendencia como elemento de paz y de interposición entre las superpotencias, no hallamos referencias que lo vinculen con dicho movimiento. ¿Había perdido, decepcionado, el interés por la política? No creemos: mientras se acuerda puntualmente de los países del Este europeo, se olvida de la guerra entre Francia y su colonia indochina. Internet está lleno de referencias sobre “Camus–guerra de Indochina”, pero nada hay dentro (sí contra las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki). Tal como hemos dicho, se habla de otras cosas: de anarquismo, de gandhismo, de trotkismo, de no violencia, de Marx, de absurdo, pero ninguna referencia al modo de Bertrand Russel (Tribunal Internacional sobre Crímenes de Guerra o Tribunal Russell-Sartre) que lo relacione con esa guerra y las masacres sobre un pueblo que tuvo que derrotar a tres invasores extranjeros: Francia, Japón, EE.UU. Si existen tales referencias resulta lamentable que se oculten.

 

Durante las fechas de entrega del Nobel (1957), interpelado por un activista argelino desgranó otra frase anfibológica. “Entre mi madre y la justicia, escogería a mi madre”. En una conferencia posterior aclararía que en ese momento se arrojaban bombas contra los tranvías de Argel. “Mi madre puede hallarse en uno de esos tranvías. Si eso es la justicia, prefiero a mi madre”. Pero, ¿decía lo mismo cuando los aliados en la IIGM bombardeaban ciudades alemanas? Por el conjunto de su obra creemos que Francia era la madre de la frase.

 

¿Estamos siendo parciales? Nunca se sabe, pero André Malraux, Roger Martin du Gard, Jean-Paul Sartre, le reprocharon que no firmara un documento en el cual se denunciaba “la acelerada práctica de la tortura en Argelia”. ¿No era esa una ocasión extraordinaria para  expresar su anticolonialismo, su no violencia, su gandhismo, su defensa de las madres biológicas frente a un imperio que había tenido 13 millones de kilómetros cuadrados y 150 millones de habitantes y que aún era considerable? Por otra parte, cuidado, la no violencia, según sus propios ideólogos, tiene una base inicial que parte de la obediencia. Mal interpretada puede volverse contra sí misma.

 

La cuestión es que situaciones tan graves requieren mayor concreción material. No se pueden mezclar sentimientos subjetivos con el análisis objetivo acerca del destino de los pueblos, sobre todo el de aquellos cuya miseria es la riqueza de otros. No hay que olvidar que en aquellas fechas Francia llevaba poco más de un siglo de ocupación colonial, lo que refuta cualquier idea de unidad histórica; que dicha ocupación había costado un tercio de la población autóctona (Dietmar Rothermund) y que Francia se había negado reiteradamente a desarrollar un plan de descolonización. Camus, gran invocador de la libertad en otros lugares, olvidó la liberación de la tierra donde nació.

 

Aparte sofismas, no hay dudas sobre quiénes escriben la historia y quiénes la padecen. El trato de los franceses a sus colonizados argelinos no es opinable, Poco se ha contado sobre los métodos de la guerra de Argelia y sus prolegómenos. Poco sobre el medio millón de tropas de ocupación. Poco sobre la OAS y sus actividades terroristas. Poco sobre la apropiación de sus inmensas riquezas. Poco sobre ese colonialismo a distancia que siguió extrayendo riquezas de países independizados de iure, pero no financiera ni monetaria ni económicamente. No es un secreto que tras la independencia, Francia siguió beneficiándose durante lustros del subsuelo argelino. Ahora mismo Francia imprime el dinero de catorce países africanos (con los beneficios que ello reporta). Decir que el 60 por ciento de sus habitantes sobreviven con menos de un dólar al día debería prevenir contra ese lenguaje poético que no aborda las realidades materiales. No entraremos en el dato de que muchos de esos democráticos presidentes fueron empleados de las multinacionales extractoras. De esto nada sabía el viejo campesino de Camus.

 

Camus para retener Argelia pedía una "segunda conquista"; es decir, “ganarse los corazones y las mentes argelinas”. No había un problema económico y social, no había un problema de pobreza y de desigualdad, no había un problema de no acceso a la educación; a la sanidad; no había un problema de expolio. Sólo había un problema en los corazones y mentes… argelinos. Más las "ambiciones extranjeras" conspirando para arruinar la hermandad franco-argelina (pura geopolítica postbélica).

 

No cabe duda de que nacido en Argelia se sentía plenamente francés. Nada que objetar, la francesa ha sido siempre una gran cultura, sobre todo en literatura. Pena que sus supuestos aliados la hayan arrinconado. Pero, ¿ignoraba qué sucedía en su propia tierra, o no quería ver la realidad bajo el velo de unas frases altisonantes, por ejemplo: “La forma más elemental de rebelión, paradójicamente, expresa una aspiración por el orden”. ¿Qué orden, de quién? ¿No era eso lo que pretendía la Argelia insurrecta, es decir, recuperar su propio orden? ¿O como Goethe prefería la injusticia al desorden?

 

“El hombre rebelde” despierta la admiración de la derecha. Hay quienes lo comparan con Maurras. Recibe críticas de Raymond Aron, liberal que se opone tanto a las ideologías de derechas como de izquierdas. Camus dice que el problema de la rebelión solamente tiene sentido dentro de la sociedad occidental (la excepcionalidad). Desde su punto de vista, por supuesto: “la revolución busca abolir la Historia para someterla a otra Historia, por lo que se trata de la ley del tirano; mientras que la rebeldía se trata de emancipación progresiva y provisoria”. ¿Emancipación lenta y reversible? Que se lo digan a los padres de los niños que comen galletas de tierra. El levantamiento argelino ¿en qué categoría quedaba? Es evidente que era un pensador individualista. La reputación de Camus  comenzó a deteriorarse; sus disputas con Sartre y los escritores de “Tiempos Modernos” (grupo al que pertenecía) se agudizaron. Estas polémicas deberían ser repasadas con cierta asiduidad como ejercicio dialéctico, ese que el progresismo identitario ha abandonado. Ayudaría a replantear problemas que aún no han sido resueltos, o que se están resolviendo de la peor forma. Extraño un progresismo que no vincula las materias primas de allí al bienestar de aquí.

 

La cuestión es que hay dos mundos, el de las palabras, a veces hueras y rimbombantes, y el de los hecho, adustos e inamovibles. ¿Desde entonces hemos aprendido algo? ¿Les preocupa a los poetas que países que producen las mayores riquezas sean verdaderos desiertos de pobreza? Relacionar la vida cotidiana de esos pueblos, la riqueza de su suelo o subsuelo con términos tales como democracia, libertad, derechos humanos, nos resulta camusiano. Anarquismo, no violencia, Gandhi, lo que se quiera, ¿pero en términos tan literarios que el hambre, la miseria reales se convierten en abstracciones inasibles? Una escultora que había hecho para Londres una estatua a los desastres de la guerra (IGM) le preguntó a un político si le gustaba. Este le respondió que no, que era demasiado bella como para representar a la guerra. Para potenciar la reflexión, más que la apología se debería investigar las contradicciones, aunque creemos que Camus, por el contrario, fue depurándose desde el final de la IIGM y confirmando lo que en realidad creía.

 

La cuestión es que tras un proceso incansable de incoherencia el mundo parece vuelto del revés. Tan así que hoy un dirigente máximo de la izquierda identitaria pueda decir sin mayores problemas (está en toda la prensa nacional) que Marruecos es "un régimen de cosoberanía" entre Mohamed VI y su pueblo. Que no se puede describir a Marruecos como una "dictadura". Que las violaciones de derechos humanos que allí se producen son "casos individuales". Si lo hubiera dicho con un estilo magistral seguramente ya habría apologistas enalteciéndole.

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