Si una sinopsis nos habla de unos seres que llegan del espacio y controlan nuestros cerebros a través de ondas electromagnéticas, desde luego que es una base atractiva sobre la que construir una historia. No habría, en principio, mucho que objetar. Pero si te cuentan que te van a controlar utilizando algo tan frecuente como ese dispositivo electrónico que tienes entre las manos, el cosquilleo es mayor. Porque está ahí, ya existe, lo tienes ahora mismo delante. Con estos elementos, esta verosimilitud tan importante, juega Daniel Carazo (Madrid, 1972) para construir su nueva novela: Cuando leer es delito.
Las distopías son una tipología de novelas que cada vez tienen un hueco más grande en el mercado, consecuencia del éxito creciente que van cosechando entre el público. La idea de la que parten es muy atractiva: un futuro no tan lejano en el que un hecho (preferiblemente que también exista como problema en nuestro presente) ha desencadenado una sociedad absolutamente pasada de rosca, extremadamente opresora y que, y ahí está el truco, tampoco resulta tan inverosímil. Normalmente, al hecho desencadenante le ha seguido una guerra, una grande, una especie de apocalipsis, de ahí que la sociedad resultante se pueda calificar de postapocalíptica. La de Daniel Carazo es fascinante porque se trata de un sistema de control basado en la prohibición de leer en papel. El Gobierno de Cuando leer es delito sabe que controlar lo que leen los ciudadanos es más sencillo si solo lo hacen en formato digital, por lo que ha conseguido borrar de un plumazo lo que tantos debates sobre tecnología nunca lograron aclarar en nuestro mundo: el libro digital finalmente ha desbancado al de papel.
Sorprende esta premisa tan llamativa por parte de un autor que es firme defensor del formato físico como medio de lectura, aunque eso no influye en que se muestre muy convencido de que el sistema de control que relata en su novela pueda llegar a suceder de verdad: «Los contenidos digitales son volubles, no sabemos si se modifican de alguna manera o no. Entiendo que no es algo que se haga habitualmente con la literatura o con el contenido audiovisual, como me atrevo a decir en la novela, pero sí con lo que nos llega al móvil o al ordenador todos los días. Nuestro rastro informático, el cual es innegable que existe, vale mucho dinero para las empresas de big data, y nosotros mismos nos encargamos alegremente de engordar cada día. Todo el consumo digital que hagamos queda reflejado en algún sitio y sirve a alguna empresa para ofrecernos contenido relacionado. Esto lo asumimos como normal, pero ¿no puede ser que esto mismo se pueda hacer con otras cosas para dirigirnos a donde nos quiera llevar quien nos da cosas supuestamente gratis en internet? Con un formato tradicional, nos podrían manipular en la primera impresión, pero luego ya es un formato que no puede cambiar. Si yo comparto un libro, será siempre exactamente el mismo que he leído yo, nadie tendría la posibilidad de alterarlo. Cuando dedico la novela Cuando leer es delito, suelo escribir: “Ojalá la historia que vas a leer sea siempre ficción”».
Es muy común en muchos otros géneros que el lector pueda pensar que ya está todo inventado, que no queda apenas margen para la inventiva; no sucede así con las distopías, donde las posibilidades son casi infinitas y donde el recurso de lo cotidiano como elemento central desencadenante del futuro alternativo puede suponer la clave del éxito. En el caso de Cuando leer es delito, Daniel Carazo alude a la lectura, a la batalla entre formatos, pero hay mucho más detrás, como él mismo explica: «Es un compendio de cosas que la hacen mi obra más madura como escritor, por ejemplo, la manera y estilo de escribir, la descripción de los personajes o la variedad de escenarios. En ninguna de las anteriores me he enfrentado a los retos que me propuse en esta. Creo que a nivel técnico ha supuesto un gran paso adelante sobre las anteriores, y hasta ahora es algo que me están confirmando los lectores».
Lo que es innegable de este tipo de novelas es que lo que verdaderamente nos atrae de ellas es el gusanillo de pensar que esa distopía pudiera hacerse realidad. Y para eso, sus tramas han de ser plausibles. En este sentido, Carazo acierta plenamente con el tema escogido, porque una historia de robots, o de alienígenas que controlan cerebros está muy bien, pero si te cuentan que en el futuro nos van a controlar mediante algo tan usual en nuestros hogares como es un libro en formato digital, resulta un argumento más creíble y, por tanto, más atractivo. «Seguro que todos hemos oído eso de que los móviles son capaces de escuchar lo que hablamos y luego nos bombardean con publicidad relacionada con nuestras conversaciones. ¿Alguien tiene dudas? Pues que me explique por qué un teléfono, o un dispositivo que muchos tenemos en casa y que supuestamente está apagado, cuando decimos «Siri» o «Alexa», de repente se activa y nos contesta. ¿Puede hacer esto sin «escucharnos» constantemente de alguna manera? Lo que pasa es que hasta ahora tenemos estas evidencias y las sufrimos en forma de publicidad, la cual nos cansa, pero no nos hace daño. La clave estaría en que se usaran esas tecnologías para adoctrinarnos a conveniencia, entonces sí que asusta», afirma el autor.
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