Dejó escrito Jean-François Revel, allá por los años ochenta del pasado siglo, que “la primera de todas las fuerzas que gobiernan el mundo es la mentira”. Se anticipó, tal vez, a estos tiempos de posverdad, teorías de la conspiración y argumentación confusa. La frase, por sí sola, y sacada de contexto, sirve para cualquiera, pues todos podemos juzgar que los otros, los que perciben el orbe de manera distinta, habitan una mentira alejada de la veracidad que tan bien nos acompaña a nosotros mismos. Pero el pensador francés acotaba, en realidad, sus afirmaciones. Se refería, en concreto, a la contaminación de la “verdad” por la ideología. En plena década de los ochenta, aseveraba que gran parte de la Izquierda, de la que él mismo había formado parte, cerraba los ojos ante el fracaso y la barbarie del comunismo y, por ello, toda la acumulación de progreso científico y tecnológico, de avance en el pensamiento, podía peligrar enturbiada por la cerrazón y el dogmatismo. Para él, ya no residía, como en el pasado, el mal de la humanidad en la ignorancia, sino en la mentira. Aseguró que “la democracia no puede vivir sin cierta dosis de verdad”. Alcanzamos así nuestro presente, en el que, salvo verdades muy delimitadas, adscritas a lo científico y tecnológico, y necesarias para sostener el avance de la innovación, la hipotética verdad neutra, o su indagación, no parece despertar gran interés, o tal vez la percepción subjetiva dificulta su búsqueda.
La noción de una realidad objetiva a la que se llega por la vía racional, propia de la filosofía griega, de la ciencia y de la Ilustración, nutrió las filas de lo que se denominó progresismo. La izquierda liberal, la izquierda republicana del XIX y principios del XX y la incipiente izquierda anarquista y marxista decimonónicas, amparaban esa vía racional frente a la cerrazón de la Iglesia de entonces, que había condenado al liberalismo. Lo racional, como opuesto al oscurantismo, se fue decantando así hacia un lado del espectro político. Pero tal vez el leninismo, origen del comunismo de hoy, rompió esa tendencia a la racionalidad e introdujo lo subjetivo como metodología y praxis, partiendo de la revolución proletaria en una país de campesinos, anacoluto que no importó a Vladimir Ilich y que fue quizás el origen de una idiosincrasia de subjetividad y propaganda más tarde incrustada en la komintern. Poco a poco, la pesquisa de explicaciones objetivas fue remplazada por cualquier exposición de motivos que condujese al “paraíso patria de la humanidad” aludido en la Internacional.
En todo caso, el alejamiento de la vía racional ha alcanzado hogaño cotas máximas. No parece ser relevante la posible existencia de una exactitud cognoscible más allá de nosotros mismos y nos resguardamos en las verdades reveladas; a partir de ello, investigamos la explicación de las cosas. Es el “credo ut intelligan" (creo para entender) de San Anselmo y San Agustín, que nutrió la Teología. En fin, que vamos abandonando la busca de las verdades del mundo y, como mucho, nos limitamos a verificar partiendo de la revelación que nos indican. De este modo, el diálogo deviene cada vez más difícil y todo gira en torno a una suerte de moral única que nos va calando, poco a poco, como la lluvia fina.
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