A la memoria de Daely Dessiré y María Juaquina.
—“Algo sucede en el cielo que, están pidiendo apoyo desde la Tierra”, pienso mientras el auto de alquiler se abre paso entre charcos, tráfico y varios kilómetros de distancia entre el centro histórico de la ciudad de Puebla y un punto a la periferia.
Ha llovido como siempre, pero parece como si fuera como nunca.
En las redes sociales se ha documentado cómo todo tipo de objetos de gran tamaño han sido arrastrados por el agua de los cielos que busca camino.
Conforme me acerco a mi destino el olor a barro es diferente a los alrededores de donde vivo. Aquí el piso húmedo huele más a tierra mojada, quizá porque no hay tanto tránsito vehicular. Ya estoy en las entrañas de una colonia de la periferia y es inevitable recordar mis primeros años en la angelópolis.
Durante cuatro años viví en la colonia Roma –no la de Ciudad de México, la de Puebla–, hace treinta años que parecen menos.
El conductor amablemente me indica que hemos llegado al destino. Frente a mí tengo una imponente carpa que cierra la circulación de la calle.
No dudo, llegué a mi destino.
La carpa guarece a la concurrencia que se concentra en torno a una puerta que por frontispicio tiene un enorme moño negro.
Llego en el preciso momento que un conjunto de mariachis parte plaza y se introduce debajo del funesto remate.
—“Hasta parece que soy un mariachi más”, me digo porque ingreso en fila como uno de ellos. En el centro de la amplia habitación un féretro con una ventanilla abierta apenas destaca, porque está abarrotado de rosas blancas, rojas y rosadas.
A los pies del ataúd de madera barnizada y forja dorada está una fotografía de mi querida amiga María Juaquina –con u–.
Sí, un día antes falleció doña María Juaquina Armenta Urbano, «La güera de los tacos del pasaje», todo un personaje urbano para quienes transitamos habitualmente por el centro de Puebla. María Juaquina vendió por más de cincuenta años tacos placeros en el histórico Pasaje del Ayuntamiento.
Sobre mármol, entre tiendas, museos, hoteles y casas de cambio; bajo vitrales y techumbre de corte francés, a unos pasos de la alhóndiga de la ciudad, detrás de una enorme canasta de carrizo María Juaquina no solo deleitó el paladar de los poblanos, construyó el futuro familiar a base de guisos servidos en tacos que se volvieron referente de la gastronomía de la calle.
Alguna vez María Juaquina me platicó con detenimiento su historia, omito los pormenores, pero lo que sí quiero resaltar es que ella fue padre y madre de once menores que salieron adelante gracias a su vendimia y a su infinito amor.
Hace como diez años conocí a María Juaquina.
Un día, cuando mi programa en Sabersinfin era matutino, salí del estudio acompañado del talentoso cantautor Jaime Oaxaca. Caminamos algunas calles y pasamos frente al puesto de tacos de María Juaquina. No dudamos en degustar las exquisitas viandas. En eso estábamos cuando me llamó la atención que Mary, la hija menor de Juaquina recibiera felicitaciones por su cumpleaños.
No dudé en pedirle a Jaime que interpretara las famosas “mañanitas”, la canción muy mexicana infaltable en el aniversario de las personas. Jaime cantó un par de canciones más, yo leí dos o tres poemas. Sin querer habíamos armado un micro festejo para la cumpleañera. Fue el inicio de nuestra amistad. La cuenta nos salió gratis ante tan amena ocurrencia.
Cada vez que degustaba uno de esos sabrosos tacos batallaba para que me cobrara la cuenta María Juaquina. Siempre me trató de maravilla. Se ofendía si no aceptaba la invitación de comer uno de sus tacos, aunque la mayoría de las veces solo pasaba por el lugar como parte de mis actividades diarias.
Luego, cuando nuestro amigo y colaborador, el Vengador anónimo, tuvo el genial acierto de realizar transmisiones urbanas en vivo y a pie, ella y Mary se volvieron asiduas entrevistadas. Ellas eran algo así como una especie de termómetro de cómo se encontraba en ese momento el primer cuadro de la ciudad.
Una vez el Vengador llevó a un grupo de enmascarados –atletas de lucha libre– a su recorrido y dieron una micro exhibición frente al puesto de viandas.
Fueron días inolvidables.
Un día María Juaquina me insistió para que degustara sus tacos, pero yo había recién desayunado, así que se me ocurrió decirle que yo casi siempre pasaba por ahí ya comido, que por eso no aceptaba su invitación, pero que si en lugar de invitarme a mí lo hacía con alguno de mis amigos en situación de crisis, sería una acción muy buena.
Así que nos pusimos de acuerdo, me dijo que para no ofender a la persona en crisis económica solo llevara a presentárselo y que le dijera una frase, que ella entendería y que no se le olvidaría para apoyarlo.
En dos o tres ocasiones le llevé a igual número de amigos, todos ellos también en el mundo artístico, quienes no tenían para comer. Ella se hizo cargo de ellos. Ellos nunca supieron el acuerdo entre Juaquina y yo, porque la intención tampoco era que abusaran.
¿Por qué era así María Juaquina? Porque era una mujer muy creyente y porque se asumía bendecida. Varias veces la vi regalar comida a personas necesitadas. Me consta que tenía un enorme corazón, los artistas callejeros urbanos pueden dar testimonio de ello.
La pandemia retiro del puesto a María Juaquina.
Mary se hizo cargo del negocio y lo está haciendo muy bien. Heredó el corazón de su mamá. Desde la pandemia no volví a ver a Juaquina aunque nos mandábamos saludos a través de Mary.
Hoy la tengo frente a mí, solo un cristal nos separa. Ella ataviada como una reina, vestida toda de blanco y coronada. Yo con mi cómplice chamarra negra de piel que sirve muy bien para funerales y festividades.
En al ambiente las notas del mariachi vencen la resistencia de las primeras lágrimas.
Me excuso por tener ocupaciones para retirarme, pero no soportaré la letra de Mi cariñito, la melodía compuesta por Pedro Urdimalas y Manuel Esperón, que inmortalizó con su voz el genial Pedro Infante.
Cruzo la puerta de salida casi corriendo, porque empieza a escucharse la canción que me recuerda a mi fallecida madre: Cariño que Dios me ha dado para quererlo, / cariño que a mí me quiere sin interés / el cielo me dio un cariño sin merecerlo / mirando, ay, esos ojitos, sabrán quién es… Inevitable.
Me quedo a escuchar la canción porque doy los últimos abrazos de condolencias. Cruzo la calle convertida en recibidor. Me detengo a degustar unos suculentos tamales que la familia ofrece a los asistentes.
— “¡Hasta en estos momentos está presente el buen sazón de María Juaquina”, pienso mientras doy cuenta de un trío de tamales de salsa verde y mole.
En la espera del automóvil de alquiler que me traerá de regreso empiezo a pensar el contenido de este artículo.
María Juaquina se escribe con “u” porque refuerza la imagen de sonrisa que siempre acompañaba a “La reina”, como escribiera alguien –supongo que es uno de los huérfanos–, al pie de la nota que publicamos sobre el fallecimiento en Sabersinfin.com.
Juaquina se escribe con u porque era única, las demás personas con el nombre femenino de Joaquín se llaman, seguramente, Joaquina.
La interrogante inicial sigue: ¿qué estará pasando en el cielo que están pidiendo refuerzos de la Tierra?
A manera de esquela: En esta semana dos refuerzos llegan desde territorio poblano para apuntalar las fuerzas celestiales: Daely Dessiré, la menor hija de nuestra queridísima amiga y colaboradora en Sabersinfin, la doctora Olivia Marín, y María Juaquina, la humilde mujer de la cual hoy conocen un poco más. Desde aquí un abrazo para las dos familias.
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