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Un segundo, después... ¡crash!

Las lágrimas pueden ser el telescopio que nos permita ver el cielo
Octavi Pereña
lunes, 4 de septiembre de 2023, 10:11 h (CET)

Nadie puede prever lo que va a pasar en un segundo. Es un día festivo y se circula tranquilamente por la carretera. Por una distracción del conductor el coche choca contra un árbol, el conductor parapléjico. La esposa y el hijo muertos en el acto. El accidente es una imaginación pero bien podría coincidir con uno de los muchos accidentes que se producen diario. El parapléjico se puede preguntar: ¿Por qué a mí?


Un día de verano de 1967 que tendría que haber sido un día inolvidable para Joni Erachson Tada, de 16 años y sus hermanas fueron al río a bañarse. Joni se lanza al agua pero el fondo no es tan hondo como se pensaba y se dio un golpe en la cabeza que la dejó parapléjica. Oró para que se produjera un milagro, pero el milagro no llegó, lo cual produjo que la fe se fortaleciese. Dejó escrito: “A veces Dios permite aquello que odia para alcanzar lo que ama. Por medio de las enfermedades puede hacer mucho bien. No entenderemos a Dios y su manera de proceder mientras no nos encontremos en el cielo, pero nos da muchas pistas para comprender que podemos confiar en Él, y que si Él permite algún a cosa que odia  tiene que ser para conseguir algo maravilloso. El Padre quiere que Cristo esté contigo y sea tu esperanza de gloria”.


Cada vez más en esta nuestra sociedad se encuentra menos tolerancia al dolor porque se recrea en la superficialidad de las redes y del hedonismo de la publicidad que prometen un confort inmediato que no pueden conceder. Cada desierto de prueba Dios lo puede convertir en un oasis de felicidad si se cree en Él. “Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que exista, y que es galardonador  de los que le que le buscan” (Hebreos 11. 6). Se necesita poseer una buena teología porque no todas las existentes son de recibo. Como muy bien dice el siquiatra  Christophe André: “Como médico, mi objetivo siempre había sido curar, arreglar las cosas, no había entendido la importancia que tenía el consuelo cuando se da una cosa que no puede solucionarse…El consuelo no es la solución a un problema, pero es una ayuda indispensable para enfrentarse al problema”. Una enfermedad crónica, un accidente, una situación familiar complicada se convierten en problemas insolubles cuando “no se ha aprendido que no se tiene que coger nada con fuerza porque cuando lo hacemos nos hacemos daño cuando el Padre nos abre los dedos y nos lo quita” (Corrie Ten Boom, activista cristiana neerlandesa que protegió a perseguidos por los nazis). Nos ayudará a no desear coger nada con fuerza porque no queremos perderlo si nos hacemos a la idea de que el azar no existe, que el Creador lo regula todo y que nada ocurre sin su consentimiento. El antídoto al sufrimiento causado por la pérdida de algo que queremos conservar es la fe en el Padre celestial que nos conforta en las tribulaciones. Si nos rebelamos a la adversidad nos oponemos a la voluntad de Dios y con ello dejamos de recibir el consuelo divino.


El consuelo filosófico o el religioso es un consuelo egoísta que se desvincula del sufrimiento del otro. Sólo interesa el bienestar propio. El consuelo que otorga el Padre de nuestro Señor Jesucristo es un consuelo que tiene en cuenta el sufrimiento ajeno. “Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda las nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación por medio de la consolación con que nosotros somos consolaos por Dios” (2 Corintios 1: 3, 4). Aquí se descubre un misterio que la mente más preclara es incapaz de desvelar: “Porque de la manera que abundan en nosotros las aflicciones de Cristo, así abunda por el mismo Cristo nuestra consolación. Porque si somos atribulados, es para vuestra consolación y salvación, o si somos consolados, es para vuestra consolación y salvación, la cual opera en el sufrir las mismas aflicciones que nosotros también padecemos. Y nuestra esperanza respecto a vosotros es firme, que sabemos que así como sois compañeros en las aflicciones, también lo sois en la consolación” (vv. 5, 7). 


Con mucha brevedad lo que el apóstol Pablo nos dice es que el creyente en Cristo por el Espíritu Santo que habita en él es divinamente consolado. Está claro que de la misma manera que alguien puede rechazar el Evangelio de la salvación por la fe en el Nombre de Jesús, puede rechazar la consolación que Dios en Cristo comparte con el sufriente mediante sus hijos que comparten las consolaciones   con que son consolados por el Padre de nuestro Señor Jesucristo. La consolación de Cristo es la que verdaderamente consuela.

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