¿Qué es la “pérdida”? Algo tan amplio que va desde la ruptura de un matrimonio, el fin de una relación de pareja, el alejamiento forzado de las personas que amamos, la pérdida de un empleo, los cambios físicos repentinos debidos a una enfermedad o accidente, la pérdida de bienes (para algunos también, aunque para muchos quedan lejos de las relaciones personales), la desilusión por ciertos objetivos e ideales al ver que las personas nos han fallado y que aquello no era lo que esperábamos… Cuando nos acontece todo eso debemos pasar por un proceso de duelo. Es un camino sinuoso y complejo que supone una experiencia intensa a nivel psíquico, emocional, mental y espiritual. Toda pérdida tiene algo de duelo…
La “pérdida” afecta con frecuencia a algo vital, lo que más queremos, y podemos llegar a caer en las tinieblas de la depresión, pensar que la vida no tiene sentido, lo vemos todo oscuro. Sin embargo, la vida es muy rica, no solo tiene esos tonos grises, sino que después de cada crisis puede haber una transformación. Incluso la pérdida más grave, la murete, no es el fin, como dice la liturgia: “la vida no se acaba, se transforma”, y comienza una Vida. A veces, tomamos un aspecto de la realidad, “sentimos” una parte, absolutizamos eso que sentimos, y nos parece que es el fin del mundo. Porque el sentimiento afecta al pensamiento, siempre. Conviene dejar pasar esos momentos, por eso la tristeza suele llevar consigo un período de inactividad, de replegarse en uno mismo, para aquietar poco a poco esos sentimientos, y ser capaz de continuar adelante. Aunque en los momentos de oscuridad, nos sentimos un ser desgraciado, “¡no es posible que me tenga que pasar esto a mí!”. Esas emociones quitan capacidad de actuar, pero por lo general podemos esperar y luego, a su tiempo, sobreponernos, y reconectar con el estímulo de nuestra vitalidad.
En los momentos oscuros, es importante esperar, y cuando se va haciendo algo de luz, entonces aprender a tomar conciencia de nuestros sentimientos y emociones y también a expresarlos con precisión y de forma no agresiva. Todos, sin excepción, hemos tenido y/o tendremos conflictos, pérdidas, enfermedades y muerte. Y es a partir de esa experiencia personal que podemos ayudar a los demás cuando pasen por ese proceso. Si nos aceptamos, nos podemos conocer y abrirnos a los demás. Si no aceptamos los sentimientos, los encerramos con la negación de decir por ejemplo “¡yo no puedo sentir esa rabia, esa envidia, no es digno de mí…!”, entonces es más difícil curarse porque no se reconoce aquel sentimiento: si alguien no reconoce que siente algo, se paraliza, pues ese sentimiento no aceptado puede dominar inconscientemente. En cambio la aceptación de los sentimientos nos hace avanzar en autoconocimiento…
Todos, en algún momento, pasamos por esto, o acompañamos en este camino difícil a otra persona que las padece. Existe la posibilidad de construir relaciones creativas y de calidad en situaciones vitales muy duras (1). Cada pérdida, sea cual sea, es una fuerza que nos afecta, y en la medida que ha pasado un tiempo y nos rehacemos, pueden ser unos minutos o semanas según el caso, podemos hacer una elaboración de ese duelo que toda pérdida implica. Eso supone dolor y trabajo, reflexión y comprensión para que haya aceptación.
---------------------------------- [1] Hablan de ello Rosette Poletti & Barbara Dobbs en Cómo crecer a través del duelo, ed. Oblelisco, 2008.
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