No es la primera vez que Eduardo Sacheri viene por España, pero sí es la primera que visita València. Parafraseando aquello tan manido de «qué bueno que viniste», inicio esta entrevista con qué bueno que publicaste tus relatos de fútbol, qué bueno que publicaste ahora ‘Nosotros dos en la tormenta’ (Alfaguara), su nueva novela. En ella el escritor argentino aborda un tema conflictivo en su país, la relación de dos amigos, uno perteneciente al ERP, otro a Montoneros, que se desarrolla poco antes del golpe de estado en el que los militares argentinos depusieron al gobierno de María Estela Martínez de Perón, justo dos años antes de la celebración del Mundial de Fútbol Argentina’78, donde la escuadra albiazul incorporó su primera estrella de campeón a su camiseta. ‘Nosotros dos en la tormenta’ habla, pues, de un periodo tumultuoso, oscuro, sufrido, doloroso, violento, en el que la guerrilla urbana trató de demoler al estado argentino. Y para ello no dudó en recurrir a las estrategias ya conocidas de las organizaciones terroristas. Fue la víspera del día de San Miguel, jueves, a media tarde, cuando pude conversar con Sacheri, mientras Nacho Marín daba rienda suelta a su creatividad, reportando el encuentro con imágenes fotográficas. Dos cafés y un agua mineral nos acompañaron durante la conversación, al tiempo que la grabadora, sobre la mesa, piloto rojo encendido, recogía nuestras palabras. Al fondo, las paredes del café Way-Co de la calle Historiador Diago, altas y blancas, lisas, tapizadas con cuadros, cartelería diversa, fotografías y ciertos objetos vintage. Un escenario casi propio del tiempo por el que discurre la novela.
Eduardo, eres profesor de Historia en Argentina, sin embargo, a la hora de escribir te has alejado del academicismo historicista y te has decantado por la ficción. Me parece que son labores concurrentes, dos maneras distintas, complementarias, de encontrarle sentido a las cosas. La literatura posee la libertad de la sinuosidad, de la cercanía, sin buscar el rigor. Con ella se puede pintar una época e invitarte a recorrerla con esa libertad y esa vaguedad, que es algo bueno para mí.
Esa libertad de la literatura te permite especular, claro. Exactamente y eso es algo que un académico no debería hacer, puesto que de él se espera el rigor, la objetividad y el método en la aproximación. En la literatura todo eso no solo no son requisitos obligatorios, sino que me atrevería a decir que tampoco son deseables.
‘Nosotros dos en la tormenta’ se presenta como una novela, pero tras leerla no tengo claro del todo si estamos ante una sola narración o ante una sucesión de relatos cortos, que giran alrededor de un mismo asunto. No lo sabría definir bien. Por la complejidad y la incomodidad de la temática, me dio la sensación de que en esa suerte de circularidad, de miradas y puntos de vista distintos, radicaba la clave para no obligar al lector a contemplar esa época como la miro yo. Si solo te encuentras con mi mirada siento que es un poco una imposición por mi parte. En cambio, si está esa circularidad de la que hablamos, puedes recorrer la historia a través de los dos guerrilleros, del padre de uno de ellos, de sus víctimas…
Precisamente por eso que hablas de los diferentes puntos de vista, creo que estamos ante una novela coral y que, de alguna manera, cada personaje también representa a distintos sectores de la sociedad argentina que vivió aquellos momentos tan difíciles. No sé… Sí, aunque probablemente haya muchas más visiones. Lo que sí me interesaba y, perdón que insista, es hablar de lo incómodo que resulta en mi país abordar este tema, porque fueron momentos poco conocidos precisamente por su violencia. Yo puedo decir ahora que la novela salió en junio en Argentina y después pasó por México, Colombia, Chile y hace poco se publicó en España. La cosa va respirando como yo quería y hay gente de diferentes ideologías que la lee con placer, algo que yo no estaba seguro de que iba a suceder y que me hubiera decepcionado que no fuera así. Los capítulos que tratan de los guerrilleros hablan de la vida desde su punto de vista y, si te resulta incómodo, después tendrás el parecer de la hija del profesor universitario, que ve las cosas de un modo totalmente distinto. En resumen, la apuesta era un poco esa.
En tu país ¿alguna persona se ha sentido molesta porque tú hayas tratado este tema en la novela? Prácticamente nadie y tanto los medios de derechas como los de izquierdas la recibieron bien. Hubo alguna objeción minúscula precisamente por parte de aquellas personas a las que les incomoda mucho que se hable de la violencia armada, porque prefieren evocar a Montoneros y ERP de otro modo, un modo que para mí es tergiversar su naturaleza. Y claro, esa disputa es inevitable. Si tú quieres pensar que los Montoneros fueron los salvadores de la democracia, yo no lo considero así y, por tanto, no los he retratado de esa manera y ahí sí puede surgir alguna divergencia.
He leído que el proceso de documentación se dilató bastante. ¿Te ha resultado fácil acceder a las fuentes o has encontrado dificultades, porque algunos documentos estaban considerados como materia reservada? La verdad es que donde se volvería muy difícil trabajar la documentación sería a partir del golpe militar, pero se debería más que a las restricciones, a las destrucciones que los militares llevaron a cabo de sus propias acciones. Pero de esta etapa anterior hay mucho trabajo académico, accesible y de gran calidad, del que uno puede echar mano.
¿Has hablado con algunas de las personas que protagonizaron aquellos hechos? Te diría que, una vez dejado claro cuál era el objetivo que yo perseguía, la cosa no era difícil, aunque siempre es duro, porque no deja de serlo invitar a alguien a recordar cómo era hace cincuenta años. Si para cualquiera de nosotros también supondría un ejercicio delicado, para personas que cargaban con un pasado de este tipo mucho más aún.
La novela transcurre en Castelar, un nombre que remite ineludiblemente al político español Emilio Castelar, ¿qué relación une a esta ciudad con el político? La ciudad se llama Castelar precisamente por él. Probablemente tiene que ver con la forma como se pobló la provincia de Buenos Aires a finales del siglo XIX, un territorio que, sobre todo, era tierra de cultivo y ganadería, pero que se empezó a urbanizar entonces. Son pueblos muy nuevos y estatales, con nombres muy administrativos. Seguramente, algún funcionario admiraba a Emilio Castelar y escogió ese nombre para un caserío que entonces estaba naciendo al lado de la estación del ferrocarril. No hay que olvidar que las estaciones ferroviarias constituían los puntos geográficos en torno a los cuales se generaba el nuevo poblamiento.
La narración se centra en dos amigos, Antonio y Alejandro, que compartieron juventud, amistad y compromiso político. Como profesor de Instituto, ¿en la actualidad la gente joven se siente atraída a la política con tanta fuerza como la vivieron ellos entonces? Te diría que de ningún modo está cargada con ese tipo de inquietudes, que ahora son otras: la libertad personal, su especificidad y diferencia, la cuestión de géneros… Son reivindicaciones mucho más individuales y subjetivas de un modo casi reactivo frente a lo público. Y pienso que, probablemente, el nuevo presidente de la Argentina sea un señor que se llama Javier Milei, que se define como anarco-liberal y tiene un planteo muy de destrucción total que, a su manera, sintoniza con todo esto que te estaba contando y por eso te lo cito. Estos jóvenes, tan vueltos sobre sí mismos, conectan muy bien con este candidato, que les propone que lo único de lo que hay que preocuparse es de vivir.
Los objetivos elegidos por parte de las organizaciones subversivas obedecían en muchos casos a la casualidad. No existía un plan centralizado ni preestablecido. La vida de una persona dependía del puro azar. La incertidumbre sería enorme. A diferencia de otras guerrillas latinoamericanas, hemos de definir a la guerrilla argentina como enormemente urbana. Pero esta guerrilla urbana y sus células locales poseían unos horizontes de acción y unos objetivos casi domésticos. En consecuencia, los azares, que te podían colocar en su punto de mira, eran atrozmente cercanos, lo que le sumaba una cuota de tragedia a la tragedia. La sola exterioridad de las personas y de sus posesiones ya les ponía en peligro. Por tanto, los objetivos no los detectaba la cúpula de la organización, sino la proximidad a los mismos.
¿Montoneros y ERP coincidieron en el tiempo con la Triple A? ¿Hubo enfrentamientos entre ellos? López Rega, ministro del gobierno y mano derecha de Isabel Perón organizó la Triple A, una organización criminal. Pero la Triple A tomaba objetivos izquierdistas muy visibles, como por ejemplo un intelectual de izquierdas. Pero no dejaban de ser grupos aislados muy violentos, que no alcanzaron el poderío logístico de esas otras organizaciones. Por su parte, Montoneros y ERP veían como enemigo al estado, sobre todo esta última organización, que se consideraba el Ejército Revolucionario del Pueblo y cuyo enemigo era el ejército del estado capitalista. Montoneros tenía enemigos más diversos, pero no estaban preocupados por la Triple A, ni tampoco por el inminente golpe de estado que se produciría al año siguiente. Uno lee documentos de Montoneros, antes y después del golpe militar, y encuentra los mismos planteamientos: por fin se quitaron las caretas, por fin, en lugar de tener al fantoche de Isabel Perón, vamos a la máxima contradicción del estado capitalista y ya tenemos enfrente a su expresión más brutal que es el ejército, el poder militar contra la vanguardia del pueblo... Cualquiera lee eso y piensa que los iban a destrozar, como efectivamente los destrozaron, pero su mirada era siempre la misma, muy optimista.
Esas organizaciones presentaban una estructura rígida, militarizada, jerarquizadas en soldados, oficiales y mandos, ¿en verdad eran un ejército paralelo? Sobre todo el ERP y tenía mucho que ver con su formación de izquierdas. Eran cuadros izquierdistas muy ortodoxos. Algunos venían del PC y otros del trotskismo, reversionado por Mao y el Che Guevara. Tenían muy presente el modelo de la revolución cubana y disponían de insignias y uniformes, que solo lucían cuando pasaban revista porque el resto del tiempo lo mantenían escondido. Fue como una combinación absolutamente naíf con algo absolutamente trágico, porque cualquier vida podía terminar en uno de sus ataques. Al mismo tiempo, resultaban muy coherentes, porque no mataban de lejos, sino que atacaban objetivos, tal y como cuento en la novela. Hablabas antes de incertidumbre y ellos no la conocían. Todo eran certidumbres que, prácticamente, los condujo a su exterminio.
Los guerrilleros mantenían una doble vida. ¿Cómo podían convivir tanto tiempo con esa situación sin acabar como víctimas de la esquizofrenia? Sospecho que debía resultarles muy duro. Uno de los dos protagonistas de la novela vive más clandestino que el otro y creo que les debería costar un enorme esfuerzo abandonar su normalidad. Era un sacrificio y uno se encuentra con casos como el de un líder montonero que fue detenido entre Navidad y Año nuevo en el centro de una plaza, porque no resistía pasar tanto tiempo sin ver a su mujer y sus hijos. Montoneros lo degradará y condenará a muerte después, pero el pobre hombre ya estaba muerto en los calabozos.
Hay poco humor en la novela, pero lo hay. ¿En una historia como esta unas gotas de humor resultan más necesarias que nunca, para destensar un poco al lector? Sí, es cierto que hay poco humor. En general, me gusta mucho usarlo, pero me contuve en esta novela para no pecar de ligero. Por eso, como tú señalas, son tan solo unas pocas gotas.
¿Dónde está Eduardo Sacheri en ‘Nosotros dos en la tormenta’? Creo que está un poco en todos lados, pero sobre todo en ese padre de la novela que siempre se está preguntando cómo ser padre, algo que creo que está bien que nos preguntemos alguna vez todos los que lo somos.
¿Entonces esa primera persona que anda suelta por el texto tiene mucho tuyo? Tiene mucho mío, sí. Aunque ni mi hija ni mi hijo, que yo sepa, forman parte de organizaciones clandestinas [risas], sus dudas, sus dolores, sus esperanzas, sus decisiones, te conmueven en la distancia ahora que tienen veinte años. Cuando tenían solo dos en la inmediatez. Y ante esto, lo único que puede hacer uno es monologar y angustiarse.
No hablar con Eduardo Sacheri de fútbol en una entrevista es casi pecado. Hay que introducirlo en la conversación. Y ahí va: ¿en alguno de estos grupos subversivos hubo futbolistas guerrilleros? Mirá, hubo algún futbolista desaparecido y antes hablábamos de la oscuridad de los desaparecidos, ya que entre ellos hubo gente guerrillera y también gente que no lo era. Entonces, no te puedo garantizar que haya habido jugadores que fueran guerrilleros. Hay una película interesante que, durante la dictadura, habla de un jovencito que fue secuestrado después de jugar un partido de fútbol de la segunda categoría. Se trata de un caso real, en el que se nos presenta al jugador como un militante. Este es un tema muy recurrente en la Argentina de hoy cuando se echan vistazos sobre esas organizaciones, pero la cuestión de la violencia se omite, es incómoda.
Seguimos con el fútbol. ¿Cómo llevas la tercera estrella mundialista de la camiseta argentina? Feliz. Si Independiente, que es mi club en Argentina, hubiera tenido una buena temporada, habría sido un año extraordinario. Pero no lo es porque a Independiente no le van bien las cosas. Pero aquel día fue narrativamente hermoso, porque el segundo mundial argentino está absolutamente abocado a Maradona. La relación entre la argentinidad y Maradona fue fortísima, casi opresiva para cualquier otro ídolo posterior. Por tanto, el hecho de que Messi haya padecido durante una década y media la comparación y el rechazo y que, ya en el ocaso de su carrera, con un grupo de jugadores jovencitos, que lo veneran a él como el ídolo y el veterano, logre el tercer título, la tercera estrella, con todas las peripecias del mundial, con esa final inaudita, es algo realmente muy hermoso y, al mismo tiempo, inverosímil, porque en un momento Argentina parecía invencible y en otro era como si dijera «por favor, elimíneme del mundial».
Y ¿qué relación existe entre esa final del mundial, Eduardo Sacheri y la Quinta Sinfonía de Beethoven? [Risas] ¡Cómo llegan las noticias, la verdad! [Más risas]. Es que noté que mi corazón no aguantaba los penales y entonces me encerré en mi coche. Lo arranqué y me puse a recorrer Castelar, que ya de por sí es un lugar desierto los domingos a la hora de la siesta. Imagínatelo. Para no escuchar nada puse la Quinta, haciendo vibrar los vidrios, mientras trataba de ver con qué cara aparecía el primer humano que saliera de casa. Y así me enteré del resultado. Fueron los diez minutos más largos de mi vida. Cuando a la noche vi los penales, creo que hubiera muerto directamente si los hubiera visto en vivo. Argentina los pateó mal. Por suerte, el arquero francés, al revés que el argentino, iba siempre para el lado equivocado. ¡Menos mal! Desde luego la Quinta de Beethoven me salvó la vida. En caso contrario, no estaría aquí, ahora, con ustedes.
La última por hoy: ¿piensas regresar a la magia de tus relatos futboleros o eso quedó ya en el tintero del olvido? Últimamente vengo muy en modo novela y la anterior sí es muy futbolera, pero siento que no he de repetirme tanto. Tal vez retome el tema en el futuro, pero dejando un par de libros en el medio.
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