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El valor de los muertos

Sería bueno recordar que la sangre es igual de roja, que la carne de los niños y niñas desmembrados por la metralla duele de la misma forma a los padres y madres de cualquier parte del mundo
Josu Gómez Barrutia
lunes, 23 de octubre de 2023, 10:04 h (CET)

De nuevo, las noticias se vuelven a manchar de sangre, gritos y desesperanza. Hoy como antes y como ocurrirá mañana los titulares de los medios de comunicación nos recuerdan la descarnada historia de las guerras sin sentido, de la sinrazón de las creencias excluyentes y de la realidad de quienes mueren sin ser culpables de la locura que a su alrededor tiñen de negro las esperanzas de un futuro trucado a golpe de metralla, cohetes, bombas y esquirlas. Esas que se expanden por el mundo y que hoy toman forma de nuevo en su cara más dura en Gaza. Un lugar, del que la muerte nunca se fue, domiciliada per se en las calles y plazas de una tierra santa convertida en un infierno de dolor y muerte. 


Y es que, si bien, no podemos dejar de condenar las violaciones o el asesinato de cientos de hombres, mujeres y niños de Israel por la barbarie del terrorismo de Hamas, tampoco podemos dejar de poner énfasis en la condena de la muerte de los cientos y miles de civiles Palestinos inocentes de igual forma. Escenas de muerte y odio que desataron el infierno en los Kibutz Israelitas primero y en las calles de Gaza después para el recogido del mal en la tierra en la acción del hombre. Víctimas y peones de un ajedrez que movido a distancia desde hoteles de cinco estrellas en Qatar y desde los palacios de Irán con la complacencia de otros, rompieron hace apenas unos días las estrechas vías a la paz que durante años se habían intentado construir. Puentes hoy dinamitados por el terrorismo de Hamas y la bota de hierro del nacionalismo israelita de Netanyahu que nos aproxima a la escalabilidad de un conflicto con consecuencias en todo el mundo. Y todo ello, ante la exclamación de preguntas sin respuesta ¿Por qué ahora? ¿Con que interés? ¿En busca de que objetivos?


Y de nuevo aquí, en un nuevo conflicto, las noticias nos vuelven a conectar a diario con una realidad, como lo hicieron antaño con una guerra de Ucrania hoy apartada del titular del noticiario a golpe de la nueva sangre fresca de otro conflicto, como si en las tierras del rus no siguiera oliendo a muerte y conviviendo el miedo con los cuerpos quemados, mutilados y las violaciones a mujeres inocentes.


Hoy por el contrario el titular es otro, ese que capta el interés de un mundo olvidadizo con los muertos y los dramas humanos de Israel y Palestina olvidando otros, en el ritmo frenético de una sociedad tal vez cada día más insensible en lo general y más anestesiada al dolor en lo particular.

Ese que de tanto mostrarse, se normaliza como algo propio a la propia realidad del ser humano.


Ya nadie se acuerda así o al menos poca gente de la crisis de los refugiados de Siria, de la Guerra de del Yemen, de la crisis del pueblo haitiano, de la persecución del pueblo Armenio, de las marchas migratorias hacía EEUU de cientos de personas de Latinoamérica con el acoso de la muerte, las violaciones y la represión o de la fosa común de los mares en el intento de conquistar el sueño de un mundo mejor de miles de hombres, mujeres y niños que convierten dejando cientos de muertes en ese intento de conquistar la esperanza. Pocas plazas, calles y estrados claman por ello, incluso apenas sin pena ni gloria se atestigua esta realidad en la prensa, la televisión o la radio, en las tertulias del día a día o las aulas del pensamiento crítico de las universidades. ¿Qué sociedad estamos construyendo me pregunto?


Y ante todo ello, un hecho plausible en mi juicio analítico de simple escriba, los muertos no valen lo mismo ni se sienten igual por quienes tuvimos la suerte de nacer en este lado de la realidad del mundo, el del bienestar y las oportunidades, el de los derechos humanos y las libertades públicas, el del progreso y la economía del bienestar. Ese, en el que el asesinato condenable de dos, tres o cien personas inocentes por la sinrazón terrorista nos hecha a las calles y nos reactiva como democracias frente al odio. Pero que por el contra a veces parece no afectarnos tanto - apenas los minutos, horas, días o semanas de la indignación momentánea - cuando vemos a golpe de televisor la muerte de otros en lugares remotos. Noticias, que pasada la actualidad nos devuelven a nuestra realidad mundana y feliz en la que los problemas y ocupaciones del día a día nos permiten dedicar la atención a nuestro día a día. Olvidando si cabe la muerte de quienes cada día llenan de lágrimas y llantos territorios alejados de nuestro paraíso occidental.


Sería bueno, ante tanta anestesia y capacidad de amnesia, recordar que la sangre es igual de roja, que la carne de los niños y niñas desmembrados por la metralla duele de la misma forma a los padres y madres de cualquier parte del mundo y que los Derechos Humanos y las Libertades deben ser defendidas por la humanidad en su conjunto para la construcción de espacios de progreso, convivencia, fraternidad y esperanza. Aunque este sentimiento sea para los más agnósticos en el deseo de un mundo mejor por la propia conveniencia en la construcción de un mundo más seguro incluso para ellos. 

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