Muchas de las personas que lean estas líneas quizá no hayan oido hablar nunca de los «fondos buitres» o no sepan a qué se dedican y por qué se llaman así. Voy a explicar a continuación de una manera muy sencilla y elemental cómo operan y el daño tan grande que hacen, porque es tanto el silencio habitual que suele haber en torno a ellos que bien se les podría aplicar el verso de Dante: «No meditáis en cuánta sangre cuesta».
En los últimos cuarenta años, y por razones que no voy a explicar aquí, se ha multiplicado el negocio bancario de la deuda y los hogares, empresas y gobiernos tienen que dedicar cada día más ingresos a pagarla, junto a sus intereses. Cuando su situación se pone mal y no pueden afrontarla, tratan de alcanzar acuerdos con sus acreedores para reestructurarla o incluso para conseguir quitas. La reestructuración es un acuerdo entre deudores y acreedores para modificar los plazos y condiciones del pago de la deuda y la quita consiste en anular una parte de ella para que el deudor pueda pagarla sin arruinarse. Lógicamente, los acreedores prefieren este tipo de acuerdos a no cobrar nada.
Pues bien, los llamados fondos buitres son grandes capitales que se dedican a comprar la deuda de los gobiernos (principalmente) o empresas, pero no para cobrarla, sino para especular con ella. Cuando saben que un Estado está en apuros compran parte de su deuda, lógicamente a muy bajo precio, precisamente porque está en dificultades.
En esa situación, los demás acreedores estarán tratando de llegar a acuerdos de reestructuración para procurar cobrar el máximo posible. Es entonces cuando los buitres pleitean para pedir que no se acuerde nada. Lo hacen allí donde saben que los jueces les van a dar la razón porque, previamente, se han aprobado leyes que permiten que un solo acreedor paralice el acuerdo alcanzado incluso por todos los demás sin excepción. El buitre no quiere cobrar su deuda, sino paralizar el pago para que, al cabo de los años, la suma a cobrar por el título que compró a bajo precio se haya multiplicado a base de intereses e indemnizaciones. Así logran obtener rentabilidades de hasta el 1.270%, como ocurrió con el fondo Singer en Argentina en 2016.
Para que los buitres puedan obtener estos beneficios gigantescos arruinando a países enteros se ha generado un entramado verdaderamente diabólico: primero, se logró que más del 60% de los acreedores de los países endeudados sean privados y que Nueva York fuese la sede judicial donde se dirimen más del 50% de los contratos de ese tipo; luego, se aprobaron las leyes que dan a los acreedores los derechos que he mencionado; tercero, se mantienen despachos de abogados literalmente dedicados a expoliar a pueblos enteros; y, final y lógicamente, se financia a grupos de presión encargados de conseguir que los políticos y gobiernos permitan todo esto y lo pongan en marcha.
La deuda es, de por sí, una esclavitud impuesta por la banca a la humanidad: el 42% de la población mundial (3.300 millones) vive en países en donde se dedica más dinero a pagar intereses que a salud o educación; en unos 20 países más que a educación y en 45 más que a sanidad. Y, para colmo, cuando se disponen a pagar, ya al límite de sus recursos, los fondos buitres especuladores los arruinan todavía más actuando con la maldad y la saña que he explicado.
Afortunadamente, la gente, no los gobiernos, ha comenzado a movilizarse contra este auténtico terrorismo financiero y en Nueva York hay ya iniciativas para cambiar esas leyes que permiten la especulación de los fondos buitres. Aunque no lo parezca, porque apenas se informa de ello, la humanidad despierta y se da cuenta de lo que pasa porque la inmensa mayoría está de acuerdo con lo que decía Quevedo: es quitar la codicia y no añadir dinero lo que hace ricos a los seres humanos.
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