La vida es aprender, también más allá de la muerte. Hoy hay muchos occidentales que piensan en la reencarnación, aunque para un oriental se trata de una cosa que da miedo, decía Jean-Yves Leloup, quien cuenta de un sabio ya anciano que les decía a un grupo de occidentales: “¿Queréis conocer vuestras vidas pasadas? Mirad el momento presente, porque el momento presente es el resultado, la consecuencia de vuestras vidas anteriores. ¿Queréis conocer vuestras vidas futuras? Mirad el momento presente, porque el momento presente es la causa de aquello que vendrá después. Trabajad el momento presente”.
Como sabemos, la visión cristiana y otras religiones tienen también un aprendizaje más allá de la muerte, pero aquí quería subrayar que la teoría de la reencarnación no es un escapar, al menos de modo total, hacia un más allá sin responsabilidad, sin bien ni mal, sino que tiene el karma, encadenamiento de causas y efectos, según los actos realizados las consecuencias serán positivas o nefastas.
Detrás de la teoría hay una cuestión que preocupa a la persona humana: el sentido de la justicia. Si aquí hay injustos que triunfan, ¿no tendría que ponerse las cosas en su lugar, de alguna manera, en algún sitio? De ahí ese karma que nos da una continuidad, en el nivel de conciencia de cada uno. Todo tiene su sentido, y lo va encontrando con el tiempo en otras vidas.
En la India, esta teoría es una creencia popular, upaya, una explicación al sufrimiento, de responsabilizarnos ante los actos, y eso nos ayuda a evolucionar. Por tanto, más que rechazar esa creencia, dice Leloup, puede servirnos para contemplar el esfuerzo que hacen para dar sentido a los acontecimientos de la vida.
Para los hindús, están los que vuelven, que no han acabado su ciclo, no han penetrado en la “clara luz”, pero el objetivo final para un hindú, especialmente si es sabio, es la resurrección, unirse al Uno mismo. Aparte de los que vuelven, tienen también la expresión Dvija, que vuelve a nacer y ha venido de lo alto, que nos recuerda la expresión “nacer de lo alto”. Es un sentido de resurrección antes de morir. La vida eterna no está ya más allá de la muerte, sino también aquí, dentro de cada uno se puede encontrar la dimensión de eternidad. Habría que distinguir entre volver de la muerte, lo que llamamos “reanimado” y “resucitar”, que es una dimensión distinta. Leloup explica que resucitar es tener ya una “longitud de onda” singular, pasar la velocidad de la luz y poder condensarse en un cuerpo, hacerse presente. Es decir que quien está resucitado puede entrar en contacto con los mortales, como hizo Jesús, y como decía san Pablo ante la pregunta “¿con qué cuerpo resucitan los muertos?”, explica: “hay diferencias entre diversas clases de cuerpos. Uno es el cuerpo de la tierra y otro el cuerpo del cielo…” (1 Cor 15,35). Hemos sido sembrados en el cuerpo físico, donde tenemos el psíquico, pero resucitaremos en un cuerpo espiritual, “pneumático”, es decir del espíritu. Somos ahora materia animada (un alma encarnada) pero luego seremos espiritualizados; el cuerpo de aquí viene de la tierra, el del espíritu del cielo, es un nacimiento de lo alto, un cuerpo resucitado.
Aquí vemos las conexiones entre cristianos e hindúes… es más, si la resurrección es verdad, lo será para todos, también para los ateos. Las palabras reencarnación, reanimación, resurrección, quizá son fuente de confusión. En la tradición budista se habla de realidad relativa y realidad absoluta. La reencarnación forma parte de las realidades relativas, que son las realidades que explican, mientras que la resurrección forma parte de la realidad absoluta. En todo caso, “tanto en el cristianismo como en el hinduismo o el budismo, el objetivo no es la reencarnación, sino la resurrección” (J-Y Leloup). Vemos en esas textos que más allá de ese ser compuesto que somos de cuerpo con código genético y mente y memorias informado por un alma, nos convertimos luego en un cuerpo con otro tipo de materia o energía que vemos en Jesús que atraviesa paredes.
De manera que estamos invitados a una resurrección en vida de nuestro cuerpo (“nacer de lo alto”) y otra después de la muerte. Sería un error confundir nuestra vida con el proceso biológico. La vida eterna no hay que buscarla más allá del tiempo, sino más adentro de nosotros. Maurice Zundel, en A l’ecoute du silence, habla de cuando a partir de los dos o tres ya tenemos noción de un “yo” y un “mío” que nos constituye la identidad, y que forma parte de esa permanencia más allá de la forma física que ahora tenemos. Con el mismo Freud y muchos otros, tenemos noción de una permanencia del yo, o como diría el antiguo Platón, de la “inmortalidad del alma”. Este cuerpo tiene sus experiencias, se nos gasta, pero luego como el gusano se transforma en mariposa (bellísima imagen que explica Elisabeth Kubler-Ross) así subimos a una realidad superior, llevando nuestras experiencias y todo lo que es “mío” en ese “yo” que permanece.
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