Hay un viejo dicho aplicable a la relevancia que toman algunos personajes, y también a los políticos, según el cual quien tiene padrino se bautiza, pero habría que añadir que si es infiel al padrino le pulveriza. Ojo al parche, con referencia a estos personajes de moda que aparecen en escena inesperadamente, se les da cuerda mediática siguiendo las consignas de la sinarquía y se les coloca, aprovechando eso que llaman democracia, en los sitiales del poder, porque todo lo que sube suele bajar. Puede consultarse a beneficiados de otros tiempos, todavía vivos, que en su momento gozaron del favor de la jerarquía dominante, pero tuvieron la ocurrencia de pasarse de frenada, cayeron en desgracia y de ellos no queda ni el recuerdo.
Bastan unas pinceladas para dejar constancia de la realidad política actual, desde la cartografía abreviada del personal político destinado a mandar. Los personajes de moda que inopinadamente se colocan en la escena política, generalmente tienen una ligera idea de su papel, personalmente lo entienden solamente como una fórmula para acogerse a los beneficios que otorga el poder. En cuanto a condición política, obviando el interés personal por permanecer disfrutando del marchamo de elite, ninguna. Sobre su bagaje cultural, escaso, puesto que es innecesario, solo basta con seguir las instrucciones de los colocados a la sombra como asesores personales. De ideas políticas, mucho menos, porque los cerebros pensantes, que siempre permanecen ocultos, se ocupan de ello.
Suelen hablar de interés general, pero ignoran conscientemente lo que es, porque, en otro caso, probablemente entregarse a él les cortaría las alas. En cuanto al mérito político es sencillo de resumir, amén de haber caído en gracia a los mediadores de los mandantes y una imagen virtual lo más aceptable posible, lo sustancial es el dominio de la verborrea, porque la retórica está en decadencia. Suelen acompañarse de poses con glamour de modelos de pasarela, haciendo despliegue permanente del aplauso con estilo personalizado, para que los incautos crean en la solidez de las ocurrencias que transmiten. El objetivo, seguir hacia adelante, es decir, continuar disfrutando del salario bobo y sus complementos a largo plazo, a tal fin, hay que ganarse la aceptación de las gentes con promesas, haciendo como que descienden al nivel del pueblo llano, pero dejando flotar en el ambiente su condición de autoridad prestada por una temporada. Podría continuarse con las ocurrencias, guiadas por el marketing político, pero resultaría innecesario cuando a distancia se les ha visto el plumero. En resumidas cuentas, cualquiera puede disfrazarse de político mandante, basta con saber vender previamente su mercancía personal a los que manejan el cotarro, para que les coloquen en la escena y dar aire a la fachada del arquetipo que publicitan, porque la tecnología electoral se ocupará de todo lo demás, al margen de lo que manifiesten los votantes.
Para que no decaiga el ánimo de los electores es obligado alimentar el espectáculo desplegando el discurso de moda. En este punto, ha venido bien, desde que el capitalismo tomó las riendas de la existencia colectiva, invocar el progreso, siguiendo consignas superiores, porque las masas se sienten atraídas, si está asociado a la holganza confundida con el bienestar. Por su parte, el mercado será el destinado a obtener los beneficios materiales que ofrece el progreso tecnológico, debidamente amparado por el personaje al que le ha tocado lo de mandar, porque es un producto más real que el progreso entendido en términos políticos. Así pues, el discurso llamado progresista supone tratar de que algunos se muestren satisfechos y sigan votando el modelo, después, solo harán lo que les mande la jefatura sinárquica. Para las masas, no pasa de ser un progreso dirigido hacia el adormecimiento colectivo, del que otros obtendrán provecho y progreso real para el mercado. Sobre quién correrá con la factura de las ocurrencias políticas vigentes y futuras, también llamadas exigencias del progreso, basta con intentar cargársela a los ricos, que ya salen corriendo aprovechando la apertura de fronteras, o a la solidaridad del resto de los miembros de la UE, que adoptará la misma resolución. Al final, como no quedará casi nadie al que adjudicarle el pufo, porque una parte de los que quedan son insolventes, la pagarán los de siempre, es decir, los destinados a ser explotados; esas personas que han sido engañadas en nombre del insostenible y falaz progreso social de moda, utilizado como instrumento verbal de los usuarios del poder político para no quedarse sin empleo.
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