Hace unos cuantos días nos reunimos un grupo de amigos. Sin ningún motivo especial. Porque sí. No es necesario recurrir a una fecha o a una circunstancia en concreto para reunirnos alrededor de una mesa para compartir el pan y la sal. Basta con que a uno se le ocurra, para que los demás aceptemos alegremente la convocatoria. Tenemos constancia de que ya en Grecia, casi doscientos años antes de Cristo, se celebraban Simposium. Es decir “reuniones en las que los asistentes se reunían en una sala (recostados en un diván) y procedían a hablar, debatir y, sobre todo, a celebrar”. En nuestro caso no teníamos divanes,pero nos inflamos a debatir, hablar, comer y celebrar la vida. Como es natural, no mencionamos la política. Esta celebración me ha hecho recapacitar sobre la amistad. Dice la RAE que amistad es: “Relación de afecto, simpatía y confianza que se establece entre personas que no son familia”. Hay un dicho popular que asevera que los familiares te vienen impuestos por la sangre. A los amigos los eliges tú. He podido encontrar a lo largo de mi vida varios tipos de amistades perfectamente delimitadas: las de la infancia y el colegio, las de la adolescencia (estudios y pandillas estudiantiles), las del trabajo y las vecinales. Dentro de las que se adquieren en la adultez, destacan las procedentes de las aficiones y los proyectos comunes. Esto crea una afinidad que se mantiene mientras continua el proyecto o la afición. Después se diluye. Todas ellas son susceptibles de crear traumas, rupturas, desencuentros y posteriores reconciliaciones. Cuando se rompen por algún motivo, se convierten en casi irrecuperables. La palabra amistad tiene la misma raíz que la palabra amar. Por eso se considera que es muy difícil tener amigos de verdad. Esos que te encuentras a tu lado en los momentos difíciles. Sin parafernalias, ni fuegos artificiales. Esos que terminas acompañándoles sin pedir nada a cambio. Por eso son tan pocos. Pero son los buenos. Por el contrario hay otras relaciones que el lenguaje popular las clarifica bastante bien: colegas, amigachos, conocidos, compañeros, camaradas, etc. Todos ellos tienen un punto de escape. Cuando surgen las duras, desaparecen. Mi buena noticia de hoy nace de ese grupo selecto de amigos que todos tenemos. Los que están a tu lado a la manera de los buenos matrimonios. “En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, en las alegrías y en la tristeza”. Todos los días de tu vida. Si repasas estos pensamientos, descubres que, gracias a Dios, has tenido, por lo menos, media docena de amigos. Disfrútalos.
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