Los que vuelven después de la muerte aparente tienen experiencias de una luz, del túnel, o cosas similares como campos o jardines o bosques donde encuentran la posesión de su esperanza, por ejemplo un cristiano a Jesús, a la Virgen o a sus santos preferidos. Una madre, ingresada por complicaciones –moría- al tener a su hijo, encontró al Señor que le decía si quería quedarse allí a gustito en el cielo, o volver para cuidar a su niño. Ella dijo que prefería volver, y efectivamente despertó de su coma profundo y volvió a la vida, contando lo que había soñado o visto.
Recuerdo que tomando café con unos amigos, les conté alguna de estas cosas, y me respondieron con un chiste y una anécdota seria. Un sacerdote contertulio me dijo de uno que tenía la suegra en las últimas, que se moría, y la familia la acompañaba. De pronto, la suegra se incorporó y miró por la ventana: “¡qué día tan bonito!”, y entonces el nuero le respondió: “¡usted a la luz, no se distraiga… al túnel!”
Otro contó que su madre enferma se desvaneció como muerta, y él le iba diciendo: “¡mamá, respóndeme, ¿me oyes?!” y al cabo de unas horas ella volvió en sí. Cuando le preguntó si no le había oído, dijo que sí, pero “con lo bien que estaba yo en aquel sitio, ¡estaba como para responderte!”, indicando que lo que él le contaba eran como pormenores, que la hubieran distraído de una experiencia mucho mejor…
Elisabeth Kübler-Ross habla de cosas fuera de la realidad, cosas que me parecen extrañas, como supongo que quizá también a ti. Les llaman experiencias extracorpóreas, y decía: “He tenido varias experiencias”, nada atemorizantes sino “deliciosas, absolutamente deliciosas. Pienso que una vez tenidas estas experiencias la mayoría de las personas no quieren volver. Yo sabía que mi tarea no estaba terminada; por eso debía volver”.
Comentaba que en esos momentos hay una revisión de la vida como si fuera una película: “cada ser humano lo hace cuando realiza su propia revisión. Usted debe revivir cada acción, cada pensamiento, cada palabra que pronunció… Cada uno debe hacerlo por sí mismo. Y entonces usted también conoce las consecuencias de cada acción, cada palabra y cada pensamiento. Y esto es -hablando simbólicamente, no literalmente -atravesar el infierno, porque entonces ya sabemos acerca de toda la ayuda recibida en vida, cómo todo se forzó para ayudarnos en el camino correcto, hacia la derecha o la izquierda, y cuan poco lo apreciamos hasta estar en contacto con nuestro guía”.
Sigue diciendo que “en el momento de la muerte vivimos la total separación de nuestro verdadero yo inmortal de su casa temporal, es decir, del cuerpo físico. Este “yo” inmortal es llamado también alma o entidad. Si nos expresamos simbólicamente, como lo hacemos con los niños, podríamos comparar este yo, que se libera del cuerpo terrestre, con la mariposa que abandona el capullo de seda. Desde el momento en que dejamos nuestro cuerpo físico nos damos cuenta de que no sentimos ya ni pánico, ni miedo, ni pena. Nos percibimos a nosotros mismos como una entidad física integral. Siempre tenemos conciencia del lugar de la muerte, ya se trate de la habitación donde transcurrió la enfermedad, de nuestro propio dormitorio en el que tuvimos el infarto o del lugar del accidente de automóvil o avión. Reconocemos muy claramente a las personas que forman parte de un equipo de reanimación o de un grupo que intenta sacar los restos de un cuerpo del coche accidentado. Estamos capacitados para mirar todo esto a una distancia de metros sin que nuestro estado espiritual esté verdaderamente implicado. Permitidme que hable de estado espiritual, puesto que en la mayoría de los casos ya no estamos unidos a nuestro aparato de reflexión física o cerebro en funcionamiento.
Estas experiencias tienen lugar, a menudo, en el momento mismo en que las ondas cerebrales no pueden ser medidas para poder probar el funcionamiento del cerebro, o cuando los médicos no pueden ya comprobar el menor signo de vida. En el momento en que asistimos a nuestra propia muerte, oímos las discusiones de las personas presentes, notamos sus particularidades, vemos sus ropas y conocemos sus pensamientos, sin que por ello sintamos una impresión negativa.
El cuerpo que ocupamos pasajeramente en ese momento y que percibimos como tal, no es el cuerpo físico sino el cuerpo etérico” (un segundo cuerpo temporal en el que nos percibimos como una entidad integral). Así, “si nos hubiese sido amputada una pierna, dispondremos de nuevo de nuestras dos piernas. Si fuimos sordomudos, podremos de nuevo oír, hablar y cantar. Si una esclerosis en placas nos clavaba en la silla de ruedas con trastornos en la vista, con problemas de lenguaje y parálisis en las piernas, podremos cantar y bailar”.
De ahí también la dificultad de algunos en volver: “Es comprensible que muchos de nuestros enfermos reanimados con éxito, no siempre agradezcan que su mariposa haya sido obligada a volver a su capullo de seda, puesto que con la vuelta a nuestras funciones físicas debemos aceptar de nuevo los dolores y las enfermedades que les son propias, mientras que en nuestro cuerpo etérico estábamos más allá de todo dolor y enfermedad”.
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