Eran las 12:30 del pasado sábado, cuando, en el Antiguo Hospital de Santa María la Rica, Francisco Martínez Morán, cual torero a puerta gayola, así habló: “se han cerrado las puertas. Nuestro personaje deja a sus espaldas el zaguán”. Comenzaba con el inicio del libro un acto en el que nuestro autor fue dejando caer, línea a línea, la obra entera. Una acción inusual, sin duda, generosa y audaz, que fue muy del gusto del público que llenaba la sala.
La concurrencia pudo así conocer Fábula de fragmento del mejor modo posible, de boca de quien le ha dado vida. Se recibió la lectura como un regalo mañanero, pues, siendo este un libro de “poesía sin poemas”, como confesó después el poeta, sustenta sus líneas un ritmo lírico que supo el autor destacar con maestría. La poesía, cuando lo es, como es el caso, puede brillar en la oralidad más que en el silencio de la lectura íntima. Al mismo tiempo, es esta una obra narrativa, por lo que los oyentes escuchaban prendidos de la peripecia del protagonista.
Tras la lectura, el autor conversó con el también poeta Federico Ocaña, que lo acompañó durante el acto y que supo preguntar por cuestiones esenciales de la fragmentaria fábula. Se comentó su carácter de obra sin género que, no obstante, los contiene todos. Se sugirieron algunos significados del libro, que puede entenderse de tantos modos como lectores tenga. Digamos, a modo de simplificación disculpable, que es la narración alegórica de un personaje que avanza por un pasillo sin más objeto que la búsqueda.
Tras la charla con Ocaña, Martínez Morán, elegante cual diplomático decimonónico, atendió a todos los lectores que quisieron charlar con él. Fue mucha la admiración, abundantes las firmas de ejemplares y, sobre todo, grande el cariño.
Antes de abandonar el Antiguo Hospital -maravilloso edificio, por cierto-, pudo quien quiso disfrutar de la impagable exposición de Santiago Lorenzo, autor de Los asquerosos, que en él se muestra. Los asistentes a la presentación, como si encarnaran a “nuestro protagonista”, salieron a la luz y fueron recibidos por una ciudad orgullosa y coqueta, toda sol y sombra, dispuesta a ofrecerles sus mejores vinos y cervezas. No dejaron, pues, los lectores de Martínez Morán y el propio autor, de disfrutar de la irrechazable oferta.
Brillaba la mañana. Todo era luz.
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