I Se siente feliz, no tendría por qué no estarlo.
Toma un cigarrillo con la mano derecha, lo lleva lentamente a sus carnosos labios y sin mayor prisa le prende fuego como quien activa el piloto automático en un viaje trasatlántico.
Se siente dueña de sí, no es para menos todo marcha como decimos la gran mayoría aunque no sepamos absolutamente nada de navegación: «viento en popa».
II Revisa una y otra vez la aplicación móvil para corroborar el crecimiento de los fondos de sus cuentas bancarias.
Los depósitos no han parado de llegar y el monto con mucho ha rebasado su cresta histórica. Su panorama luce mejor a cualquiera de los que hubiera imaginado en alguna fantasía adolescente. Soltera, joven, atlética, recién doctorada en Finanzas, sin compromiso alguno que le ate a una de esas rutinas que roban la juventud en un abrir y cerrar de ojos.
Solo le entristece a veces el recuerdo de la partida de su madre, la bella y elegante mujer que abandonara a su esposo hace treinta años, cuando ella, Mariana, era una niña recién admitida al jardín de niños.
Nunca la volvió a ver ni supo nada de ella.
Ese episodio de ruptura despertó lo mejor de Alfonso, el hombre que se dedicó completamente a hacer de Mariana lo que hoy es, una mujer inteligente, libre e independiente.
III Casi a la par de sus crecientes ingresos está la curva siempre ascendente de quienes le confiesan su amor.
Una y otra vez tiene que estar respondiendo que no está interesada en establecer una relación amorosa con los innumerables pretendientes que le confiesan sus intenciones.
Es tal la cantidad de galanes que ha desarrollado una selección de respuestas rápidas para decir: no. A veces conserva lo que le escriben algunos de los aspirantes, como el poema que le hizo llegar uno de ellos esta mañana y que en silencio aceptó que la describe muy bien:
Creo que nunca dejas de jugar / aunque no lo sepas, / lo niegueso quieras renunciar a ello; / es que siempre te traiciona / tu raíz retozante, / tu vena bromista, / tu alma de niña traviesa. / Te diviertes, / aunque siento que / es sin malas intenciones; / tal vez sea un resorte irresistible / lo que provoca tu mueca pícara / expulsada de algún cómic. / Ríes, / ríes / y vuelves a reír / cuando espero seriedad / o tal vez una postura adusta / que refleje cierta atención, / pero es que no cabe en mí / que así procesas, / que así analizas / y que de un momento a otro / dispararás una breve sentencia, / un aporte preciso / o una lúcida indirecta. / Tal vez brincas / como lo haces incansablemente / en tus mundos imaginarios, / quizá lo hagas para tener presente / que allá nadie te pone freno / y deseas que aquí así fuera. / Te veo bailando en el horizonte, / haciendo pompas de neblina, / hablando con los árboles, / acariciando el viento / y pienso: / me pienso / botando este carácter de mil demonios, / dejando atrás la pesadez de mis apegos, / las mil rabietas que me hacen daño / y la hiel a borbotones. / Haces bien en no dejar de jugar, / en seguir siendo bromista, / risueña, / feliz; / te lo digo yo: / el colérico ogro de este cuento de hadas venido a menos, / quien te mira desde lo lejos de esta colina, / quien muere poco a poco por algo de tu chispa / y por una pizca de tu amor. (Retozante. APR. 2020)
IV Hoy amaneció molesta por enésima ocasión, porque otra vez le despertó los rayos del sol que atraviesan por la rendija entre cortina y cortina de la habitación.
Respira y se tranquiliza un poco.
Relee apuntes, recados, recuerdos, Retozante, el poema que algún día alguien le obsequió. Sonríe con cierta dificultad, esos momentos quedaron atrás, le parece que muy atrás.
Vuelve a la seriedad después de corroborar que sus cuentas bancarias están vacías y que ya no hay lista de pretendientes.
Le inunda otra vez la gélida intuición que no la deja en paz, en efecto, mañana por la mañana el maldito cáncer que le aquejale robará el último suspiro, pero le dará la oportunidad de reencontrarse con su madre, la bella y elegante mujer que algún día la abandonó para seguir sus sueños.
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