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Censura “woke”

Da igual que sean las olas de populismo de derecha o el moralismo de sillón de la izquierda. Cualquiera se puede auto investir en censor gracias a las redes sociales
Vicente Manjón Guinea
miércoles, 29 de noviembre de 2023, 10:28 h (CET)

«La censura más poderosa es la que hemos interiorizado. Cuando hemos interiorizado los criterios censorios, la censura no solo alcanza a modificar el pasado, sino que moldea el futuro, moldea nuestro pensamiento y nuestra escritura», ha dicho María José Vega, profesora de Literatura Comparada en la Universidad Autónoma de Barcelona, con motivo de la exposición Malos libros, la censura en la España moderna.


La muestra de la Biblioteca Nacional propone un recorrido por tiempos antiguos en los que la censura ejercía su papel mutilador en libros que quedaron con sus páginas recortadas, directamente arrancadas, tachadas o entintadas.


02. Francisco de Holanda, De aetatibus mundi imagines (1545 1573) (1)


Cuando uno escucha la palabra censura configura en su mente la imagen de un tipo adusto, alto y sombrío, que camina con los pasos silenciosos hacia una sala en penumbra y que bajo un flexo examina las obras que pasan por sus manos para cercenar todo aquello que considera sacrílego, obsceno, o demasiado libertario.


El escritor sudafricano Coetzee comenta en su extraordinario ensayo Sobre la censura, editorial Debate, que, antiguamente, ejercer dicho trabajo tenía un barniz vergonzante, pero que en la actualidad parece que nos gusta presumir de esa posibilidad, sin duda alguna, reforzada por las redes sociales y por internet.


En tiempos pasados, el censor, era la imagen renegrida de un funcionario estatal encargado de suprimir lo que leyes retrógradas consideraban inmoral. Ser censor debía de llevarse en secreto pues era la viva imagen de un tipo sin prestigio alguno, un oficinista gris, vilipendiado, que era capaz de cortar a tijeretazos la libertad de pensamiento, la libertad individual del ser humano y las libertades fundamentales de las sociedades democráticas.


Por ejemplo, el propio Cervantes fue invitado por la Santa Sede y sus secuaces a suprimir alguna que otra frase de su insuperable novela El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha.


La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín fue prohibida por el franquismo debido a su anticlericalismo y su «lascivia sacrílega» por atreverse a denunciar la hipocresía de una sociedad provinciana.


El propio Camilo José Cela, censor durante el franquismo, sufrió en sus propias carnes los efectos de dicha lacra al ver que su libro La colmena tuvo que publicarse en Buenos Aires porque en España estuvo prohibida durante diez años por su atrevimiento sexual.


En el caso de la novela de Juan Marsé Si te dicen que caí, los motivos del censor fueron literalmente que «contenía insultos al yugo y las flechas, relataba escenas de tortura realizadas por la Guardia Civil o por falangistas, contenía alusiones políticas inadmisibles, obscenidades y escenas pornográficas amén de irreverencias graves».


No es necesario remontarse tan atrás. Sin ir más lejos en 2015 Nacho Carretero publicó Fariña, la historia de un narcotraficante gallego.Tras su publicación una jueza ordenó secuestrar todos los ejemplares que estaban a la venta al haberse interpuesto una demanda por violación del honor. Pues bien, eso provocó una explosión de las ventas del libro, de contrabando, por supuesto, convirtiéndose en un símbolo de la forma de esquivar la censura moderna. La fama del libro se disparó hasta llegar a la televisión. El censurado era investido con la toga de un indomable en favor de la libertad de expresión.


Librorum prohibitorum


Sin embargo, vivimos unos nuevos tiempos donde la censura no nace del Estado sino de la propia sociedad. El censor, o más bien el cancelador, se siente orgulloso de su papel. Exhibe sus éxitos señaladores y es aplaudido por su corrillo de correligionarios. Se reacciona virulenta y virtualmente ante opiniones que molestan y gracias a los mecanismos tecnológicos se coordinan estrategias dirigidas a castigar, silenciar y condenar al ostracismo a quien se considera que ha traspasado la línea que establece la corriente woke.


Da igual que sean las olas de populismo de derecha o el moralismo de sillón de la izquierda. Cualquiera se puede auto investir en censor gracias a las redes sociales. Y el peligro no queda en eso, sino que el censurado, a diferencia de épocas pasadas en las que tenía un gran prestigio la irreverencia frente al Estado, ahora se convierte en un vergonzoso silenciado por una moral social políticamente correcta. Y es aquí donde volvemos a retomar las palabras iniciales de este artículo de María José Vega: «la censura más poderosa es la que hemos interiorizado».


Me viene a la memoria la absurda e ignorante moralidad en EE.UU. donde la magistral obra literaria de Harper Lee, Matar a un ruiseñor, ha sido prohibida en varias escuelas de Misisipi y de Virginia al considerarse ofensiva. Los iluminados de dicha censura argumentaron que el contenido del libro legitima el uso de insultos racistas. Tal asombrosa deducción se debe a que en el libro se emplea en múltiples ocasiones la palabra nigger, cuya traducción implica cierto tono despectivo al ser «negrata».


Lo curioso de todo esto es que la novela Matar a un ruiseñor, por la que su autora ganó el Premio Pulitzer, está considerada como una de las historias que con más carácter aboga por la igualdad de razas, laureada como una de las principales novelas nacionales. Fue Harper Lee quien se atrevió a reflejar, como nadie, el sur racial y profundo de los Estados Unidos a través de un abogado blanco que acepta defender a un afroamericano acusado falsamente de violar a una mujer blanca.


No sólo la novela de Harper Lee ha sido señalada en los Estados Unidos, sino que otras obras inigualables de la literatura universal han sido evidenciadas con la misma desfachatez como Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain; El gran Gatsby de Scott Fitzgerald o La uvas de la ira de John Steinbeck.


Creo que fue Irene Vallejo quien dijo en su ensayo El infinito en un junco que «no por eliminar de los libros todo aquello que nos parezca inapropiado salvaremos a los jóvenes de las malas ideas. Al contrario, los volveremos incapaces para reconocerlas. (…) Los personajes malvados son un elemento crucial de los cuentos tradicionales para que los niños aprendan que la maldad existe. Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro; hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio».


Representación de la herejía


Cansado del bombardeo continuo de Facebook, de X, de Instagram o de TikTok que invade nuestro pensamiento, vuelvo a encender el aparato de música y dejo que suene esa canción rock de Los Ronaldos: Sí,sí. A todo volumen. Porque soy consciente, gracias a los libros, a las grandes lecturas, a la buena música, de que la letra de su canción «tengo que besarte y luego violarte hasta que digas sí» es en sentido figurado. Es la línea en rojo que sé que no debo traspasar gracias a mi capacidad crítica, ética y moral. Y no gracias a que algunos iluminados hayan decidido cancelarla y eliminarla de la cultura musical, como han hecho con varios de los grandes libros de la literatura universal.

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