¿Una novela sobre los acontecimientos que marcan la agenda mundial? ¿O acaso una novela sobre las crisis personales en tiempos pautados por cambios radicales? ¿En qué punto descansa la última, y recomendable, novela del autor italiano Paolo Giordano: Tasmania (Tusquets, 2023)?
Cuando se esperaba la llegada del presente siglo, renombrados críticos (Kermode) y autores (Naipaul y Calvino) señalaban que, en cuanto a dimensión formal, la narrativa del siglo XXI fluiría por las corrientes del discurso híbrido, cuya naturaleza plástica potencia la impresión del yo narrativo (en otra ocasión nos explayaremos sobre su actualidad) y en Tasmania Giordano brilla como los que saben, porque para escribir desde el yo, no solo hace falta exhibir pulso de escritura, sino del mismo modo humanidad para hacer verosímil la narración.
El narrador protagonista, Paolo-san, “periodista de formación científica”, participa en una cumbre sobre el cambio climático en París. Estamos a finales de 2015 y los recientes ecos de los atentados yihadistas espesan la atmósfera. Pero el narrador está también ahí por otras razones, más existenciales: su crisis con Lorenza —su pareja, mayor que él y que tiene un hijo de otro compromiso—, la cual parte de la imposibilidad de tener hijos a pesar de los intentos. A lo consignado, precisemos que nuestro narrador viene escribiendo un libro sobre la bomba atómica y sus efectos radiactivos, y tiene amigos (el científico Novelli, el físico Giulio y el religioso Karol, por ejemplo) con los que de alguna forma se siente conectado a causa de sus cuitas.
Desde el 2015 hasta las restricciones de la pandemia, principalmente, Giordano teje una serie de acontecimientos personales de su protagonista (con rasgos muy parecidos a los suyos) bajo el contexto de las problemáticas del mundo de hoy (las guerras, la pandemia de la Covid-19, el cambio climático y la polarización ideológica/religiosa). El título de la novela no obedece al efecto exótico, sino a una posibilidad de rumbo si los desastres (medioambientales y bélicos) continúan. Es solo una referencia nominal y a la vez simbólica: cada quien es dueño de su propia Tasmania, real o paralela. El narrador, además, no moraliza, aunque Tasmania no deja de ser una novela moral (un par: pensemos en la conferencia de Novelli sobre las cuotas de género en el ámbito científico y el significado real de las nubes noctilucentes), y tampoco pondera: es más bien una esponja que acepta su descolocación en la vida.
Pero el mayor logro de Giordano no está en el afiatado uso del registro híbrido (el yo, el ensayo, la historia y lo científico fusionados), sino en la tersura del mismo, que diluye su propia morfología, lo que supone el borrado de las fronteras genéricas para beneplácito del lector. Esta tersura proviene de una actitud frente a la escritura. Desde ella se proyectan las luces de Tasmania.
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