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Implosión cultural

​La cultura mal cultivada puede transformarse en un monstruo
Rafael Pérez Ortolá
viernes, 8 de diciembre de 2023, 10:53 h (CET)

Recordemos desde el principio la imprecisión del concepto cultural en sí mismo. En un aspecto un tanto ramplón viene a decirse que la cultura lo es todo, como un recuento de actividades humanas, quedando así el concepto en una indeterminación de poco fuste; en todo caso sería preciso el deslinde de los diversos tipos culturales. Al menos, debe quedarnos clara la AMPLITUD del concepto como tal, porque abarca el conjunto de las actividades humanas y sus múltiples ramificaciones. Como consecuencia, se la puede abordar según las orientaciones personales y colectivas, dispuestos a encontrarnos también con respuestas e influencias surgidas desde los ámbitos menos previsibles. Su totalidad es inabarcable.


La referida amplitud de la cultura se configura en cada época a base de una selección polimorfa de opciones. Se conjugan una enormidad de factores difíciles de concretar en su participación. Tras una serie de elucubraciones racionales e irracionales, bajo controles, recursos y carencias variados. Influyen necesidades, deseos y proyectos, el azar, investigaciones junto a elementos intuidos o desconocidos. El BAGAJE estructural consolidado se convierte en una potente realidad activada en muy distintos sectores y con diferentes formas funcionales. Queda patente la duda inquietante de si los individuos forman parte de dicha entidad o acaban arrastrados por aquella potencia que no consiguen controlar.


Digo esto debido a un desliz muy patente en este conjunto de evoluciones, la patética desvalorización del significado atribuido al individuo como ente particular; su presencia queda poco menos que diluida frente a la estructura cultural. El adorno de los discursos al referirse a la entidad de todos, no esconde su carácter opresivo sobre la espontaneidad de cada persona. Curiosa y sufrida PARADOJA. El gran protagonista humano en la progresión, contribuye con esa labor a crear dificultades para las iniciativas personales. No sólo se trata de la envergadura del ente cultural, sino del uso que se hace de esas estructuras, con frecuencia brotan como setas los malversadores de su esencia, que actúan sin ningún miramiento.


Una de las peores gestiones culturales de peores consecuencias para el buen desarrollo y disfrute de las personas, viene condicionada por las dimensiones alcanzadas por los conocimientos; se han ido acumulando en todos los ámbitos y eso agrava la incapacidad de una persona para abarcarlos a su gusto. Por lo tanto, cada individuo sólo capta saberes parciales de todo el acervo común. Dicha insuficiencia natural coloca en desventaja al individuo frente al ente global. El riesgo es inminente por la facilidad de un COLAPSO originado por esa desproporción manifiesta. Con él se interrumpe la fluidez de los intercambios habituales y necesarios, genera una disgregación radical de consecuencias comunitarias lamentables.


Las numerosas actividades llevadas a cabo, sus maravillas y frustraciones, reúnen un sinfín de particularidades; si a ellas añadimos las complejas fijaciones adquiridas a través de las elucubraciones caprichosas, no habrá manera fiable de entenderse. Si acaso podremos empezar preguntándonos: ¿Todos los avances son beneficiosos? Pronto descubrimos que no, ni de forma idéntica para cualquier ciudadano, ni tampoco hemos descubierto el filtro eficaz para distinguir las bondades de lo perjudicial. Comprobamos a diario como los logros pueden INTOXICARNOS hasta casi desnaturalizarnos por completo. Y lo peor, esos efectos pueden acentuarse por la actuación de los propios sujetos, cómplices y víctimas a la vez.


A medida que nos introducimos en los matices culturales y sus entretelas, sobrevuela la importancia de las maneras de comportarse los individuos por separado y las diferentes agrupaciones. El dinero, las intenciones, la ignorancia o las presunciones injustificadas, junto a otras muchas desdichas, consiguen modificar la orientación de los conocimientos de las maneras más discordantes; los resultados pueden desequilibrarse en favor de unos, perjudicando al resto, e incluso pueden ser nefastos para todos. El análisis de los PROCEDIMIENTOS será un requerimiento esencial; si lo olvidamos, podemos adentrarnos en una implosión progresiva, pero irreversible, porque el propio sistema organizado impedirá el engarce de las diferentes funciones.


Bien desde la soledad o desde la jerigonza multitudinaria que nos diluye como personas, somos muy propenso a las interpretaciones escatológicas de cuanto ocurre; desviando la atribución de las malas artes hacia los demás o culpando a un destino ficticio. Al mismo tiempo se extiende la reivindicación de una libertad inusitada, porque no tiene en cuenta las libertades del prójimo ni el resto de limitaciones. Entre renuncias y presiones, las buenas cualidades se desdibujan, perdieron su SIGNIFICADO constructivo en beneficio de todos. Cuando todo se valora igual, mengua el progreso real. En consecuencia, se trabaja para el desmantelamiento de cualquier proyecto implicado en el incremento del bienestar.


El agrandamiento del gigante cultural, por sus mismas dimensiones, tiende a engullir los brotes de los pequeños núcleos. Pero las SITUACIONES reales emergen de manera espontánea por motivaciones inesperadas. Son desconocidas las repercusiones de los enormes avances tecnológicos, quánticos, neurociencia o quién sabe de sus alcances. Cada zona geográfica evoluciona con sus requerimientos ineludibles. Las diversas características de las personas se modifican, la epigenética es una buena muestra a través de sus adaptaciones y resistencias. El menosprecio de estas realidades por parte del engranaje cultural prepotente, corroe las estructuras establecidas, las desvirtúa sin remisión a la vista de todos.


Da la impresión de una frivolidad torpe, pretendemos hacer acopio de abundantes frutos sin prestar ninguna atención al cultivo adecuado de las plantas. La sinceridad ha sido relegada a las mazmorras en desuso, mientras burbujean los anónimos estrepitosos y los vociferantes desatinados. El protagonista de los razonamientos insensatos campa aplaudido y sin control; desde los cargos importantes a los lacayos, braman sin aportar los fundamentos. Se han fundido los hilos de las conexiones dialécticas, hasta destruir la CONFIANZA; ya es una especie desconocida. Su pérdida acabó con el intento de elaborar proyectos comunes, con la consiguiente frustración infiltrada en las relaciones sociales.


El horizonte se alcanza a ver con tormentosos nubarrones y terribles indicios de peores turbulencias en el futuro. Cabe pensar en mejores ideas resolutivas para modificar las tendencias, pero no avizoramos por parte alguna al REVULSIVO oportuno; muy al contrario, la contumacia de los despropósitos es desaforada, con alardes y sin reacción opositora de relieve.


El desplome de las razones y los argumentos, de las responsabilidades y los acuerdos, nos remite en exclusiva al imperio de los impulsos rudimentarios. El duende de la HOSTILIDAD subrepticia adquiere potencialidades increíbles y se convierte en el monstruo de las mil cabezas; es decir, con ninguna útil. El alcance de las actitudes degradantes aún se resiste a mostrar su verdadero rostro.

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