Este miércoles 6 de diciembre, un día antes de que se cumpla un año del golpe de Estado de Pedro Castillo, el ex presidente peruano Alberto Fujimori salió en libertad por decisión del Tribunal Constitucional pese a la recomendación de la CIDH de no proceder con esa medida. Desde 2009, Fujimori cumplía una pena de 25 años de cárcel por los delitos de homicidio calificado, lesiones graves y secuestro agravado.
Al igual que la historia política peruana actual, el curso de hechos en este proceso de excarcelación es engorroso. Con digresiones legales sometidas a los gustos ideológicos de ocasión (por ejemplo: el sesgo de izquierda de la mayoría de miembros de la CIDH que, así como desautoriza la liberación de Fujimori, admite la demanda del terrorista, cabecilla del MRTA y precursor de nuevas modalidades de extorsión, Víctor Polay Campos, en contra del Estado peruano. El chiste, pues, se cuenta solo. Así esta la CIDH: no mide con la misma vara los casos procedentes de Perú).
Dicho esto, ¿qué consecuencias políticas y sociales le generan a Perú tener a Fujimori en libertad? Ninguna. La izquierda está debilitada moralmente debido a su silencio cómplice durante la gestión presidencial de Castillo, ahora exvecino de Fujimori y aún vecino del expresidente Alejandro Toledo en Barbadillo, en donde cumplen prisión. Por su parte, podría creerse que la derecha está de fiesta. No es así. La derecha peruana está tan desprestigiada como su contraparte. Desde que Dina Boluarte llegó al poder mediante la sucesión, esta derecha le ha sacado lustre a su mote de “bruta” y “achorada”. Hace lo mismo que la izquierda que apoyó al presidente chotano. Ambas han perdido poder de convocatoria.
El pueblo no es idiota como creen las tiendas políticas e ideológicas. El pueblo ya les propinó su chicote (veamos un ramito: un Ejecutivo deslegitimado, un Congreso insultado y una nefasta gestión ministerial vista como una agencia de servicio para familiares y lacayos/chupes). Del mismo modo, el pueblo azota a los medios de comunicación. No cree en ellos. Hasta hace no mucho, el periodista era el Periodista, hoy es el “causa”, el aliado, el “pata” y últimamente el “jugador” (“Tengo un tema, pero necesito un jugador”, más o menos así). Estos especímenes deambulan por redacciones y sets. El lobby los identifica, el servilismo los justifica y la cobardía los delata. Practican el noble arte de contar las cosas a medias.
La salida de prisión del Chino forma parte de esa larga cadena de cosas inexplicables que solo pueden pasar en Perú (un eslabón: desde 2016 a la fecha: seis presidentes) y que han adquirido el carácter de normalidad. No será como la Navidad de 2017, cuando miles de personas salieron a las calles a protestar por el indulto de PPK a Fujimori. Esos tiempos de genuina indignación —aquella que no tiene trampa discursiva— no se repetirán. El pueblo ha visto últimamente demasiado horror ético en los bandos políticos e ideológicos. El pueblo está en otra: tiene que llegar a fin de mes y cuidarse de la inseguridad.
Ese es el Perú de hoy.
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