A las 6:55 de la mañana del jueves 28 de diciembre, llamado también el Día de los inocentes, falleció el músico peruano Pedro Suárez Vértiz. Tenía 54 años y padecía de parálisis bulbar desde 2007, extraña enfermedad que primero le afectó el habla para luego perjudicar todo su organismo. La noticia de su muerte desplazó a las de la estrambótica vida política y se convirtió en el tema con el que Perú se despide del 2023.
Desde sus inicios en Arena Hash (banda de pop rock fundada en 1985 e integrada por su hermano Patricio, Christian Meier (ingresa en 1988) y Arturo Pomar), Pedro mostraba una solidez creativa que provenía de la tradición familiar (compuesta por artistas y músicos), era un curtido melómano que devoraba música de todos los géneros, asimilando influencias a la caza del sonido propio (¿acaso el clásico “El rey del Ah Ah Ah” no le hace guiño a “That´s the way (I like it)” de KC and The Sunshine Band?). Tras la disolución de Arena Hash en 1993, Pedro emprende su carrera de solista, sin dejar de lado su propia herencia de Arena Hash: siguió siendo el mismo músico. No hubo en él cambio sustancial, como suele ocurrir con los miembros de agrupaciones desintegradas.
Entre festivas y sentimentales, sus canciones transitan por la universalidad de las emociones sin intelectualizarlas, alejadas de las modas musicales, actitud que le valió el reconocimiento del público que veía en él a un artista genuino en sus coordenadas. Temas como “Mi auto era una rana”, “Degeneración actual”, “Cuando pienses en volver”, “Me eleve”, “No pensé que era amor” y otros, no tardaron en conquistar la sensibilidad de peruanas y peruanos. Además, no pasó mucho tiempo para que su música deje de ser generacional para posicionarse como testimonio cultural (millones la cantan sin necesidad de conocer al detalle la cronología de su discografía, para qué más). Esta es una legitimidad que no se puede soslayar.
Desde el año 2010, se hizo fuerte un rumor: Pedro tenía problemas para cantar en los conciertos. En 2011, decide retirarse de los escenarios tras explicar, a grandes rasgos, los efectos de su enfermedad. Como era de esperarse, el malestar fue unánime y Pedro: ovacionado por lo que había entregado al rock pop peruano. Pero a diferencia de muchos artistas que al retirarse envejecen y mueren junto a su obra, la suya se ha mantenido con muy buena salud. Por ejemplo, en 2013 presentó su libro Yo, Pedro y en octubre de 2014 más de 30 mil personas le rindieron homenaje en el Estadio Nacional.
Visto hasta aquí, parece el relato perfecto, en donde el talento y la dignidad se unen para ser saludados y honrados. Cualquiera, en esas circunstancias, sigue la fórmula.
Pero no fue así. Pedro se puso mucho más participativo en el columnismo y, principalmente, en las redes sociales (3.2 millones de seguidores en Facebook y 831 mil en Instagram). Comienza otra etapa de su vida pública, en donde las opiniones sobre el acontecer político eran más frecuentes (al igual que todos, vio la catástrofe peruana de los últimos años: seguidilla de presidentes, Odebrecht, la pésima gestión de la pandemia, El lagarto, Pedro Castillo, Dina Boluarte y parecidos). Sin duda, un periodo polémico y a la vez aleccionador: supo ser incorrecto en tiempos de polarización.
Equivocado o no, sus opiniones nunca estuvieron envenenadas. Eso dice mucho de la persona detrás del músico. También se le extrañará por esa cualidad.
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