El presidente Milei logró que el engendro legislativo, denominada eufemísticamente “Ley de Bases y puntos de partida para la libertad de los argentinos” se aprobara en Diputados y que ese pronunciamiento mayoritario luzca preocupantemente holgado. Las esperanzas de detener este artefacto macabro quedan libradas a la discusión en particular de su desmañado y variopinto articulado. El proyecto es una amenaza concreta para la democracia por una multiplicidad de prescripciones dramáticas que conocemos. Y no habrá forma de detenerlo a menos que se eliminen las facultades extraordinarias concedidas a Milei, aunque sea por un día. Hay razones objetivas, políticas y también subjetivas que convierten ese valladar en un imperativo categórico. En una última defensa contra un experimento sin precedentes que el mundo mira con prevención inusitada. Estas facultades no pueden compararse con las extendidas previamente a otros presidentes argentinos. Estas prerrogativas se concederían a Javier Milei, un anarcocapitalista que, desde su subjetividad antisocial (Facundo Manes dixit) y de su fanatismo libertario reniega de cualquier tipo de intervención estatal y cree que la justicia social es una aberración.
Es lo que pregona uno de sus referentes contemporáneos, el profesor español Javier Huerta de Soto (https://www.youtube.com/watch?v=Ji7puuxoxgw) y reitera su colega Miguel Anxo Bastos, entre otros. De los demás libertarios que inspiraron con sus obras a Milei ya nos hemos ocupado en ediciones anteriores. Antes eran considerados meros islotes dentro de la disciplina económica. Por eso hay que conocer a los actuales ideólogos del anarcocapitalismo y sobre todo saber qué piensan del presidente argentino (https://www.youtube.com/watch?v=Tb_qdSxG9M0). Hoy participan de un cambio social que se traduce en discursos anticolectivistas y anticomunistas que Milei repite con peligrosa convicción macartista. Muchos de sus seguidores replican esas barbaridades que de una u otra forma han aprehendido. Un conjunto de fórmulas que, más allá de sus erráticas convicciones, no vienen a ajustar cuentas con el socialismo, sino que platean lisa y llanamente la eliminación del humanismo y de toda filosofía política o religiosa que incluya entre sus preocupaciones la justicia, la alteridad y la equidad. Hay una naturalización convencida del absurdo que reniega de lo social y lo comunitario. Sobre (o dentro) de ese dogmatismo cerrado se agregan, como a un caballo de Troya, la más rancia "casta" de contumaces endeudadores, filibusteros, negociantes incorregibles, ladrones de alcurnia, vaciadores de las cuentas públicas y entreguistas que ya formaron parte de un gobierno neoliberal que asoló a la Argentina.
El libertarismo es el trastornado e inexperto vehículo que posibilita que el poder real pase, con el correr de los días, a aquellos que no disputan teorías, dogmas morales ni planteos ético sociales que excedan sus propios intereses de clase y el de las oligarquías poderes concentrados y fácticos. Pero a su vez, Huerta de Soto (imagen) le advierte a Milei que si no lleva a cabo los cambios anunciados durante los primeros días de su gobierno “terminarÍa como Macri”.
Esto explica el apuro en poner en práctica la política de shock presidencial, para lo cual volvemos a invitar a escuchar los consejos del maestro al alumno. Claro, para poder llegar a realizar rápidamente esa transformación social regresiva, el presidente reclama las facultades extraordinarias, sin que estén dadas en absoluto las condiciones mediante las que restrictivamente las permite la Constitución Nacional. Esto ya lo plantea el jurista Gustavo Arballo (https://cenital.com/mas-que-un-omnibus-un-acordeon-una-delegacion-de-poderes-sin-antecedentes/), que trastoca adrede la pregunta sobre qué podría legislar Milei con esas facultades por la más precisa que indaga qué no podría legislar en base a esta delegación. Quienes quieran ejercitar su memoria y recordar las sucesivas intervenciones de Milei en los medios de comunicación, su concepción de la libertad y de la vida misma, no podrán legítimamente dejar de compartir la preocupación del constitucionalista y la nuestra, en caso de que esa delegación no logre ser dejada sin efecto en la votación en particular.
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