Los tres conceptos que encabezan este escrito son realidades que se muerden la cola. Si no se atienden en su conjunto la perjudicada es la libertad en abstracto. Sobre esta también hay que realizar una consideración pertinente: a veces es necesario tratarla en concreto, sin alcanzar vuelos filosóficos, porque de lo contrario se evaporará en la estratosfera de lo inaplicado y quizás inaplicable. Con ella ocurre como con la economía: hay demasiados autores que no bajan a la realidad y prefieren ser magistrales ante sus colegas que didácticos para los desinformados.
Lo primero que hay que decir sobre la libertad de expresión es que es una verdad circunstancial. Hay libertades de expresión sobre determinados asuntos parciales. ¿Qué se quiere decir con esto? Simplemente que cada estado permite hablar sobre aquello que para él no es problemático y en lo que sus fuerzas no están debilitadas. En circunstancias negativas se producirá una reacción defensiva que cribará esa libertad en nombre de la razón de estado. Por ejemplo: hay dos Europas; una primera no puesta a prueba; y otra que aún tiene que demostrar que es consecuente con lo que proclamaba antes, cuando no era puesta a prueba. Hoy por hoy es evidente que no es consecuente. Esta no es la Europa inicial. Ha debilitado la democracia en la cabeza y también en la base, conformada por las naciones. Una se escusa en la otra, lo cual en definitiva ha excluido a sus ciudadanos. ¿Cabría la hipotética posibilidad, por ejemplo, de que fuéramos a una guerra sin que nos preguntaran?
Hemos dicho estado; pero ¿es este el único controlador de la libertad de expresión? No. Están los propios medios de comunicación, los cuales responden a sus propios intereses. Estos no han de ser forzosamente los de las redacciones, sino los de los consejos de administración que alimentan económicamente (de darse el caso) a dichos medios. Puede que ese estado sea libérrimo en determinados asuntos, y ese medio, por el contrario, lleve una política restrictiva sobre determinados asuntos. Es decir, que hablar de libertad de expresión en abstracto no lleva a nada. Hay una expresión en la profesión que resume el asunto: la “milla periodística”. Debe ser un concepto anglosajón dado el sistema de medición. Significa que cuanto más se acerca un asunto al medio, menor es la imparcialidad y libertad sobre él.
Luego tenemos a los propios autores. A veces es tan incomprensiva y caprichosa la selección que aquellos comienzan a buscar causas posibles de rechazo y a autocensurarse. Esto no porque afecta a la política exterior, aquello al gobierno, a la oposición, a los abstencionistas, al semitismo. Lo otro a las mujeres, a los hombres, a los anunciantes, a los católicos, a los ateos. Hasta que el escrito es tan incomprensible por sus equilibrios que no es desechado porque su contenido atente contra algo, sino porque realmente es una verdadera porquería. La propia y cursi expresión de inapropiado se está convirtiendo en la cosa más inapropiada que haya producido el pensamiento contemporáneo. Ahora se ha completado con otra expresión eufónica: cancelación.
Pero no sólo esto. También está el telón de fondo principal que es el lector, El medio ha de estar atento a el, so pena de bajar la distribución. La cuestión es que la mayoría no leemos para abrir nuevos horizontes, sino para confirmar nuestra parcela privada de verdades indiscutibles. Intolerancia. Por lo general rechazamos lo que demuestra que nuestra verdad era sólo eso, nuestra, Las opiniones que buscamos han de ser absolutamente idénticas a las nuestras. Una buena idea parcial no vale si incluye opiniones indeseadas. Casi son actos de fe, no de razón. En Occidente hay bastante de esto. Una arrogancia cercenante que puede costar cara a quien la cultive.
Es muy frecuente que para defender una idea se haga todo lo contrario de lo que proclama o representa tal idea, Por eso, a veces, son mejores aquellos que dicen de forma chocante a dónde van, tratando de convencernos claramente. Verdaderamente peligrosos son aquellos para quienes adentrarse en territorios inexplorados es un atentado contra la responsabilidad (y contra las élites biempensantes). Alguien decía que el exceso de prudencia es la mayor de las imprudencias. Otros, decimos nosotros, confunden la mentira con la prudencia.
Los tiempos que corren están demostrando que cada época lleva en sí, efectivamente, su propia contradicción. Lo de la negación de la negación no es una mera pirueta filosófica. Hay tesis, antítesis y síntesis, sí. Clarificar esta realidad debería ser el objetivo principal de la libertad de expresión. ¿Si se recorta la libertad de expresión, cómo vamos a saber qué tenemos enfrente, cuál es el problema interno que nos lastra, si son válidas las soluciones que nos proponen?
Sabemos que hay que comer antes que filosofar. Esta es una poderosa verdad de carácter personal, individual. Pero también hay verdades generales insalvables, como la de que los pueblos han de asir su propio destino. No hacerlo es crear un vacío que será ocupado por otros, ajenos o enemigos de nuestros propios intereses. ¿Y cómo movilizar, hacer consciente a ese pueblo de estas realidades si se cohíbe libertad de expresión, la libertad de información, que a su vez es la libertad de pensamiento? Es difícil generar ideas oportunas sin poder leer a quienes no nos gustan. No somos una voz atípica que clama en el desierto. En su día la Asociación de la Prensa de Madrid lanteó el asunto.
Se dice que la primera víctima de la guerra es la verdad. Si la guerra es la continuación de la política, no tiene nada de particular que en la preguerra (es decir, en la política) la verdad esté amenazada. Hay que estar permanentemente vigilantes ante esta posibilidad. Además, hay otro concepto fundamental muy proclamado y poco interiorizado. El de pluralidad. La pluralidad ha de ser transversal, como se dice ahora. No es que deba haber medios plurales, sino permisividad dentro de nuestras propias conciencias. Distanciémonos históricamente. ¿tiene sentido desde una perspectiva histórica la persecucíón de Dante, de Servet, más lejos aún, de Hipatia? No hablaremos del nazismo porque es cosa de nuestra época. ¿Querremos ser incluidos dentro de aquellas bandas vandálicas del pensamiento? Una cosa lleva a otra. ¿Concebiremos una policía del pensamiento, con periodistas detenidos sin juicio?
¿Irrealidad? ¿Qué haremos si en un próximo futuro, en nombre del peligro de la manipulación, un cuerpo de élite ungido por el conocimiento de lo inapropiado comienza a extender por el mundo una visión unilateral donde sólo hay blanco y negro? ¿Era este el futuro para España? ¿Era este el futuro para Europa?
Y esa élite vigilante, ¿qué sistema de medida tiene cuando estamos viendo que los dobles raseros, cada día que pasa, son más la regla que la excepción? Además, efectivamente, en el mundo ha de haber reglas. Pero ¿estas van a ser secretas, como en el medioevo? ¿Tendremos que volver a la lectura entre líneas o ya no cabe ni este recurso? Alguien se echará las manos a la cabeza y dirá : “qué tremenda exageración”. Pero no olvidemos que estamos hablando de lo que no se habla. A lo peor estos alarmados viven en el país de Alicia. Y ya hay muchas cosas de las que no se puede hablar porque se desconocen los límites entre lo legal y lo delictivo.
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