Las elecciones en Galicia muestran qué ocurre cuando un partido político se pasa de frenada en una estrategia, obcecado y con esa inercia del que ya no puede recular.
Con Zapatero a los mandos, el PSOE arrancó su plan de acercamiento a todo lo que oliese a 'nacionalismo progresista' en cualquier parte del país. El objetivo era ganar poder regional y evitar como fuera que el PP tocase moqueta. Un discurso propio para cada región y otro diferente para el conjunto de España. Un todo vale que aunque parecía destinado al fracaso y rompía de cuajo con las esencias españolistas del partido, trajo con el tiempo buenos resultados en Cataluña (gobernando tras el Pacto del Tinell con Esquerra Republicana); en Valencia (con Compromis - una organización que engloba al nacionalismo y a la extrema izquierda valenciana); en Navarra ( en el poder junto a los nacionalistas de Geroa Bai y con el apoyo implícito de Bildu, al que le regaló hace semanas la alcaldía de Pamplona como contraprestación); en País Vasco (gobiernan con el PNV y pronto lo podrían hacer con Bildu tras las elecciones vascas de este año); y en Aragón ( desde 2015 hasta el año pasado gobernando con la Xunta Aragonesista, la versión mañica del nacional-progresismo).
La estrategia de aliarse - en algunos casos mimetizarse- con cada uno de los partidos nacionalistas de izquierda no ha traído aún frutos en Galicia, sino más bien descalabro. Aquí el plan con el BNG lleva fracasando decenios, machacado con sucesivas mayorías absolutas del PP, tan bien incrustado en la sociedad gallega como buen percebe a la roca.
La desesperación era tal que esta vez la sucursal gallega del PSOE (PSdeG) dedicó la campaña a pedir el voto -implícitamente y algunas veces casi de manera explícita- para el BNG, intentando con esto que ellos consiguieran más escaños que dieran la suma y así desbancar por fin al PP. El mensaje caló en algunos simpatizantes socialistas, engordando el resultado de los nacionalistas gallegos, pero provocó la desmovilización de otros muchos, hartos de las peleas internas y de esta estrategia suicida.
Se pasaron de frenada, o peor aún, ni siquiera frenaron, inmolándose y acercándose a la irrelevancia en Galicia. Por debajo del 15%, solo 9 de 75 diputados y cebando a su rival 'ideológico' tanto que se hace complicado vaticinar cuando los socialistas serán de nuevo la fuerza hegemónica de la izquierda gallega. Cuando llevas tanto tiempo con una estrategia que en otros sitios te ha dado resultado, sigues y sigues pasando líneas rojas y haciendo estupideces; entre ellas, derrotarte de antemano y regalar a un rival lo poco que tienes con tal de quitarle a tu gran enemigo (PP) el poder. Cueste lo que cueste. Todo por el poder, aunque sea poco.
¿Será el principio del fin de la estrategia creada por Zapatero, o la gallega es la excepción a la regla que seguirá funcionando en el resto de España? Me apunto a esta última opción. Mientras ese millón de españoles - que no iba a votar al Psoe en las pasadas generales- siga haciéndolo pase lo que pase con tal de evitar el paso de la 'ultraderecha', Sanchez seguirá a saco con la estrategia de alianza con los nacionalismos, que no le penaliza a él.
Y si hay que mimetizarse también con la 'ultraderecha' catalana de Junts, se hace. Todo sea por España.
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