Traigo a colación el mito de la Naturaleza. Sustentó la 'physis' de los griegos y el panteísmo cristiano, y está en la base del antagonismo Naturaleza/Cultura, dos conceptos metafísicos y controvertidos. Se trata de esa naturaleza casi inefable a la que superponemos intenciones o finalidades, ante la que mostramos una suerte de fascinación mística en algunos casos, denominándola así, en singular, como cuando Baltasar Gracián escribió aquello de “donde no hay artificio, todo lo pervierte Naturaleza”. El artificio como resultado de la Cultura y, al otro lado, esa naturaleza sustantivada, igual que la sustantiva el ambientalismo actual.
Sospecho que, en el fondo de ello, anida el panteísmo. Se trata de una concepción filosófica y religiosa según la cual o bien el Cosmos entero es una extensión de la divinidad, o bien se considera que Dios está presente en todas las cosas.
Revive el panteísmo en el ecologismo actual, cuyo origen se puede situar en Rachel Carson, bióloga marina estadounidense que publicó, en 1962, “Primavera Silenciosa”, obra a la que se atribuye el inicio del ambientalismo coetáneo, que ha ido evolucionando en las últimas décadas con distintas variantes y tendencias, algunas extáticas, basadas en el misticismo de Gaia, y otras más recientes y radicales como el activismo último, casi en la línea del animismo, y siempre en el caldo de cultivo de una suerte de antihumanismo que nos hace responsables de profanar la pureza de un entorno prístino e invariable. Cada vez más, parece predominar ese concepto metafísico de Naturaleza, derivando en ocasiones hacia una suerte de religión laica y monoteísta, con el ecosistema como Dios único y verdadero.
Volvemos siempre a la creencia, aunque la disfracemos de otra cosa. Consideraba Michel Crichton que la historia tiende a repetirse porque “la gente siempre cae en las mismas trampas y comete los mismos errores una y otra vez”. No sé si es la historia la que se repite, de verdad o como farsa, pero no hay duda de que lo de las trampas y los errores resulta plausible. Así ocurre en el caso del mito de la Naturaleza, que parece relacionarse con el del pecado original. Aseveró Franz Kafka, allá por 1917, en "Aforismos, visiones y sueños", que se nos expulsó del paraíso terrenal “por causa del árbol de la vida con el objeto de que no comiésemos sus frutos”. Algo así se vislumbra hoy, y generamos la culpabilidad de no haber sido pasto de depredadores, de tener éxito como especie, creando la cultura y la civilización, osando, por tanto, comer esos frutos del árbol de la vida.
La clave es la culpa. Se trata de sentirnos culpables y pecadores contra ese Dios único de la Naturaleza sustantivada. Parafraseando a Carl Sagan, que, a su vez, emulaba a Darwin, “la extinción es la regla y la supervivencia es la excepción”. Pues bien, hemos sobrevivido como especie y lo hemos conseguido, en gran parte, según Yusuf Harari, por nuestra capacidad para crear y compartir relatos, que, a su vez, nos permitió una colaboración flexible antesala de constantes cambios. Y por eso estamos donde estamos, porque abandonamos el paraíso, y nos quieren culpables en sentimiento quienes no admiten el cambio, y ni siquiera el progreso. Huyamos de quienes nos piden ser conservadores, o conservacionistas, o volver atrás para no contaminar a la inmaculada, y glorificada, pureza originaria. Así es el contexto de la nueva religión del ecologismo como reedición del mito de la Naturaleza y con fuertes componentes animistas, personificando a elementos naturales, como los ríos, o derivando hacia eso que ha dado en llamarse animalismo.
Se trata de un relato, tal vez del gran último de los relatos contemporáneos. Y sabemos que el relato, como afirma Harari, es lo que nos hace humanos; no importa la verdad o la mentira, solo que el relato sea asumido por un número amplio de parroquianos. Y ese el caso del ecologismo, de la nueva religión que puede llevarnos a fenecer de éxito. Tiempo al tiempo.
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