Nació el Barón de Münchhausen, noble alemán, allá por 1720, y pervive su recuerdo por la manera en la que, al parecer, narraba supuestas gestas bélicas mediante relatos excesivos en cuanto a ausencia de verosimilitud. Incluían esas fábulas episodios tan exagerados como aquel en el que aseguraba haber viajado a la luna montado en un proyectil, sin olvidar el más conocido, refiriendo en el mismo la proeza que le llevó a salvarse de unas arenas movedizas tirando hacia arriba de su propio cabello.
Sus historias fueron recopiladas en la obra titulada "Las aventuras del Barón Munchausen", escrita por Rudolf Erich Raspe, que creó así un personaje literario a partir del aristócrata real. Utilizaba a menudo Gustavo Bueno el pasaje de las arenas movedizas para reducir al absurdo la idea, por él considerada metafísica, de los Derechos Humanos como realidad absoluta y previamente dada. Lo traigo a colación porque podría servir como caricatura de según qué tics ideológicos de nuestro tiempo.
En relación con lo anterior, muchos de los eventos narrados en los relatos son claramente imposibles, y ofrecen una sensación de mendacidad sin trabas, lo que ha llevado a que el término "síndrome de Münchhausen" se utilice en psiquiatría para describir a personas que inventan síntomas o inducen enfermedades en sí mismas para llamar la atención o que, en el caso del llamado “síndrome de Münchhausen por poderes”, superponen o provocan los síntomas en otros, siendo, en el caso de niños, un variante de maltrato infantil.
Cabe preguntarse si el síndrome se extiende de lo individual a lo colectivo, o sociopolítico, a través del victimismo como estrategia, acción y resultado de la ingeniería social que nos anega. Así, el “síndrome de Munchausen por Internet” es citado como versión renovada del síndrome clásico, y se refiere al fingimiento de una enfermedad buscando protagonismo en las redes sociales o, incluso, donaciones millonarias, de las que hallamos ejemplos varios en la Red. El Servicio Nacional de Salud (NHS) de Reino Unido lo describe como síndrome reciente.
¿Padecen, por otra parte, el síndrome, real o impostado, quienes dirigen y organizan nuestro mundo? El victimismo ha devenido en argumento político e ideológico. Ya en 1994, publicó Robert Hughes “La cultura de la queja” (1), obra en la que se profetiza acerca de lo que le ocurrirá a las sociedades que adopten el victimismo, afirmando que “acabamos por crear una infantilizada cultura de la queja, en la que papaíto siempre tiene la culpa y en la que la expansión de los derechos se realiza sin la contrapartida de la otra mitad de lo que constituye la condición de ciudadano: la aceptación de los deberes y las obligaciones”. Por su parte, Daniele Giglioli (2) analiza la ideología victimista con estas palabras: «La víctima es el héroe de nuestro tiempo. Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. La posibilidad de declararse tal es una casamata, un fortín, una posición estratégica para ser ocupada a toda costa. La víctima es irresponsable, no responde de nada, no tiene necesidad de justificarse: es el sueño de cualquier tipo de poder».
Queda claro que el victimismo se va convirtiendo en trasunto ideológico y en justificación de todo aquello que se quiera imponer sin posibilidad de rechazo. ¿Quién va a negar acciones o ideas encaminadas, al menos aparentemente, a paliar la situación de cualquier individuo o colectivo devenido víctima? No importa que, incluso en el caso de existir el agravio, los victimarios sean los mismos que proponen la solución, pues no se trata nunca de los designados, en cada caso, como ultrajados sino de crear rediles ideológicos que igual sí que convierten en víctimas reales a todos los que estiman en algo su libertad. -----------------------
1. Hughes, R: La cultura de la queja, Anagrama. Barcelona, 2006 2. Giglioli, D.: Crítica de la víctima. Herder, Barcelona, 2017
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