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Siempre he sido curioso. Está muy bien analizar el porqué de las cosas que cada día ocurren a nuestro alrededor, y ya desde que era un niño me preguntaba cómo es posible que un hombre pueda caminar sobre un cable, o que un barco navegue sin hundirse como si pesase lo mismo que el corcho de una botella de vino.
Al cabo de más de tres años de hostilidades, esta semana se anunció desde Arabia Saudita que la paz se vislumbra en Ucrania, a pesar de mostrarse esquiva la solución militar que llevó a una costosa guerra que involucró a decenas de países, en un reconocimiento explícito de lo que se buscó negar desde el principio: el status de Rusia como potencia mundial.
“Te veo más como amigo” era la frase final que ninguno queríamos oír, que solía ir precedida de una retahíla de buenas sensaciones –“me lo paso muy bien contigo, me escuchas, nos reímos juntos…”– que se torcían cuando aparecía el inevitable “pero” que acababa culminando el rechazo.
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