Arnold J. Toynbee, uno de los más grandes historiadores de todos los tiempos, dijo que las civilizaciones no mueren por asesinato sino por suicidio.
¡Cuánta razón llevaba y qué cerca estamos de comprobar que algo así le sucede a la nuestra!
Mirar a nuestro alrededor es contemplar el horror constante y estúpido de la guerra, el odio entre pueblos o personas que debieran sentirse como hermanos, la violencia como lengua franca de quienes sólo piensan en destruirse unos a otros, crueldad inmensa y, sobre todo, doble moral e impunidad.
Escribió Javier Marías en su novela Los enamoramientos: «La impunidad del mundo es tan inabarcable, tan antigua y larga y ancha que hasta cierto punto nos da lo mismo que se le añada un milímetro más». También llevaba mucha razón. No parece importarnos que cada día nos levantemos con cada vez más casos de crímenes que quedan impunes y sobre los cuales, si acaso, tan sólo se piden cuentas con la boca pequeña, no de la forma en que, quien puede hacerlo, podría acabar con ellos.
La indignación y el asco ante la inacción de los dirigentes de las grandes potencias mundiales frente a los desmanes criminales que comete Israel contra el pueblo palestino sólo son comparables a los que provoca su doble moral a la hora de responder a la invasión de Ucrania y a la de Palestina. Y no hay quizá dos muestras más evidentes que estas dos últimas de que los conflictos más inhumanos que se vienen produciendo en el planeta son los que más fácilmente se hubieran podido evitar si quienes dominan la comunidad internacional aplicaran sus principios siempre por igual, en lugar de utilizar su habitual, vergonzosa y cómplice doble vara de medir.
Las potencias que se someten a los intereses de Estados Unidos y le obedecen, entre las que destaca para nuestra desgracia la Unión Europea, no son desde luego responsables directas de lo que está sucediendo en Ucrania o Gaza, pero sí culpables de haber permitido que se llegue a la situación actual, o incluso de haberla provocado casi de forma inevitable. En el primer caso, incumpliendo compromisos y generando un riesgo existencial ante el que cualquier país hubiera reaccionado antes o después como lo hizo Rusia; en el caso de Israel, al haber permitido sistemáticamente y desde hace años que este país incumpla los acuerdos internacionales y cometa crímenes de lesa humanidad.
Yo no confío ya en que esos dirigentes que indujeron los problemas sean capaces ahora de frenar el desastre que estamos viviendo y evitar que vayamos directos al abismo, mucho peor, al que nos dirigimos. Mientras la población no reaccione y despierte, mientras las calles no se llenen de millones de seres humanos, simples seres humanos de cualquier ideología, reclamando la paz y nada más que la paz y la rendición de cuentas, el fin de la violencia y de la impunidad, lo que estaremos contemplado será el suicidio a paso lento de nuestra civilización.
Claro que, en esta situación, cabe hacerse la misma pregunta que le hicieron a Gandhi y responder como él: «¿Civilización occidental? ¡Sería una buena idea!».
|