¿Qué tienen en común Estocolmo y Buenos Aires, dos ciudades opuestas, no sólo geográficamente?
¿Es casual que la bandera de Boca Junior, uno de los clubes más antiguos del fútbol argentino, haya elegido sus colores “xeneizes” gracias al emblema de una embarcación sueca que atracó, hacia 1905, en el puerto de Buenos Aires- hoy, barrio de La Boca -? ¿Debemos al azar que el cine de Ingmar Bergman haya sido aclamado, a sala llena, en los principales cines porteños? ¿Que Stieg Larsson, Henning Mankell y Lars Gustafsson ocupen vastas estanterías y vendan ejemplares a los locales fanáticos del misterio y de la cultura suecos? ¿Se trata de un acto de fe que algunos juristas argentinos hayan propuesto instituir en los albores de la democracia de 1983 el ombudsman para ejercer un control eficaz de los actos de gobierno? ¿Qué nos une a argentinos y suecos? ¿Nos vincula sólo el turismo? Una respuesta podría encontrarse en la fascinación que produce el habitar cerca de los Polos. Porque Argentina tiene a Tierra del Fuego como su paraje del fin del mundo y Suecia, sus tierras en el comienzo mismo del mapamundi. Estocolmo y Buenos Aires, construidas a la vera del agua - Buenos Aires, a espaldas del Río de La Plata (su casco histórico, el globalizado y moderno Puerto Madero hoy ya no rechaza al río) - ¿tendrán ambas ciudades como insulares a sus habitantes? En la región del Río de La Plata se sufren temperaturas tropicales durante el verano. En Buenos Aires (ciudad y provincia), azotan nuevas y viejas enfermedades y pandemias, muchas incomprensiblemente provocadas por la desidia e insensibilidad de sus gobiernos (falta de campañas públicas de prevención, de vacunas, de sentido común). Los inviernos suelen ser húmedos, lluviosos. En el NOA, la amplitud térmica es grande debido a las montañas y en el sur, el viento es constante, y paraliza el frío. En Suecia, la nieve no cesa durante el invierno y la primavera se anuncia, discreta. Falta luz solar durante los crudos meses de diciembre, enero y febrero, y el fenómeno de la luz blanca amenaza cada verano. Los porteños somos locuaces e histéricos; los holmienses, distantes y austeros.
Estocolmo, unión de islas y Buenos Aires, urbe portuaria, no han podido negarse a las migraciones y a sus consiguientes desplazamientos culturales y corrimientos ideológicos. Los locales sostienen su cultura, los inmigrantes aportan la de ellos. Se tratan, todas, de cuestiones que aparecen en la narrativa y en algunos de sus arquetipos culturales. Desde Ulises, las islas son engañosas: creemos estar asentados en la tierra y nos hallamos rodeados del mar, del río. Pensamos encontrarnos en puerto seguro pero nos bordea un río profundo de aguas caprichosas. Norte y sur, cada uno con su visión del mundo, sostienen sus topografías y un deseo común de continuar la vida social haciendo, como pueden, su enlace al otro. La narrativa constituye parte de la organicidad simbólica de un país y algo siempre queda oculto entre los pliegues de su sentido. Sus significantes son develados por lectores e intérpretes, demostrando que el mito de Ulises continúa vigente. Para Grenier, las islas constituyen la metáfora perfecta para interrogarse acerca de las soledades, esos parajes humanos deshabitados, aquel vacío existencial de postguerra, común a Sartre y su época. Aún en este siglo, la narrativa sueca remite, sin embargo, a un sujeto solitario, en sempiterna convivencia con la naturaleza. Secretos de familia, silencios (a veces, en demasía, por ello inadecuados). Aislado por su geografía, éste convive por imposición de la normatividad y de su cultura. ¡Por imposición! Porque carga el vacío propio de su enajenación, probablemente debido a las grandes distancias deshabitadas: el mar y los lagos; el bosque, su flora y su fauna.
En Buenos Aires y las capitales de provincia hay cosmovisiones foráneas que conforman un habla y remiten a idiolectos. Subsiste, sin embargo, un negarse a ver en profundidad lo cotidiano, que repite un síntoma al infinito. La nueva literatura argentina se apropia de estas paradojas. Washington Cucurto, Samanta Schweblin y Mariana Enriquez, algunos ejemplos... Una mirada literaria hacia dentro, en tanto el afuera pesa y se deja traslucir a través de aguerridos narradores con venas distópicas, cultivadores de la ciencia ficción, lo fantástico y la cuentística de la indigencia, lo monstruoso y sobre los fuegos, sus cenizas y muchas sombras. Lo propio sucede con la literatura sueca, que denuncia a través de la novela negra, valiéndose de tramas donde secretea el malestar subjetivo, pese a que Suecia vive (aún) en un Estado de bienestar. Si el ensayo es la conciencia pública, la ficción es la privada que se expande para reflexionar junto a sus lectores acerca de lo doméstico compartido: dolor, humillaciones, alegrías y pérdidas. Las condiciones de producción, de lectura y de interpretación de la narrativa dependen de factores contextuales que van más allá del autor y de su obra. Leerles supone una apertura hermenéutica en su más vasta posibilidad.
Pese a estas grandes diferencias, ambas urbes comparten, quizás sin saberlo, la fascinación de las islas geográficas: no se bastan a sí mismas. Buscan al otro a modo de renovada esperanza o se colocan, como Estocolmo, en situación de ser buscadas para ofrecer sus discretos significantes al turista y al extranjero casual o residente. Donde vivimos, somos. Una sociología del espacio y una hermenéutica de la vida cotidiana pueden contribuir a que Occidente, todo, deje de ser un contrato y una masa geográfica aislada en su emergencia. Si se continúa imponiendo lo universal, que enmascara individualismos sin registro del otro, aparece en reversa la necesidad de aislarse, convivir con los más próximos por identidad semiótica. El inicio de este siglo, sea en Estocolmo o en Buenos Aires, protagoniza el caos reactivo que genera la globalización en crisis (nacionalismos proteccionistas extremos, insularismos y odios; guerras regionales y decisiones políticas sinrazón). Mientras tanto, en la literatura aparece lo ominoso y fantástico como un grito desesperado, pero desaparece la crítica. Relata Henning Mankell (escritor sueco, fallecido): "El bosque se abrió tras una empinada cuesta. Había algunas casas al lado de la carretera. Algunas estaban derruidas, vacías, en otras, quizá todavía vivía gente. (...)El bosque se había extendido muy cerca de las casas, de las herramientas oxidadas, de los parados cubiertos de maleza. Un abejorro desorientado en otoño cruzó zumbando por delante de mi cara. (...) Pero no se oía ni un alma". HéctorTizón (cuentista jujeño argentino, fallecido) escribe: "Durante el día brilla el sol del trópico y las palabras de las gentes son casi tan espontáneas, difusas, como en las tierras bajas; de noche, en cambio, reina el frío y el silencio y las palabras son escasas, opacas, sólo exorcismos de la memoria".
Estocolmo une islas. Buenos Aires, ciudad también portuaria, ejerce hegemonía económica y financiera, impensadamente aún, en el territorio argentino. No siempre miró al río, excepto algún añejo barrio como La Boca. La bandera de uno de los principales clubes de fútbol (los “bosteros”) lleva los colores del emblema sueco. El porteño ha buscado significantes en el afuera y aunque el holmiense ofrece al otro sólo los suyos, hay visiones compartidas en las Letras. Porque al decir de Edgar Morín, la vida es prosa y su sentido lo aporta la poesía.
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