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El significado del sufrimiento: perspectivas budista y cristiana

Ambos ofrecen caminos distintos hacia la comprensión y aceptación del dolor humano
Llucià Pou Sabaté
jueves, 18 de abril de 2024, 09:39 h (CET)

El sufrimiento, un fenómeno omnipresente en la experiencia humana, ha sido objeto de reflexión y análisis por parte de diversas tradiciones religiosas a lo largo de la historia. En este artículo, exploraremos las perspectivas budista y cristiana sobre el sufrimiento, centrándonos en sus diferencias fundamentales y en cómo abordan el sentido y la aceptación del dolor humano.

   

En el budismo, Buda enseñó que la vida está intrínsecamente ligada al sufrimiento. Su célebre afirmación de que "la vida es sufrimiento" resalta la inevitabilidad del dolor y la insatisfacción en la existencia humana. Dice: “la vida es sufrimiento; la necesidad de vida provoca, inevitablemente, sufrimiento; ahoguemos esta necesidad y seremos libres”. Es punto esencial en el budismo. Para los budistas, la liberación del sufrimiento se encuentra en la comprensión y la superación de los deseos y apegos, buscando alcanzar un estado de desapego y paz interior.

   

Me parece que si bien hay ahí un intento de explicar el sufrimiento, no veo yo allí un amor perfecto, pues todo en la vida tiene un sentido, y el sufrimiento no puede ser menos, es como si me hablan en una lengua extraña y pienso que aquello es incorrecto: tendré que aprender la lengua de la naturaleza, lo que me habla el sufrimiento para poder trascenderlo. El sentimiento, que está ligado al sufrimiento, me habla de una capacidad de superación. Ésta es la diferencia con la fe cristiana: el sufrimiento tiene un sentido; su significado es de amor, y por eso le damos un valor expiatorio (vernos con deficiencias –pecadores- necesitados de sacrificio, de expiación), pero no somos faquires, sino que el sufrimiento no sería nada si no tuviera un significado de amor sublime.

   

En contraste, pues, la fe cristiana presenta una perspectiva diferente sobre el sufrimiento. Si bien reconoce la realidad del dolor humano, el cristianismo lo interpreta en el contexto de un amor divino redentor. Según esta visión, el sufrimiento tiene un propósito más profundo: el de expiar el pecado y acercar al individuo a Dios. A través de la aceptación amorosa del sufrimiento y la unión con la Cruz redentora de Cristo, los cristianos encuentran consuelo y esperanza en medio del dolor.

   

Un ejemplo que ilustra estas diferencias puede encontrarse en la historia de dos personas enfrentando una enfermedad terminal. Desde la perspectiva budista, uno podría buscar liberarse del sufrimiento a través de la aceptación y el desapego, encontrando paz interior a pesar de las circunstancias adversas. Por otro lado, desde la perspectiva cristiana, la misma situación podría ser vista como una oportunidad para unirse al sufrimiento de Cristo y ofrecerlo como un acto de amor y redención.

   

Es decir, el budismo promete una solución al terrible tema del sufrimiento, que nos cuestiona con preguntas. Es como una cerradura para una puerta y no tenemos la llave, pero la llave en mi opinión –y salvando esta gran filosofía que nos aporta mucho- no es la ausencia de sufrimiento como propone el budismo, esto es una explicación. La llave que abre el camino de la felicidad es el amor. El sufrimiento no es un problema que puede resolverse, sino un misterio que no se comprende, pero puede aceptarse y vivirse con alegría  cuando se ve su sentido. No con anestesia, sino con darse a los demás. No con una idea de amor, sino con un sentido de sacrificio por amor, que es vida para los demás, resurrección.

   

Y para un cristiano, al saber que tiene un sentido de unirse a la Cruz redentora de Cristo, tiene un valor particular, pues no hay cosa que más desee el amante que el cielo del amado, y a eso se puede unir con el sufrimiento aquel que ama. Esto nos abre a la esperanza, que nos dice que en la eternidad veremos que todo tiene un significado, pero por ahora lo único que podemos decir es “no entiendo, Señor, pero confío en tu bondad”. Esa intuición de amor llega más lejos que la mente.

   

La aceptación amorosa nos abre a una escuela de aprendizaje, en la que los sentimientos se integran en una visión de que todo sirve para la misión que Dios tiene con nosotros, y todo será para bien. Ya no se trata de ver el sufrimiento como único mal pues encuentra un sentido, ni la insensibilidad estoica que intenta también no permeabilizarlo, sino de una esperanza que da fuerzas para tener un motivo en esa lucha que llamamos sufrimiento. Decía un salesiano: "No quiero sufrir por sufrir, ni sufrir con resignación. Quiero que mi dolor sea esperanzado y no de sabor estoico. Yo me resigno al dolor porque sé que Dios me ama y cuando ahora me da esta misión es porque sabe que puedo cumplirla. Esto me llena de orgullo, pues Dios confía en mí. Espero no defraudarle".

   

Quizá, quien mejor ha sido capaz de describir ese aspecto es aquel político y humanista que fue Tomás Moro, quien dijo estas palabras consolando a su hija, poco antes de su propio martirio: "Nada nos puede pasar que Dios no haya querido. Todo aquello que Él quiere, por malo que nos pueda parecer es, no obstante, lo que hay de mejor para nosotros". Se trata de una apertura al misterio divino, una confianza total en no tener agenda propia sino estar a lo que Dios quiera, sabiendo que eso será lo mejor. En este sentido, podemos decir que lo mejor siempre está por llegar.

   

En resumen, mientras que el budismo aboga por la superación del sufrimiento a través del desapego, el cristianismo encuentra sentido en el sufrimiento a través del amor redentor de Dios. Ambas perspectivas ofrecen caminos distintos hacia la comprensión y aceptación del dolor humano, reflejando la diversidad y la riqueza de la experiencia religiosa en la búsqueda de la trascendencia y la paz interior.

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