Os cuento. No hace mucho tiempo, pero poco tampoco, existió un sujeto que aglutinó bajo su mando todos los poderes de su Estado, consiguiendo que el culto a su persona se convirtiese en una fuerza unificadora al actuar de denominador común de varios grupos políticos y clases sociales, utilizando magistralmente sus palmeros y la propaganda para justificar su autoridad, sus programas y alentar el apoyo popular.
Dice la Historia que, en un primer momento, todos los esfuerzos para enaltecerlo se agruparon bajo una oficina de prensa, para posteriormente crear un Ministerio especial, con el propósito declarado de decir su verdad absoluta, refutar las mentiras de sus enemigos y aclarar las ambigüedades que se fueran presentando. Así, si aparecían contradicciones internas, éstas quedaban plenamente justificadas como producto de su propia naturaleza. Fue tal el culto hacia él que se enquistó en la sociedad una frase, estandarte de su poder. “Siempre tenía razón”.
Continúo con el relato. La cosa era tal que una publicidad interminable giraba en torno suyo, con medios de comunicación que recibían instrucciones sobre qué informar exactamente. Aparecía como un hombre familiar o incluso común. Esto reflejaba su presentación como ser universal, capaz de todos los temas. Como anécdota decir que dejaba una luz encendida en su oficina mucho después de dormirse para poder presentarlo como un insomnio a su naturaleza impulsada al trabajo. Practicaba varios deportes, encarnando cualidades como dinamismo, energía y coraje. Incluso seleccionaba qué fotografías podrían aparecer, rechazando algunas en las que él no resaltaba sobre el grupo.
Sigo. Cabe destacar también, por qué no, el aspecto erótico del culto: aunque se le retrataba como un hombre de familia, al mismo tiempo, la propaganda estatal hacía poco para contrarrestar la idea de que tenía magnetismo sexual, guapo hasta romperse. Además, por si era poco, le comparaban con San Francisco de Asís, quien sufrió y se sacrificó por los demás.
El estilo melodramático de su oratoria era pantomímico y litúrgico, sus discursos eran representaciones teatrales inspiradoras de la fe en su persona (la multitud no tiene que saber, tiene que creer). Su imagen proclamaba que había mejorado a su pueblo moral, material y espiritualmente. Y para terminar con la exposición, que ya aburre, dos pinceladas. Se autoproclamó Defensor del Islam y llegó a realizar milagros. Tal cual. Sentado en el trono celestial, con Cristo lavándole los calzoncillos.
Y vosotros me diréis que a qué viene este rollo. Pues veréis. Todo lo ocurrido estos últimos días, toda la estrategia planteada y toda la maquinaria orquestada alrededor de la coña burlona vivida, se me antoja similar a algo que uno, en su extinta EGB, estudió. Siglo XX. Tras la Primera Guerra Mundial. Benito Mussolini…
Ahí os lo dejo. Libre de interpretaciones, pero, leches, el camino que lleva nuestro trino Pedro (Padre, Hijo y Espíritu Santo) nos conduce al Duce. Falta sólo la creación del Ministerio (todo llegará) y multiplicar los panes y los peces. El resto lo está clavando…
|