Acostumbrados a los adornos políticos, cuya finalidad no es otra que entregar a las gentes a las creencias, mientras grupos de intereses variados hacen sus particulares negocios, quizá no estaría de más desprender a la política de la apariencia que le sirve de compañía y colocarla ante esa realidad situada más allá de la verdad oficial. Lo que quiere decir lavar la cara al poder político para mostrarle sin maquillaje. Esta sería una pretensión razonable, pero no conveniente. Basten unas pocas apreciaciones realistas sobre sus soportes básicos para aclarar el despropósito del planteamiento.
Tocando el tema del gobierno de todos —lo que en su época se llamó democracia—, ya se hizo una llamada de atención sobre su significado actual cuando se habló de totalitarismo invertido, resultado del entendimiento entre el Estado y el sistema empresarial. Se puso en evidencia, tiempo atrás, quien mandaba realmente, donde el Estado pasa a ser una marioneta del poder económico. Realmente, en la práctica, a las masas les resulta indiferente que sea un partido político o una minoría económica quien las dirija. Primero, porque desde siempre se han sometido pacíficamente al elitismo. Por otra parte, se ha creado un ambiente de apatía generalizada en torno a la política, dejando que la hagan otros, orquestado desde la dirección del mercado, para que las gentes se entreguen a él con mayor dedicación y dejen hacer libremente a la minoría gobernante de turno.
La política ha quedado reconducida a titulares, ofertas y ocurrencias de los partidos, servidas por los medios, y a ese espectáculo electoral que se oferta de cuando en cuando y que el ciudadano contempla el fondo desde la barrera, limitándose a polemizar sobre el asunto de ver quién da más, pero sin participar en el juego. Finalmente acabará votando con los mismos efectos que si no votara, porque todo ha sido decidido previamente por otros. Hubo un tiempo en el que intervenía con su voto y hasta podía decidir quien deseaba que fuera su mandante, pero ahora, bajo la influencia de las tecnologías de la manipulación, se le escatima tal oportunidad teledirigiendo su papeleta electoral, con lo que el resultado de la votación viene a expresar los intereses ajenos.
En definitiva, es la vuelta a la minoría de edad política de los tiempos del absolutismo, y el proyecto de la Ilustración tiempo perdido, puesto que todo intento de ilustración al margen del mercado ha sido un fracaso. Terreno abonado para que arraigue el nuevo totalitarismo dirigido por el poder económico, cuya dimensión política atiende a buscar beneficios para el mercado adoptando variedad de formas. Su instrumento más destacado, la democracia al uso, es el paso previo que permite contar con el favor de los ciudadanos, creyendo que realmente eligen a sus representantes políticos, cuando quienes resultan elegidos solo representan los intereses de su propio partido, de las grandes corporaciones y del capitalismo. Las gentes se inclinan, afectadas por la propaganda, a tenor de su cantidad y cualidad desplegada por el marketing político, que opera movido por el dinero del fondo, siempre con la misma finalidad de seguir el trazado marcado por la auténtica elite del poder.
De ahí que en este ambiente, el capitalismo haya tomado la dirección de la vida política ciudadana, mientras el mercado lo hace del resto de la existencia, conforme a los dictados capitalistas, al igual que el totalitarismo clásico de partido lo hacía con sus ciudadanos, usando de las viejas alegorías en torno a la grandeza de un pueblo, servidas por la elite que aupaba a un líder de circunstancias, que estaba condenado a ser un muñeco roto. El método para provocar dependencia colectiva ha cambiado, ya no se acude al tópico de las virtudes de una elite de vendedores de mitos de superioridad étnica y cultural, que alimentaban el espíritu de grandeza entre las masas, sino que ahora se alienta la indiferencia, la falta de valores locales, dejando que solamente haya grandeza en las fábulas que presenta el mercado, a través de los medios, como si se tratara de vivir una ficción cinematográfica. La superélite actual no precisa de publicidad ante las masas para realizar su proyecto de nuevo orden, de ahí su discreción, porque lejos de mostrarse en el primer plano del escenario se queda tras el cortinaje para que den la cara sus peones, que son los encargados de representar la comedia mediática.
Como se observa, si el sistema político se desprendiera del maquillaje habitual, no estaría tan bien visto para algunos. Por eso, es preferible contemplarlo con el rostro maquillado, porque parece más bonito. Además, siguiendo el juego al modelo establecido y teniendo en cuenta que ciertas cosas tienen mejor aspecto usando de la apariencia, cuando la realidad no suele ser tan presentable, es por lo que, en este caso, el maquillaje resulta imprescindible. De ahí que la política no crea conveniente mostrarse a cara descubierta ante las gentes y lo haga debidamente maquillada para salvar el tipo y cumplir su doble cometido. Puesto que, por un lado, se trata de entretener al auditorio de la sociedad del espectáculo y, por otro, alimentar el negocio personal de una minoría privilegiada.
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