Vivimos en un país cainita que lleva toda la vida con sus habitantes tirándose los trastos a la cabeza. Desde que dimos el vuelco hacia la democracia, ya hace casi setenta años, vivimos en un ambiente político que se preocupa más de resaltar lo que nos separa, que de poner en marcha lo que nos une. Una manera más de perder el tiempo y de encrespar los ánimos. Aquella canción que coreábamos: “el pueblo unido, jamás será vencido”, se ha quedado en agua de borrajas, merced a la intolerancia y la incapacidad de llegar a acuerdos por aquellos que hemos designado para esa misión. Aquellos que debían de mostrarnos el camino común, se empecinan en resaltar las diferencias irreconciliables y el desprecio absoluto por un proyecto común mediante un desesperado culto al “yo, mí, me, conmigo”. El que no está conmigo, está contra mí. Todo ello se manifiesta en un espectáculo bochornoso que presentamos ante el resto de las naciones, a las que intentamos meter en el ajo. Representa una clara apuesta por que seamos expulsados de todas esas sociedades internacionales a las que tanto trabajo nos ha costado acceder y a las que nos pasamos por el forro de los caprichos. Unos u otros tenemos líos con el Magreb, el conflicto palestino, media Sudamérica, el poder judicial, los campesinos, las comunidades históricas y las otras, los medios de comunicación de una cuerda o de la de enfrente, y ahora nos toca con el recién llegado presidente argentino. Para colmo nos hemos puesto tan exquisitos que nos vamos a cargar de un plumazo los toros, la caza, pesca y solo nos queda el excursionismo. Tan solo nos va a quedar la petanca, el mus y el futbol que también tiene dividida a España. ¿Dónde está la buena noticia? En las nuevas generaciones. Pasan por completo de estos líos. Hoy he comido con una veintena de familiares. He oído hablar de formación, de trabajo, de viajes culturales, de vivir y disfrutar la vida. Nada de descalificaciones, insultos, radicalismo y enfrentamientos. Espero mucho de los líderes de los años 30. Creo que nuestro país tiene mucho que aprender de esos matrimonios que perviven gracias al proyecto común. Este consiste en mirarse menos a la cara para descubrir y resaltar los defectos. Inteligentemente, y por el contrario, ponen la vista en un futuro en paz y sin promesas que sabemos que no van a poder cumplir. En vivir el día a día mirando hacia delante. Ojala pongamos un poco de cordura en este maremágnum. Si todos nos tenemos que tomar cinco días de reflexión… nos los tomamos. Pero salgamos con algo más positivo.
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