Nos levantamos cada mañana, esperando y temiendo, que hoy, o en esta semana, algún personaje/persona de la política o de sus aledaños inventen un nuevo insulto contra alguien.
A uno, le viene a la memoria constante y diaria aquellos tiempos del pasado. Que después terminaron como el Rosario de la Aurora. Hasta la saciedad hemos indicado, en palabras y en el lenguaje oral natural, en el diálogo con otros como yo, otros del pueblo. Pero también, en estos modestos artículos que como pequeños pañuelos de tapices de colores intentamos crear y criar paz y sosiego y razón. Hasta la saciedad hemos indicado que se expongan datos, argumentos, razones, conceptos, ideas con respeto, con respeto a las posiciones del otro, con respeto a las posiciones ideológicas del otro, con respeto a las otras personas.
Todos en la vida normal y rutinaria nos exaltamos, y, quizás, diciendo una verdad como una tonelada de montaña de hierro con granito, lo indicamos de forma no correcta, quizás, porque estamos cansados de tanta manipulación y mentira y engaño de unos y de otros, también del pueblo con el pueblo. Pero esto no se puede producir en los órganos y entidades del gobierno del Estado, en ninguna de sus maneras y de sus formas. Ni realizar gestos en esos hemiciclos que son los templos profanos y casi sagrados del pueblo. No se puede indicar en las entrevistas y declaraciones y sermones y artículos…
Ni siquiera pueden hacerlo los que redactan textos en páginas de papel electrónicas, es decir, los periodistas y columnistas, ni en radio, ni televisión, ni Internet, ni en Webs, ni en ningún lugar. Tenemos que bajar la temperatura de la realidad sociopolítica. De ahí, que no se puedan insultar…
He estado leyendo y releyendo un artículo, que no mencionaré ni el articulista, viejo maestro de este arte, ni el artículo en concreto, ni el título, ni a quién se refiere. Que cita, que hacia 1992 un ministro del Reino de España, insultó según el columnista al periodismo y a los periodistas. No podemos aceptar que el insulto se apropie de las calles, de las aceras del pueblo y de los pueblos, pero tampoco de los hemiciclos casi sagrados de la representación política, y, de todos sus aledaños, sean nacionales, regionales, locales… Cansado estamos de tanta enervación, cansados de temer que esto se eleve. Cansados estamos de las personas, entre las que me encuentro, que siempre hemos buscado la paz social, la paz entre colectivos y pueblos e individuos, cansados de que unos y otros te engañen y te manipulen, en la calle, en cualquier lugar, en cualquier tema, en cualquier aspecto…
No sé, no lo sé, dónde puede terminar esto, si todos los individuos de esta sociedad y Estado, si todos los colectivos y grupos no reducen su dialéctica de la negatividad, -qué bien quedan los términos cuándo deseo elevar los conceptos, porque algunos piensan, porque escribo a lo llano, no sé términos de distintas ramas del saber, aunque solo utilice las ideas y no los términos y vocablos-, ya que la filosofía debe hablar como el pueblo en la plazuela, imitando la metáfora del viejo maestro Ortega. No sé dónde puede terminar esto, si todos los poderes e ideologías existentes en esta sociedad y en este Estado no rebajan sus términos y vocablos y palabras. El contenido y la forma. Te encuentras en al calle, tantas personas enervadas por cualquier cosa o nimiedad. Esta es la realidad. Te encuentras en la calle, cualquier puente o fin de semana, millones de personas como hormigas del termitero, cifras como jamás se han producido. Es como si la población en su inconsciente pensasen o piensan que puede pasar algo no-bueno, y, aprovechan para olvidar y para pensar que el cielo no se va a caer bajo sus cabezas, que dicen era el temor de los celtas, y, que Asterix ha recogido esta idea de las metafísicas celtas, según indican los expertos…
Tanta enervación existe, que tú, que siempre has estado en los suaves modales y suaves palabras, en los alejamientos de polémicas, que tú, a veces, te ves llevado por esas olas y oleadas… Tanta enervación, que se va ampliando en el horizonte, que las redes sociales, que es algo intermedio entre el lenguaje del pueblo y el lenguaje de los poderes, se ve rellenas de improperios por alguna realidad. Si alguien es de la ideología equis debemos aceptar y respetarle, y, si otro alguien es de la ideología zeta, debemos aceptar su forma de pensar. No estamos acaso en un mundo de la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión, de publicación. Pues respetemos la libertad de conciencia del otro, al menos, en opiniones e ideas, dentro del margo de la legalidad y de la moralidad.
Tanta enervación existe, que personas como yo que redactamos artículos de opinión, como no entramos en esas luchas dialécticas, no ascendemos en la escalera del periodismo de opinión, ni en lectores, ni en audiencia, ni en contratos de cabeceras nacionales, porque nosotros no servimos a la corriente del mar que existe hoy. Que es, demasiadas veces, la constante crítica al otro. El otro parece y lo llamamos tonto e idiota e ingenuo y con maldad, el otro que es diferente en algunas ideas a las tuyas, el otro, no tiene derecho a tener ni siquiera una pequeña verdad, en todo está confundido y en todo está equivocado, en todo, lo hace con malos intereses y malos planteamientos… ¡Así, así no podemos seguir, si queremos la paz sociopolítica…!
Bien haría usted, si padece este mal, de analizar de dónde le viene tanta aversión al supuesto otro. Bien haría usted, en analizar sus heridas y sus traumas, qué origen tienen. Bien haría usted en pacificar su corazón, por el bien de usted y por el bien de todos.
Cansado estoy, temeroso estoy de que esta semana nos levantaremos otra vez, con un nuevo dislate, un nuevo insulto, un nuevo temor, una nueva preocupación sociopolítica. Paz y bien.
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