Hace unos días recibí de la editorial Anagrama el libro de Roberto Saviano titulado Los valientes están solos. Libro apasionante que he comenzado a devorar por la forma directa de contar una historia de coraje e integridad que terminó con los restos del juez Falcone volando por los aires a consecuencia del atentado perpetrado por la Cosa Nostra, al mando de ese tipo con cara de paleto bobo, Salvatore Totò Riina.
El caso es que, como si los astros planetarios se hubieran alineado, al poco tiempo, recibo un email en el que se indica que se ha otorgado el Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo 2024 a José Rubén Zamora.
Cierto es que, dado la época que vivimos, uno ya no cree en la verdad ni en la integridad, sobre todo periodística. Cansino llega a ser ver cada mañana a los periodistas costaleros de turno que, más que profesionales del periodismo, se han convertido en papagayos publicistas de las directrices ideológicas de los políticos de baja estofa que nos rodean.
Quiera o no quiera, uno termina por sucumbir al despropósito de esos tertulianos, youtubers, blogueros, periodistas digitales subvencionados que parecen altavoces distorsionados de la ideología que les llena la panza.
Leo con pena los artículos de Marga Zambrana en la revista Letras Libres sobre «necrológicas del periodismo», más que nada porque comparto perfectamente su enfoque y su resignación. Han enterrado a base de plagarías y lloreras en prime time los motivos nobles del periodismo. Principalmente ese de ser vigilante del poder, de los abusos que se puedan cometer desde las instituciones y los políticos que manejan a su antojo dichos organismos oficiales.
Sin embargo, ambos hechos coincidentes en el tiempo, la llegada de un libro escrito por el periodista italiano Roberto Saviano, donde se rinde tributo a un gran hombre; y la noticia de que José Rubén Zamora no ha caído en el olvido carcelario pretendido desde el gobierno guatemalteco, han hecho revivir en mí aquellas palabras de Borges donde decía que «el mundo se sostiene gracias, tan solo, a siete hombres justos».
Ambas circunstancias han hecho resucitar en mi conciencia ese romanticismo trasnochado, como una pequeña llama agonizante. Aún queda en el mundo de la literatura y el periodismo gente que promueve la ética y la integridad frente a la corrupción y esa apestosa cloaca que infecta todo lo que tiene que ver con la política.
Decía Ernesto Sábato que el gran poeta, «el gran escritor no demuestra nada como lo que pretende un filósofo. No demuestra una tesis, ni hace propaganda por un partido político o por una iglesia (…) Las grandes novelas no están destinadas a moralizar ni a edificar; no tienen como fin adormecer a la criatura humana y tranquilizarla en el seno de una iglesia o de un partido; por el contrario, son poemas destinados a despertar al hombre (…)». Sacar a la luz el áspero destello de la realidad.
Eso es precisamente lo que ha hecho José Rubén Zamora desde que comenzó su carrera periodística, primero en Siglo Veintiuno, y después en El Periódico. Y es, esa posición independiente y su denuncia frontal frente a la corrupción política lo que le ha generado numerosas enemistades poderosas y peligrosas. Más de veintisiete años de incansable denuncia frente al poder corrupto le han convertido en un referente del periodismo guatemalteco. Más de doscientas investigaciones periodísticas que han evidenciado el alarmante nivel de corrupción en Guatemala bajo el gobierno de Alejandro Giammattei. Columnas escritas con tono humorístico y satírico que han mantenido un riguroso compromiso con la verdad y la denuncia del abuso de poder. Hiriente y afiladas con desparpajo. Así hasta tocar a la Santa Inquisición, al Ministerio Público. Se tocó el nudo neurálgico del nuevo poder autoritario de Guatemala y eso desató las iras, la persecución y el acoso contra el buen periodismo.
Un día de julio, adormecido tras la comida y el calor, varios agentes de policía accedieron al interior de su casa por el tejado. Ni siquiera llamaron al timbre. Cuando se quiso dar cuenta ya tenía a todas las fuerzas represivas del Estado en el interior de su casa. Una operación orquestada por la Fiscal General de Guatemala, Consuelo Porras, y por el fiscal Rafael Curruchiche, un tipo que aparece inscrito en la lista Engel de EE.UU., como uno de tantos actores corruptos y antidemocráticos.
Ni que decir tiene que ese mismo día las oficinas de El Periódico también fueron allanadas. Los agentes secuestraron toda la información, los teléfonos móviles, los ordenadores, las bases de datos, los documentos, las agendas telefónicas y hasta el envoltorio de un chicle si fuera necesario.
El periódico tuvo que cerrar y José Rubén Zamora fue condenado a seis años de prisión porque así lo había decidido el Ministerio Público. Que miedo me da, en el interior de nuestras fronteras, esas palabras que lanzan, como globos sonda, los políticos sobre la creación de un Ministerio de la Verdad. ¿La verdad de quién?, se preguntaría Orwell.
Al albor de las circunstancias, pienso de nuevo en el título del libro de Roberto Saviano, Los valientes están solos. Y me queda el consuelo de que, aunque no sirva de mucho, la obtención del Reconocimiento a la Excelencia del Premio Gabo 2024 por parte de José Rubén Zamora, le sirva para creer, desde el interior de la cárcel, de momento, que no está tan solo.
Un liviano consuelo.
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