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Europa, ¿democracia absolutista desilustrada?

Queda poco para que se realicen las elecciones europeas, pero la campaña está pasando de puntillas, por mucho ruido que se haga. Quizás no quieren que despertemos a los verdaderos problemas
Luis Méndez Viñolas
martes, 4 de junio de 2024, 09:27 h (CET)

Hoy día no son pocos los que oyen hablar de democracia europea como quien oye llover. Ni los gobiernos, ni los parlamentos, ni los partidos políticos, ni la mayoría de los medios de comunicación, ni las academias, se esfuerzan para subsanar esta desidia yendo a sus causas y señalando todas las insuficiencias e irregularidades de un proyecto tan abstruso. Hubo un tiempo en que la palabra transparencia era muy importante. Sí, ajenamente interpretada. Aquí basta la suposición.


Queda poco para que se realicen las elecciones europeas, pero la campaña está pasando de puntillas, por mucho ruido que se haga. Quizás no quieren que despertemos a los verdaderos problemas. Es dudoso que el porcentaje de ciudadanos que sabe de qué va la cosa sea alto. Para no pocos unas elecciones generales sin efectos inmediatos. Es más, dudamos que se pueda saber con certeza. Realmente es una construcción extraña, atípica, que desde sus comienzos ha ido derivando. Un proyecto más churchilliano que degaulliano, o si se prefiere, más a la mentalidad anglosajona que a la continental.


De entrada, debería sorprender que un proyecto semejante se construya sin partidos de ámbito europeo. Para sustituirlos se recurre a unas coaliciones poco homogéneas, con unos programas variopintos y eventuales, que no aseguran (las coaliciones) su necesaria continuidad. Si hacemos referencia a la responsabilidad, esta se diluye en unas instituciones lejanas y blindadas. Porque ¿hay alguien responsable por el desmadre europeo actual? ¿Se puede responsabilizar al PP español de lo que haya hecho o dejado de hacer Von der Leyen? ¿Al PSOE de lo que diga o deje de decir Borrell, tan apegado al yo mayestático, de forma que parece que Europa es él?


¿Cómo plasmar un verdadero sentimiento europeo que es incapaz de articularse europeamente? ¿De qué legitimidad fluye ese espíritu? ¿Del Consejo Europeo, con encuentros tan pugnaces que sólo un “maestro” exterior logra disciplinar? ¿Es imaginable un gobierno español sin partidos nacionales, construido a partir de coaliciones locales, heterogéneas y sin unos vínculos entre sí que garanticen su continuidad? Siempre hemos pensado que España era pintoresca, pero de un tiempo aquí la Unión Europea nos está superando. Es más, últimamente encontramos más sensatez entre los países sureños que entre los hiperbóreos, que parece quieren regresar a los tiempos del hacha y de Thor.


Esto respecto a lo que creemos debería ser. Respecto a lo que es ¿hay certeza y fijeza en los candidatos presentados para ocupar la futura presidencia de la Comisión Europea? No, porque la futura presidencia de la Comisión no ha de salir forzosamente de entre los candidatos presentados. Es más, parece que no es obligado que tenga que figurar en alguna de las listas electorales. Este es posiblemente el caso del Partido Popular Europeo, que podría cambiar a Úrsula von der Leyen por Mario Draghi (hombre de los bancos, antiguo empleado de Goldman Sachs, gran privatizador de empresas públicas, flexibilizador del despido, y partidario de la reducción salarial de los funcionarios, lo que siempre lleva a generosas medidas de igualdad entre los demás trabajadores).


Para que conozcamos las promesas de estos candidatos inciertos, removibles, se ha realizado recientemente un debate organizado por la radiotelevisión de la UE (con sus propias reglas). En él sólo han participado cinco de los siete participantes. La exclusión de uno de ellos (de extrema derecha) se ha debido a que no ha presentado candidato presidenciable. ¿Es esta una razón válida? Creemos que no. Es restar información al auditorio, al electorado. Quizás esté garantizada su ausencia en la presidencia de la Comisión, pero no en el Parlamento Europeo. ¿Cómo no escuchar qué propone, sobre todo cuando algunos de sus miembros no son partidarios de la escalada bélica, como Matteo Salvini, viceministro del gobierno italiano por parte de La Liga. ¿Qué más prudente que escucharle? La cancelación nunca ha sido mejor que la información y argumentación. No se conseguirá combatirla con biombos, sino con políticas muy distintas a las que actualmente se hacen.


En fin, en el plató estuvieron Úrsula von der Leyen, del Partido Popular Europeo; Nicolás Schmit, candidato socialdemócrata; Sandro Gozi, liberal por Renovar Europa; Terry Reintke, por los Verdes; Walter Baier, por la Izquierda. La extrema derecha la conforman Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) e Identidad y Democracia (ID) (Salvini), que, como se ha dicho, no estuvieron en el debate.


Sobre esto también caben preguntas. ¿Cómo los ha designado cada coalición? No ha sido la decisión pública de un partido concreto. No es una cuestión baladí que se tomen decisiones tan discretamente. ¿Por qué tanto sigilo? ¿Ha penetrado fuera de Bruselas el eurotecnocratismo? Se responderá que es la voluntad de los distintos grupos. Para nosotros es la dilución de la democracia en un sistema que cada día se aleja más de la racionalidad. Estas cosas se hacen así porque no se presiona para que se hagan de otra forma. No hay mayor derrota que la batalla no dada. Los eurócratas han tomado carrerilla, sobre todo en este último año.


Parecerá una digresión desorientada, pero no lo es. Cuando se pone a la Grecia clásica como ejemplo de democracia (ejemplo ejemplar, valga la redundancia) se realiza una gran inexactitud de fondo. No creemos que sea un desliz histórico. Hay que tener en cuenta al contexto, se dirá justificativamente. Pero hablar de democracia, por muy clásica y antigua que sea, donde no participaban ni los no ciudadanos ni las mujeres, donde había esclavos, no es el mejor método didáctico. Será tanto como regar un árbol torcido esperando que se enderece sólo. Si consideramos democracia a aquello que excluía a la mayoría ¿quién nos asegura que en la actualidad no se promuevan modelos en los que indirectamente se excluya a la mayoría en beneficio de una élite política, y económica? No olvidemos que la fracasada Constitución europea hablaba de súbditos. Es evidente que en todas estas cuestiones interviene un componente cultural homogeneizador y hegemonizador sobre unas bases filosóficas deformadas. Seguir insistiendo en esas bases no es permanecer estáticos, es retroceder, que es lo que está pasando. Sorprende que en el concepto de democracia no intervenga como elemento fundamental el asunto de la desigualdad económica entre naciones y en individuos, sobre todo cuando existe eso que llaman puertas giratorias, ascensores y pasajes subterráneos. Se está consolidando una democracia de arriba abajo, donde poco a poco se va renunciando al concepto esencial de democracia en beneficio del de necesidad. Luego, si esta no es tal, el asunto quedará difuminado por tecnicismos ininteligibles. Una especie de absolutismo aparentemente benevolente donde el aspecto democrático consiste en ratificar lo impuesto.


Ahora tenemos unas elecciones en las que no se debaten pública, masiva, abiertamente las cuestiones fundamentales europeas. Las intervenciones de los representantes nacionales, al menos en España, es lamentable. Son una especie de batiburrillo entre campaña nacional y abstracciones inaplicadas. Entre esas ausencias en primer lugar si la guerra o la paz (¿qué dice Europa sobre Gaza? ¿Qué hace?); la agricultura, la ganadería (¿las de Holanda hacia Polonia?); una nueva distribución productiva de la que ya una vez salimos escaldados; la cuestión energética; la soberanía de cada país. Por cierto ¿qué hacemos hablando inglés si ya no es idioma oficial de ninguno de los países componentes de la UE?


La sensación que se percibe es que existe un proyecto europeo desconocido, en el que los países tienen una función subalterna, consistente en que sus poblaciones lo asimilen dócilmente. No se sabe cómo es el proyecto, pero sí se percibe que los intereses de la mayoría se van diluyendo en otra cosa. A cada paso legal que se da, la capacidad de las naciones para intervenir en la delineación del proyecto se debilita. El proyecto tiene un nombre fijo que justifica una construcción a trozos sin una perspectiva visible. No se sabe de dónde va bebiendo su legitimidad para construir lo que no sabemos qué es. ¿Con las naciones, convertidas en regiones se podrían volatizar nuestros derechos sociales? ¿Se podría pasar de 27 naciones a 54 regiones, por ejemplo? ¿Cuáles?


Sería lamentable que ese proyecto tuviera una función subalterna, y no propia. Que se pensara en él como un ariete ciego, ajeno a sus propios intereses. O similar a la de esos tanques inservibles, destinados a ser canibalizados. Que, más que algo a realizar, sea algo –principalmente sus naciones-, a disolver. Que se convierta en un trozo, un cacho, de globalización colgado en el vacío, en beneficio de unos mercados que existen según conveniencia de otras potencias. De momento, vemos que esa Europa no redistribuye la riqueza, que más que jardín, se va convirtiendo en una jungla más dentro de la jungla mundial. Que en vez de una producción para el propio bienestar, se va convirtiendo en campo de combates geoestratégicos ajenos a ella. Se habla de amenazas. Las hay, pero fundamentalmente dentro.


Ante esta situación ¿qué dicen los partidos? Dicen: “No sabemos nada, pero vótanos porque te queremos”, esto en multicolor.

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