Mucho se está comentando en los últimos tiempos sobre el excesivo movimiento epistolar (¡es que son dos cartas, dicen!) del analfabeto que habita en la Moncloa. Pues fíjese amigo lector, a mí me parecen pocas; claro que yo nací en 1935 y entonces era moneda tan corriente escribir que se hacía sin faltas de ortografía y con una sintaxis exquisita, extremos de los que adolecen las cartas de este romeo de pacotilla, escritas los días 25 de abril y 4 de junio.
Después de leerlas, pasando verdadera vergüenza, o “vergoña” para que rime, he sacado las peores impresiones.
Primera. Ambas cartas las dirige a la Ciudadanía, para evitar hacerlo “al pueblo español” que suena (para él) algo franquista; y, además, con el tratamiento de “usted”, cuando tendría que haber utilizado el “ustedes”, porque la palabra ciudadanía significa conjunto de ciudadanos.
Segunda. El marido de Begoña, vaya coña, aprovecha una reivindicación política para, de paso, y sin “reparar en gastos”, declararse “profundamente enamorado de su mujer”. Mala amalgama de insultos, fango y bulos con algo tan noble y bello como el verdadero cariño. ¿O es que también es mentira esa declaración de amor?
Tercera. Se ha tirado, vaya coña, unas vacaciones (¿con borgoña?) de 5 días faltando a sus obligaciones. Solo ha conseguido que el caudal de roña que le rodea se extienda por todas partes, hasta el punto de que su vicepresidenta nada bisoña, Yoli Diaz, reina de la carantoña y hasta el moño de ponzoña, nos mande a todos a la mierda. Deberán enseñarnos cómo se va a lugar tan familiar para ellos. Yo no lo haré, pues huyo de la carroña.
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