Hace unos días la Audiencia Nacional absolvió a Francisco Camps, antiguo Presidente del País Valencià, oficialmente Comunidad Valenciana, de los cargos de haber tenido algún tipo de intervención en los diversos negocios que, entre otros, la trama Gürtel llevó adelante en el País Valencià durante los ocho años en los que Camps presidió el Consell de la Generalitat Valenciana.
Camps heredó el despacho que había ocupado Eduardo Zaplana en el 2003 cuando éste se marcha a Madrid para ser Ministro, que es el lugar al que aspiraba desde que dejó la alcaldía de Benidorm, a la que llegó con modos de tahúr del Mississipi y el juego sucio de haber comprado el voto traicionero de una concejala del PSOE. La alcaldía de Benidorm fue el primer escalón para empezar una carrera política en unos tiempos en el que según confesión propia a su amigo Boro Palop, concejal en el Ayuntamiento de Valencia, necesitaba mucho dinero para comprarse un auto de dieciséis válvulas.
La manera de conseguir el dinero no le importaba, lo único que quería es que fuera fácil y de forma rápida. El final de esta larga escala de poder para Zaplana tal vez esté en el siguiente escalón que será, si algún juez no lo impide, el rellano de la escalera que le llevará a la cárcel de Picassent. Paco Camps, de momento, se ha salvado, como también se salvó M. Rajoy al que la policía patriótica española ha sido incapaz de encontrar. Una sentencia benévola de los togados de la Audiencia Nacional ha devuelto la sonrisa al rostro del antiguo Presidente valenciano. Ahora mismo, judicialmente, está libre de pena pero todos los trapicheos que sus subordinados hicieron amparándose en el paraguas de Gürtel están ahí. Su responsabilidad política, quiera o no quiera, no ha quedado extinta con la amigable sentencia de la Audiencia Nacional. El caso Gürtel está ahí, como los casos Nóos, donde quedó demostrado que también estaba implicada la familia Borbón, o el caso Cooperación, donde Rafael Blasco, Consejero con Camps, junto con otros desvió el dinero destinado a comprar viviendas por los afectados de los terremotos de Haití a adquirir pisos para los componentes de la trama, o el dinero desviado durante la visita del Papa con Cotino, una de sus manos derechas, como jefe de la citada trama delictiva. O aquellos trajes que le regaló Correa, “su amiguito del alma” al que negó conocer en varias ocasiones hasta que se hicieron públicas las amistosas conversaciones que tenían.
No, señor Camps, a usted le ha quedado una responsabilidad política de la que no se puede deshacer. Sus colegas del PP no quieren saber nada de usted, no han olvidado que para echarlo del sillón de Presidencia tuvieron que enviar de Madrid a Federico Trillo, otro que tal baila , a quien le costó horas y horas intentando hacerle dimitir hasta que ya de madrugada y en su casa usted cedió y dejó la Presidencia. En aquellos momentos sus conmilitones temían un escándalo porque eran conscientes de que usted estaba hundido en la basura de la corrupción hasta el cuello. Ahora en el PP la única que pide su regreso a la política es la Presidenta de Madrid, Isabel Ayuso, porque cree que si Feijóo acepta su regreso a ella le será más fácil deshacerse de él.
Y cada mañana cuando salga de casa, olvide vestirse por dentro con esa prepotencia que tanto le caracteriza. Ya no es nadie, ya no puede acallar a los periodistas, la televisión pública ya no es una herramienta de su propiedad, por cierto ahora su nombre es À Punt, aquel Canal 9 lo mataron y enterraron los suyos, el Partido Popular.
Hace unos días protagonizó un enfrentamiento con el periodista de la SER Bernardo Guzmán, lleno de soberbia y a gritos intentó hacerle callar, quiere hacer creer a la audiencia en su inocencia y la del PP, olvidando que decenas de altos cargos de los tiempos de su Presidencia han sido condenados y han pasado por Picassent, la cárcel valenciana en la que algunos periodistas con ironía decíamos que los delincuentes del PP, allí encerrados podían formar un grupo parlamentario entre rejas.
|