Amor, amor al prójimo, amor pasión, amor a los padres y a la familia; amor a la patria, amor a la tierra y al planeta, amor entre humanos y por la flora y la fauna, amor por esto y aquello. En definitiva, amor. El amor (y el desamor) se lleva bien con la poesía, el tango, la narrativa; con el arte en general, el psicoanálisis y la buena política.
Sin amor estamos fritos, diría mi abuela: vivir aislado, creyéndote el ombligo del mundo y victimizándote… no es buena idea. Claro que hay gente que confunde amor con ambición, amor con obsesiones, amor con ese afán de pulsión que hoy nos quieren hacer creer es a lo que se reduce la existencia. Puro goce (plus de goce) de quien te diseñó cómo vivir (o sobrevivir), porque con ello hace negocios y te impone hasta valores. Incluso quienes “consumen” literatura, música, etcétera creen amar el Arte, pero no lo aman: sustituyen el amor por un objeto cultural promovido (la cultura real/Real circula simbólicamente, no en nuestro imaginario…). Quién no lloró en el cine, se emocionó hasta las tripas durante una obra de teatro; recorrió páginas de novelas, relatos o poemarios sufriendo, a la espera de que esos dos en desgracia se encontraran por fin, o de que cuanto menos, no se suicidaran. Mientras hay vida, hay esperanza… y si a una no le va de maravillas en el amor, cuanto menos los personajes reparan, la ficción resarce su tragedia o mala fortuna. El cristianismo instaló su ideario en el amor al prójimo. Ama al prójimo como a ti mismo: Jesucristo se sacrificó por nosotros, los apóstoles dan testimonio de ello. Y Lutero se sublevó más tarde contra la corrupción de los papas e hipocresía (acudió al poder de los príncipes en ayuda y así, se salvó de la Inquisición e inspira al Norte). Sor Juana pensó y escribió, San Agustín nos legó su amor y Santo Tomás de Aquino, su filosofía. Transcurridos los siglos, algún lúcido cristiano, entre los que me encuentro, prefirió optar por el sintagma, “amor al próximo”. Las abstracciones pertenecen al ámbito de lo imaginario, diría Lacan, mejor dedicarse al amor Real/real aunque previamente tu buena conciencia pase siempre por lo simbólico. Por su parte, según creo haber leído bien acerca del judaísmo, el amor mismo es divino. Es decir, no necesitamos idealizar y buscar el amor por fuera de nosotros, sino que el ejercicio amoroso en sí mismo y hacia el Otro/otro sería un soplo de Dios (lo escribo en mayúsculas porque creo en Él, en Jesús y en el Espíritu Santo – hálito, pasaje -). Pero el amor en lo meramente imaginario es un amor narcisista. Sólo espejismo e ilusión: “eres mi media naranja”, “me completo en tu amor”, etcétera. Es la promesa imbécil de un imposible porque, transcurridos los años, venimos a advertir que amar a otro u otra es querer aquello que no puede darnos y viceversa, somos humanos. El amor es desencuentro, aunque la pasión de los primeros meses nos zambulla en el océano feliz de la oleada a nuestro entero favor. Si hojean el Seminario 20 de Lacan o leen su “Hablo a las paredes” (Paidós: Buenos Aires, 2012), advertirán que hablamos de un amor adolescente cuando nos referimos al amor/pulsión. Los objetos-a, que le son gratos a la pulsión mortífera, operan como un perfecto tapón a la falta: no me va bien en el trabajo, no puedo pagar ni las tarifas de los servicios que consumo pero “tengo su amor”… El goce amoroso (no, el amor) es un placer de imitación. Lo que justifica nuestra fascinación por el cine, la plástica, las instalaciones, la música y las lecturas. Viajar a tierras lejanas y playas paradisíacas, consumir lo que no se encuentra en casa… En “Aún”, del mencionado S. 20, Lacan va más allá de Freud y se zambulle en la época. No se confunda, era freudiano. Y no se confunda el lector tampoco de lo que vengo escribiendo: el arte, la literatura, la música, la cultura se hacen con amor y por amor. El tema es cuando “se consumen”, igual que las ideas políticas o la religión, como si fueran productos a deglutir y “ya-está”…
Por qué hablar en el Siglo XXI de profundidades, en medio de guerras regionales que provocan temor pues quizá se mundialicen, entre trastornos políticos y sociales generalizados, vidas planetarias que parecen valer dos pesos. Porque lo sencillo está a la vista, pero no se quiere ver: lo que natura non da, Salamanca non presta. Tampoco, los medios, la cultura, la ley, la ética, si no se encuentran incorporados legítimamente en nuestra propia subjetividad. Nadie te puede imponer lo que no querés. Y sin amor a nosotros mismos y al otro o a la otra más próximos (el amor no es endogámico, se propaga), pulsaremos muerte. La muerte forma parte de la vida, es cierto, pero debido a esta “restricción” (castración…) nacemos y morimos. El dilema es qué vamos a hacer durante el mientras tanto porque, sépanlo, querido jóvenes (y adultos-adolescentes), al amor no lo reemplaza un tique de avión, leer a Joyce aunque no lo comprendan del todo o les aburra, declamar sobre el Quijote, adoptar a “una mascota”; donar lo que te sobra.
Cito a Fellini. Célebre, su visión acerca del amor: “Una solución estética es también una solución. Mira si no la Cruz, cuánta vida fluye de ella”. (No formo parte de ninguna asociación religiosa, tampoco soy monja; creedora, más quizás que creyente, eso sí. Y me duele el mundo, como a muchos de ustedes, de vosotros, supongo). El amor continuará siendo un misterio. Por ello, humanos y humanas, les/os invito a ir a nuestras cosas.
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