Hay quien piensa aún que el de escritor es una cómoda profesión que se desarrolla entre libros y lecturas y frente a un ordenador donde van quedando plasmadas las vivencias y sensaciones del novelista. Y en cierta manera no se equivoca. Hay escritores, y muchos, cuyas novelas son adecuadamente cabales, diplomáticamente comedidas y políticamente correctas. Lo cual no desmerece la calidad literaria de las mismas. Sin embargo, hay otros novelistas que, aun sin quererlo, se han auto condenado a morir asesinados, fusilados o envenenados. Su único pecado escribir lo que verdaderamente sentían sin poner limitaciones a la libertad de expresión.
Esta circunstancia con la que juega un escritor que ha decidido ser fiel a su forma de pensar y de expresarse no está limitada por épocas ni por lugares geográficos, ya que en cualquier sitio del mundo y en cualquier momento del tiempo, el escritor irreverente puede verse condenado a muerte por los poderes fácticos que pueden ir desde el absolutismo hasta el fascismo, pasando por el cesarismo o el comunismo.
Los libros y sus respectivos escritores han sido perseguidos a lo largo de los años con la única intención de acallar las voces discordantes frente al poder establecido. Precisamente uno de los hobbies de los mandatarios totalitarios ha sido el de la quema de libros. Así, podemos recordar cómo ardían las novelas y ensayos en las plazas públicas de las ciudades alemanas después de llegar los nazis al poder. Libros trasladados en camiones y apilados para su destrucción por el simple hecho de considerar que en el interior de sus páginas se exponían ideas contrarias al nazismo. Ideas que tenían que ver con postulados marxistas, pacifistas, simples planteamientos de libertad frente al dirigismo del partido nacionalsocialista, o para más inri, por el mero hecho de ser un judío quien había escrito el libro.
Stalin, por su parte, no se quedó atrás en este empeño silenciador. La madrugada del 13 de agosto de 1952, trece de los más destacados poetas, escritores, músicos y actores de la Unión Soviética fueron ejecutados en secreto bajo las órdenes del dictador soviético en el sótano de la prisión de Lubyanka, Moscú. Suceso al que se le denominó La Noche de los Poetas Asesinados. Todo aquel que no aceptará como doctrina literaria las tesis del estalinismo debía ser aniquilado.
Otra razón, como la expuesta en El Quijote, es la de acabar con esos ejemplares de novelas de caballerías que, según el barbero y el cura, habían vuelto loco al hidalgo de tanto leer. No nos olvidemos de la quema de libros y de la censura durante la Guerra Civil y durante el Franquismo. Como tampoco del señalamiento y prohibición del libro de George Orwell, Rebelión en la granja por parte de la Unión Soviética, Corea del Norte o China. O la igualmente prohibida, en EE. UU., Las uvas de la ira de John Steinbeck, al hablar sobre la pobreza que asolaba América después de la Gran Depresión y el Crack del 29. Pero, quizá lo que a mí, por mi cercanía contemporánea, me ha llamado más la atención es la fatua emitida por el Ayatolá Jomeini sentenciando a muerte al escritor Salman Rushdie por la publicación de su libro Los versos satánicos.
He leído recientemente una entrevista con el autor de origen indio británico en la que, felizmente, se muestra recuperado del último intento de asesinato. Un fanático le asestó quince puñaladas mientras se desarrollaba una charla literaria en Nueva York el 12 de agosto de 2021. En la entrevista, realizada por Daniel Gascón, se dice que, después de ocho horas y media de cirugía, no era seguro que fuera a sobrevivir. Ni siquiera los médicos pensaban en su salvación. Pero quizá, lo que más me ha impactado de la publicación es la entereza del escritor para decirle al entrevistador que «si tienes el menor miedo en la cabeza, el temor a que algo vaya a resultar problemático, no eres libre. (…) Tienes que ser libre. No debes pensar en las consecuencias. Si tienes algo que escribir, lo escribes».
He de puntualizar que la entrevista se realiza con motivo de la publicación del último libro de Salman Rusdhie: Cuchillo. Meditaciones tras un intento de asesinato. No se puede ser más íntegro ni más fiel a las propias creencias. No se puede ser más aguerrido en favor de la libertad de expresión. Salman Rusdhie es un ejemplo para quienes amamos el privilegio de una literatura que nos hace ser libres aun a riesgo de nuestra propia vida.
Muchos han sido los escritores y pensadores que han caído en el camino por defender la integridad del hombre y los derechos humanos, esa palabra compuesta tan desacreditada. A la memoria, como una ráfaga rebelde, me acuden los textos de Marco Tulio Cicerón en las Filípicas o De Senectute. De la misma manera que mi memoria no olvida el lienzo de Francisco Maura y Montaner, donde se observa la cabeza cercenada de Cicerón, ofertada por el dictador Marco Antonio a su esposa Fulvia, como venganza a todos los textos que el pensador había escrito contra la tiranía del cónsul romano.
Silvio Frondizi, asesinado por la facción de ultraderecha de la Triple A argentina; Federico García Lorca, fusilado en el barranco de Víznar por las autoridades franquistas; José María Hinojosa fusilado junto a su hermano por un grupo de milicianos anarquistas y socialistas; Pasolini, atropellado varias veces con su propio coche; Bruno Schulz ejecutado por la Gestapo; Anna Politkóvskaya, autora del libro La Rusia de Putin: la vida en una democracia fallida, que fue encontrada muerta con varios balazos en su cuerpo en el ascensor del edificio donde vivía… Todos y cada uno de ellos han contribuido a engrandecer la literatura frente a la maldad personificada en distintos regímenes políticos o fanatismos religiosos. Todos han sufrido en sus carnes el miedo, el terror a ser asesinados en cualquier momento, pero ningún malvado les hizo enmudecer.
Anna Politkóvskaya meses antes de ser asesinada diría en una conferencia organizada por y para la libertad de prensa «la gente a veces paga con su vida por decir claramente lo que piensa».
«Tienes que ser libre. No debes pensar en las consecuencias. Si tienes algo que escribir, lo escribes», ha dicho Salman Rusdhie, el renacido.
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