Desde la Antigüedad la poesía se originó como comunicación con un más allá. Con esa certeza, el vate dialogaba con un ser con contorno semi humano que interpretaba las carencias de lo terrenal. Esta materia poética fue la base de una lucha infinita del hombre con la palabra, con una imposibilidad de plasmar en una estructura métrica el contenido del mundo.
Convengamos en que la mera transmisión volitiva de aquello que se quiere comunicar muchas veces no se corresponde con lo dicho, como enunciado final. Lucha entre la enunciación y enunciado teorizaría mucho más tarde en el complejo mundo contemporáneo, Émile Benveniste.
Debemos acordar, si estamos de acuerdo con las aseveraciones precedentes, en que la estructura poética nunca se alejó de un concepto beligerante. Cuando leemos Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo nos topamos con el mismo dilema irreductible; pero el poemario de Revagliatti presenta una resolución al combate entre lo dicho y lo no dicho: opta por la palabra, por la materia, por esa grafía impresa plena de sonido y silencio. Optar por la palabra es tomar partido por la presencia frente a la ausencia, por la colocación sintáctica libre frente a la rigidez de lo canónico.
En ese sentido, Rolando Revagliatti nos seduce de la misma manera que la combinación de colores provoca la composición poética. En Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo podemos encontrar una sagaz relectura de Macedonio Fernández y toda esa maquinaria que descompone la palabra para crear, unir y adosar “nuevos términos” unos a otros como si lo escrito se desplazara entre rieles.
No es casual que Rolando Revagliatti eligiera la metáfora de Un tranvía llamado Deseo de Tennessee Williams. Tampoco es arbitrario que la muerte sea tomada como ironía, como otro juego literario en el hecho de pensar que la muerte es quizá un artilugio para enfrentarla con el valor de El Quijote.
De todas formas, leer el poemario de Revagliatti es caer en su trampa: leer es refugiarse en lo escrito e intentar una sintaxis infinita, aquella que vuelva a poder comunicarnos con lo que nos aleja de lo inmediato. No es poco.
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Reseña de Guillermo Fernández
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“Ojalá que te pise un tranvía llamado Deseo”, Editorial Leviatán, Buenos Aires, junio 2024, 116 páginas.
La cultura de las artes no es para buscarse uno mismo, es para encontrar caminos dentro de la sociedad y el ser, y que se mejore, no es para empeorar o destruir, es para construir. No es vanidad de vanidades, son realidades imaginadas o meramente realidades.
Es una ladrona de hombres, que primero se fijan en mí, pero luego se van con ella. Yo después les veo, desde mi ventana, por la calle van, las manos cogidas, la mirada amable.
El libro de Eduardo Laporte conserva en sus páginas un olor húmedo a abeto y a haya. Un sonido de adoquines y rumor de hojarasca. Un sabor a chato de vino elaborado en bodegas benedictinas. Una mirada a la naturaleza y lo rural. Al apego de la tierra. Al esfuerzo en la labranza olvidada. Una mirada al alma de lo terrenal, con todos sus colores y contradicciones. Sin tanto maniqueísmo como el que ahora parece dogma a seguir.