A lo largo de la vida es inevitable que nos sucedan cosas que a veces nos gustan y otras no, pero de cada uno depende el gestionar aquellas situaciones que considera que le hacen más mal que bien. Podemos hundirnos, podemos sentirnos desdichados y sobre todo, podemos preguntarnos el motivo de por qué nos ha tocado a nosotros, pero eso no vale más que para autolesionarnos mentalmente.
Las cosas pasan y está bien tener un momento malo o una época incómoda, pero después hay que seguir adelante. Y ante esto, aprenderemos y tendremos una sensibilidad especial hacia aquellas personas que hayan sufrido las mismas situaciones que nosotros. Porque la vida va de entender al otro, va de utilizar la empatía siendo ésta más intensa en situaciones similares.
Existirán muchas personas que a la hora de hablar parecerá que nos entienden pero con sus actos, se verá que no eran más que palabras decoradas de un afecto efímero. Las palabras no valen de nada cuando no van acompañadas de hechos, de acciones que corroboren esos discursos.
Y es que nadie podrá entender al otro si no ha vivido la misma situación porque la intensidad de emociones que generan ciertas vivencias sólo son entendidas cuando se ha pasado por ahí. Situaciones como las de perder un hijo, a una pareja, una ruptura con los padres o hermanos, romper con todo para irse a vivir a otro país, haber sido embargado y que el banco se quede con tu casa, caer en alguna adicción, mendigar, experimentar un aborto voluntario o parir un hijo muerto, perder todos los ahorros por el juego, tener trastornos mentales, no encontrar trabajo, tener una relación abierta, ser madre soltera, tener hijos con varios padres, no poder ser madre, no querer casarse, tener cáncer o ELA… Todo eso son experiencias que en determinados círculos podemos decir que entendemos cómo se sienten pero la realidad es que ni por asomo, podremos entender las profundas sensaciones que las personas que han pasado por ahí, sienten.
No es lo mismo vivirlo que contarlo y es por eso, por lo que en la mayoría de las ocasiones, cuando nos pasa algo y queramos hablar, acudiremos a aquellas personas cercanas que sabemos que nos pueden escuchar mejor porque pasaron por algo parecido. Sólo el que ha pasado por eso, puede darnos el apoyo necesario y sobre todo, hacernos sentir plenos a la hora de sentirnos escuchados y entendidos porque no se trata sólo de mirar y asentir sino de conectar con la emoción.
Por eso, hoy en día, el auge de los psicólogos y psiquiatras ya que cada vez, son menos personas las que están dispuestas a parar su tiempo y a compartir experiencias desde un punto de vista humano. La pena es que para que alguien nos escuche necesitamos pagar porque de lo contrario, obviamente, no lo haría. Nos sentimos incomprendidos con los nuestros y no llegamos a conectar con aquellos que forman nuestro círculo más cercano porque hemos pasado a dejar a un lado las relaciones humanas de calidad con valores a experimentar sensaciones de placer y confort con ellos a través de actividades exprés. Porque ahora nos genera más satisfacción la propia experiencia de la actividad que el acompañamiento de la persona.
Es por todo esto, por lo que hay que saber diferenciar entre aquellos que dicen entendernos y aquellos que de verdad, han vivido lo mismo porque será con ellos con quién podamos desahogarnos. Y es que cuando hablas a alguien de algo y esa persona te aconseja o te apoya, se nota cuando lo hace con empatía por sus gestos, su cercanía, su mirada, su energía, pero cuando dicha empatía no existe, es que se nota aún más debido a la indiferencia, a las contestaciones secas y cortas, a la mirada enfocada a otro lado y a la falta de preguntas o de interés por el tema.
Así que seremos nosotros mismos, los que decidamos si queremos contar algo que nos aflige a según qué personas porque pudiera ser que nos sintamos aún más perdidos ante la incomprensión de muchos de los que nos rodean, porque sólo cuando llevamos los mismos zapatos que otros sabemos cómo se pueden sentir.
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