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Cuando los pasadizos de la vida dejan de ser secretos

Reseña literaria del libro de Elsa Drucaroff
Paula Winkler
lunes, 22 de julio de 2024, 08:53 h (CET)

“El pasadizo secreto”, de Elsa Drucaroff


Pasadizosdrucaroff


Elsa Drucaroff, profesora de Castellano, Literatura y Latín, crítica literaria; ensayista y doctora “summa cum laude” en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires, es narradora y premio Konex reciente en ensayo. Posee distinciones locales y en el extranjero y fue traducida a varios idiomas. El subtítulo de su último libro, publicado por la editorial Marea en Argentina (342 páginas) es: “Escenas de una autobiografía feminista”.                                                                                                                          

Se trata, en efecto, de un texto que trabaja el yo. Y lo hace desde un sistema cognitivo y de creencias feministas. “Creencias” porque el sentido de la existencia de Drucaroff no se reduce al Ser de los dispositivos racionales. Por el contrario, permea aquello que a muchas narradoras y profesionales se nos critica inadecuadamente: la (presunta) falta de “racional objetividad”. Copio página 43: “Señores que nos acusan de taradas, de ser poco permeables a la razón, ustedes que se creen amos de la lógica: ¿hay algo más irracional que creer que solo existe lo que se puede ver?” El porqué de esta cita radica en el certero motivo de muchas “teóricas” que no necesitamos abrevar en Umberto Eco para demostrar la estupidez de la lógica silogística, apartada de la realidad, tan cara a quienes consideran que toda especialidad posee su “ciudad prohibida”. Razonamos pues sabemos que hay variadas formas de hacerlo: pensamiento lateral, concreto y simbólico, pensamiento anclado en la hipermetaforización de la historia de las ideas que ya cuestionaba Diotima en la Grecia a.J.C. Por ello –insiste Elsa- las mujeres deberíamos aferrarnos al pensamiento (contiguo) de la metonimia, alejado de la abstracción que fomenta la repetición como loros en muchos claustros académicos considerados de excelencia.                    

                                                                                     

Los pasadizos de Drucaroff no se recorren con la rebeldía de los hippies ni la locura global de los hombres-lobos de hoy que matan por matar o producen daños irreparables por el odio. Tampoco, con los que banalizan la palabra, ese blablablá copión que circula a veces en las redes y en el negocio del entretenimiento. Jóvenes que piensan derribar las columnas instituidas por la cultura para salvar al planeta, abstenerse. En cambio, se trata de pensar en compañía, compartir, reflexionar, amar. Amar: ningún conocimiento tiene consistencia si no surge del cuerpo de la experiencia, de mucho trabajo intelectual y de ese soplo que es la energía de la mente.         

                           

Mediante un mestizaje literario nada “posmo” entre la novela y el ensayo, con astucia estilística en tanto la primera y la tercera persona, desdobladas, remiten a Elsa y a su alter-ego, asistimos a una mujer-protagonista que recorrió (y recorre) las callejas de su vida con la libertad que sólo una intelectual, activista y docente involucrada en las aulas como ella puede intentar liderar exitosamente. Se paga un precio, la libertad duele. Pero Drucaroff desemboca finalmente en avenidas abiertas conforme el conocimiento y atento a su experiencia durante el exilio en Italia.


Gracias a la generosidad de pensadoras de la talla de Luisa Muraro, Chiara Zamboni, Wanda Tommasi, de su asistencia a la Librería delle Donne, sus recorridos entre Milán y Bologna y visitas a Florencia y su cabeza, aquella Elsa es la autora de hoy: Drucaroff lee a Simone Weil, Julia Kristeva, a Judith Butler; a Lacan y a Freud; transita el materialismo histórico, la semiótica, se analiza y discute en bares, librerías, universidades y seminarios con la lucidez extrema de quien jamás considera los textos como intocables. Cuando cuenta sobre su experiencia analítica me recuerda al Friedrich Nietzsche de Sigmund Freud. Encuentro algo de Walter Benjamin en ella: vive, se despelleja, sufre, ¿qué otra cosa hacer si no cuando se asume la aventura del saber más allá de las “modas”? Y es la Elsa-mujer tras amores tormentosos y complejos: Gerardo primero y Fernando en Buenos Aires, luego; Alejandro Horowicz, el compañero amoroso y padre de su hijo. Y a través de ese viaje interno al pasado nos abre su presente y la posibilidad auténtica de pensar la vida cotidiana.                                                                                                                 

Con sus vicisitudes porteñas como docente respetada y querida en la Escuela Inmaculada de Castelar y la traición de supuestos humanistas (o humanistas de incoherencia conveniente durante la dictadura), debido a la barbarie de un consorcio que veía mal a una chica que vivía sola durante los ochenta, incluida su propia abuela, condescendiente con las maldades del portero; aguantando el desencanto del amor-pasión y la rigidez del Partido Comunista de sus padres… la llama votiva del saber, sobre todo del de Muraro, que la acerca al Espíritu Santo y al Dios-pasaje de las beguinas del siglo xi y de las mujeres, se puede colegir que su pensamiento en acción no desecha la magia de las creencias. Capaz de desmenuzar los hechos, en efecto, de desarticular y descentralizarlos, este libro es leal a la libertad en su forma más genuina. ¿Qué imaginar de un teórico incapaz de resolver los aspectos más nimios de la existencia? Para quienes la siguen, en la página 263 hay una referencia a “Otro logos”, el marco teórico de Elsa, amplificado en esta novela-ensayo hasta el detalle. También, encontrarán a Mary Poppins…                                                        

                                                                      

Drucaroff defiende el feminismo de la diferencia sobre la base de la autoridad (materna/ de quien cumpla el rol): no le es ajena la mediocridad de quienes, también feministas, se aferran al poder que sólo acepta perfiles fálicos impuestos. Es madre, y de su hijo dependerá una filiación sustentada en el respeto y el debate en lugar de esas en las que predomina la identificación inconsciente, tolerada hipócrita y parentalmente porque no produce enfrentamientos y se edifica merced a la paz familiar de los cementerios…                               

                                                                                   

La sabiduría de los pensadores recae en su habilidad para hacerse de nuevos conceptos, autónomos, prácticos; no, por esto menos racionales. La autorreflexión feminista requiere de conocimiento, autocrítica y valentía. Dejemos la reiteración a los copiones convencidos de que la única verdad es sistémica. La intención de Elsa se encuentra lejos de desplazar a los hombres. En todo caso, si ellos se deconstruyen, aprenderán a refundar sus caminos y a aunarse. De momento, los lectores y lectoras de “El pasadizo secreto” encontrarán páginas que no pretenden aleccionar, apenas dar cuenta (nada menos) de cómo deberíamos pensar y pensar-nos, todos y todas quienes creemos que pensamos: filosofía de (y en) la vida cotidiana. 

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