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Opinión
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Contaminación acústica

Cerca de nueve millones de personas en España soportan niveles de ruido superiores a los 65 decibelios recomendados por OMS
Conchi Basilio
viernes, 26 de julio de 2024, 11:45 h (CET)

La contaminación acústica en España es un tema relevante que afecta la calidad de vida y la salud de sus habitantes. La contaminación acústica se refiere a la presencia de ruidos o vibraciones en el entorno que causan molestias, riesgos o daños a las personas, sus actividades o el medio ambiente.


En España, este problema es especialmente preocupante y, según un estudio de la Unión Europea, el 25% de los ciudadanos europeos están expuestos a niveles de ”sonidos molestos”, pero en España este porcentaje se duplica, sobre todo en las ciudades densamente pobladas, las infraestructuras de transporte y la vida urbana contribuyen a esta exposición constante al ruido.


La contaminación acústica no solo afecta a la audición, también tiene consecuencias para el corazón, el cerebro y otros sistemas del cuerpo, a su vez puede aumentar el riesgo de enfermedades cardiovasculares, diabetes y trastornos respiratorios.


Las especies silvestres, tanto terrestres como marinas, también sufren los efectos del ruido ambiental, altera su comportamiento y reduce la calidad de los hábitats naturales.


Aunque el gobierno español ha tomado medidas con respecto a este problema, también se necesita una mayor concienciación individual y cambios de comportamiento, algo un tanto difícil para la mayoría de los turistas que llegan a nuestro país, donde la fama de fiesta nos precede, se juntan el ruido del tráfico, transportes como el avión o el tren, fuentes de ocio ruidosas, como conciertos o discotecas, cafeterías con música hasta altas horas de la noche etc.


En España, los niveles permitidos de ruido están regulados por la Ley 37/2003 del 17 de noviembre, que establece las competencias de los ayuntamientos para crear ordenanzas de ruido, aunque las normativas pueden variar según el municipio.


En la mayoría de los lugares se permite hacer ruido desde las 8 de la mañana hasta las 21 o 22 horas y durante este periodo de tiempo el límite de decibelios es de 35 durante el día y 30 al anochecer, del mismo modo que las obras en viviendas pueden realizarse de lunes a viernes en el mismo tramo horario y la maquinaria se puede utilizar hasta las 20 horas, algo que en algunas ocasiones se incumple, lo cual puede acarrear multas significativas.


Cerca de nueve millones de personas en España soportan niveles de ruido superiores a los 65 decibelios recomendados por OMS, en gran parte por los turistas, por lo menos una parte, que su comportamiento no es el más adecuado y algunas veces no solo causan ruido excesivo, también desperfectos, peleas y muchas más cosas, que normalmente en sus países de origen no se les permite, una actitud que se debería de cambiar de alguna forma, tal vez con alguna ley más restrictiva y más acorde a las circunstancias que todo ciudadano debería de acatar.

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Es propio de estas fechas hacer balance del año. Pero, entreviendo conclusiones poco gratas, opto por emprender una cavilación breve y escrita sobre la noción, más genérica, de cambio o transformación, ese “leitmotiv” recurrente del progresismo contemporáneo cuando medimos cualquier mutación en términos de avance social.

Cuando las jerigonzas se extienden en los ambientes modernos, las habladurías altisonantes no pasan de generar unas algarabías sin sentido. Los hechos repercuten en cada ciudadano, sin guardar relación con lo que se dice. Se consolida una distorsión de graves consecuencias, lejos de ser una rareza, se generaliza en la práctica diaria.

Como la lluvia fina que parece que no, pero cala hasta los huesos: el mensaje es claro, quieren que acabemos pensando que “lo que nos viene encima es irremediable”, que los recortes que van a dar en el Estado del bienestar de aquellos que todavía tienen la suerte de tener una nómina, son absolutamente necesarios.

 
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