“Cohousing” es una nueva palabra que bien seguro la normalizarán las diversas academias de la lengua. La palaba podría traducirse: Vivir en pequeñas comunidades. Según Kristen Ghodsee, quienes practican “Cohousing consiguen niveles más altos de felicidad porque sueñan en una manera diferente de vivir en donde se encuentra un índice más bajo de soledad no deseada”. Esta manera de vivir en pequeñas comunidades alejadas de los mastodónticos núcleos urbanos no es un descubrimiento hecho en el siglo XXI. Hace unos 2.500 años el filósofo griego Pitágoras fundó una pequeña comunidad en el sur de Italia en donde se agrupó un pequeño número de personas no satisfechas con la manera de vivir de los griegos. Se hicieron famosos los cristianos egipcios que abandonaron las grandes aglomeraciones urbanas para refugiarse en el desierto viviendo como ermitaños creyendo que podrían dejar atrás la corrupción moral que se daba en las grandes ciudades y así vivir santamente como exige la fe cristiana. Se equivocaron porque la corrupción que creían poder dejar atrás la llevaron consigo porque transportaban el pecado que es el germen de la corrupción moral. La creación de comunidades perfectas es inviable porque el ser humano no es perfecto.
Podemos entender la facilidad con que se transmite la corrupción moral si nos fijamos en una manzana. Aparentemente está sana. A los pocos días parece una mancha, se la tiene que sacar del cesto para que no contamine el resto de la fruta. Tenemos que dar gracias a Dios porque la mayoría de las personas no son grandes pecadores. Es cierto que en determinadas circunstancias se dan grandes muestras de solidaridad. En otras situaciones esta misma persona se comporta como pecadora que es.
En un principio todas las comunidades basadas en el “Cohousing”, eremitas o monásticas, dan la sensación de ser sanas. El principio de todas ellas es el bien común. Gozan de un alto nivel de felicidad. Más pronto o más tarde comienzan a manifestarse los frutos de la carne, enemistades, pleitos, celos, iras…Aquella comunidad que en un principio parecía estar tan unida empieza a cuartearse, desintegrarse. De ella solo queda el recuerdo envuelto en la neblina del tiempo. Los cristianos no tienen que huir del mundo (1 Corintios 5: 9, 10), sino vivir en él porque la luz que son en Cristo “en las tinieblas resplandece” (Juan 1: 5).
Dada la condición humana quienes practican el “Cohousing” van a encontrarse con un gran desengaño porque buscan la felicidad por un camino tramposo que les llevará a preguntarse qué tengo que hacer para ser feliz. Lo mismo tiene que hacer el resto de los mortales que viven inmersos en la confusión existente en el mundo. Mírese donde se mire, todo es problemático. Resuelves una dificultad y de debajo de las piedras aparecen dos de nuevas. ¿Qué tienen que hacer quienes viven en la jungla de la civilización para encontrar la felicidad que se les escurre como el agua de entre los dedos? Aprender a convivir con lo que hay. ¿Cómo hacerlo?
En ningún lugar de la Biblia se enseña que las personas tienen que refugiarse en algún lugar solitario para encontrar el gozo del Señor que es permanente. No depende de las circunstancias, sean favorables o adversas. La felicidad que buscan los hombres es un conjunto de situaciones agradables que dura lo que los momentos placenteros son vivos. Finalizado el momento de éxtasis el alma vuelve a sentirse vacía y atormentada. El placer momentáneo no es felicidad genuina.
La insatisfacción permanente que agobia a las personas se debe a que rechazan a Dios el Padre, que en su Hijo Jesús concede su paz que excede la comprensión humana. Los prejuicios son los que impiden que las personas disfruten del gozo permanente que el Padre da por la fe en su Hijo. El texto nos dice que Jesús encontró a Felipe y le dijo: “Sígueme”. El resultado del encuentro de Felipe con Jesús tuvo que ser algo exuberante. No pudo guardar en el buche el gozo que había hallado en Jesús, la Perla de gran precio. El texto sigue relatando: “Felipe encontró a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a Aquel de quien escribió Moisés en la Ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José de Nazaret. Natanael le dijo: ¿de Nazaret puede salir algo de bueno? Le dijo Felipe: Ven y ve” (Juan 1: 43-46). Una mujer que padecía una hemorragia persistente y que todo lo que tenía se lo había gastado en médicos, a hurtadillas tocó a Jesús. Automáticamente la hemorragia se secó. Jesús dirigiéndose a la mujer le dijo. “Ten confianza hija, tu fe te ha salvado, vete en paz” (Lucas 8: 43-48). Si el lector busca la felicidad con la persistencia como el minero busca oro sin encontrarlo, le pregunto. ¿Cuánto te has gastado en espectáculos, viajes, placeres, que no te han proporcionado la felicidad que buscas? Por fe toca a Jesús y automáticamente comenzarás a disfrutar el gozo que con tanto desespero buscas.
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