En principio las ferias se celebraban en días señalados para realizar las transacciones comerciales propias de un ambiente rural. Después se les unieron las fiestas lúdicas para festejar los buenos negocios. En el caso de la feria de Málaga, esta cumple con las condiciones estipuladas. Efectivamente se trata de un mercado de mayor importancia. Supongo que en sus inicios se centraría en la venta de productos de la comarca y el trato de semovientes. Ahora se vende alcohol en cantidad y alimentos de todo tipo, procedentes de todas las destilerías y cocinas de los alrededores y allende los mares. He leído en la prensa local que se han vendido a lo largo de esta semana 100.000 botellas de bebidas espirituosas, miles y miles de litros de cerveza, así como cajas y más cajas de vino del lugar, de Jerez, de Rioja, de la Ribera, etc. Un excelente culto al Dios Baco. La gente se lo ha pasado bien. Bueno, casi toda la gente. Salvo aquellos que, sin comerlo ni beberlo, se han visto involucrados en riñas, robos y toda suerte de peripecias propias de la aglomeración de personal de todo tipo. A donde no acuden todos con buenas intenciones. La buena noticia me la proporciona esa Málaga Solidaria, de la que llevo años hablando por todos los medios, que consigue trasladar al ferial a cientos de niños con dificultades de todo tipo, para ofrecerles, de una forma gratuita, la posibilidad de disfrutar de una excelente merienda y gozar de las atracciones feriales. Por otro lado, los mayores de los distritos malagueños, siguen celebrando cada noche su cena, baile y elección de los guapos y guapas” del año, en la caseta del Rengue, que ha cogido el testigo de aquél inolvidable Oasis Juvenil. Luces y sombras de unos festejos que nos alejan a todos de la rutina diaria, la vejez y la soledad. Aunque me parecen demasiados litros de alcohol.
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