La palabra “arte” proviene del latín “ars” (en griego τέχνη, téchne, técnica: herramienta aplicada a las disciplinas del saber hacer). Por extensión, el término se utilizó para referirse a los destacados saberes de la cultura como la plástica, la música, la ópera, la dramaturgia y coreografía, la arquitectura; la danza, la poesía, el canto, el diseño no industrial; la fotografía, el cine, etcétera. Lingüísticamente se ha dado en distinguir “letras” y “literatura” de “arte”, aunque a ciencia cierta, la obra literaria y poética (ciertas crónicas, incluido el ensayo) constituyen también un saber hacer de excelencia (saber escribir, trascender). El goce de una obra de Cervantes y de un cuadro de Caravaggio, un diseño de alta costura ocupan análoga posición a la que provoca la lectura de una magnífica novela negra; Alexander Ekman, el coreógrafo sueco de “Hammer”, entre otras puestas en escena, y Jorge Luis Borges en “Ficciones”, “El Aleph” hacen pulsar vida por igual. No hay jerarquías, el arte es democrático, sobre todo desde el punto de vista de la recepción, siempre y cuando quien lo goza se encuentre habilitado por el deseo.
A partir de ahora cuando me refiera al “arte”, lo haré, pues, en relación a todas las formas estéticas y literarias. Me aclaro: el cómic, la ilustración de un texto escrito, hasta una buena publicidad gráfica o audiovisual, son textos artísticos. (Requerirían un nuevo espacio el feísmo, el anti – arte, la anti- poesía, el dadaísmo, etcétera. De momento, continúo con el arte). La masificación no es importante, y el texto puede ser un anónimo como el Cantar del Mio Cid, o debido a que el autor actúa con seudónimo o despista según cada género que aborda; tener pocas vistas o lecturas, exponer en galerías pequeñas y tal. Se trata tan solo (nada menos) de hacer las cosas bien porque el arte tiene reglas que se pueden transgredir pero antes hay que conocerlas (Salvador Dalí pintaba como los clásicos antes del surrealismo). Técnicas, todas, que cohesionan la obra y provocan emoción, avanzando, empero, más allá de su mera instrumentalidad: los textos artísticos provocan un “durchschauen” (un mirar-a-través-de) la obra y su época, contribuyendo a facilitarnos la vida pues disminuyen el malestar que provocan siempre la civilización y el caótico devenir.
Ora en su lenguaje de producción ora en su mensaje, abierto, cerrado (o no-mensaje), la obra se debe a la condición universal humana (y problemática) del artista, pero dentro de su contingencia, éste innova, embelese, provoca. ¿Quién no oyó alguna vez comentarios desalentadores sobre el arte?: “Mejor dedicate a una disciplina de matrícula pues existe control en su ejercicio, y así, te vas a prestigiar”... Como si fuera sencillo convertirse en un avezado escritor, un dibujante de excelencia; un músico, vestuarista, un diseñador o dramaturgo aclamados… Los más seguros de sí mismos (tal vez por inadvertir su estupidez) atacan con la célebre pregunta: ¿para qué “sirve” el arte? Y no “sirve” para nada, en efecto; en esto radica su grandeza. Las disciplinas artísticas no son saberes de resultado (como el derecho, la economía, las ciencias médicas, el diseño industrial o el masivo de prendas u objetos, etcétera). Si Marcel Duchamp transformó un objeto de uso cotidiano en arte, es porque transgredió su función regular modificándola en otra distinta, de crítica (conceptual): por caso, al arte “bello”. Sin embargo, no porque el arte deja librado a su autor al amplio campo de la creatividad, lo exime de la necesidad de colectar el medio expresivo según el texto y la ocasión para llegar, liviano, a la recepción definitiva de su obra. El arte no repite discurso. El texto profesional semantizado correctamente puede amplificar una argumentación inicial. El artístico, sin embargo, sustentado en su técnica y estilo, debe inventar, sorprender, cautivar… y muestra verdad, refiere a su tiempo, mucho más que las ciencias duras o las ciencias blandas. Si el arte imita, lo hace con ironía, invierte el sentido o, incluso, expresa al máximo el popular vigente para controvertir o superar otro relato, como por ejemplo el hiperrealismo si se lo compara con el impresionismo o cuando parodia lo Real.
El mensaje necesita ser recibido dentro del ámbito de la comunicación y del arte. De no ser así, no habría obra (ni mensaje): uno existe merced al otro. Aún el autor más escéptico no concibe desplegar su “téchne” sino para que esta sea apreciada por los demás. De modo que el artista no evita la semántica (contenidos designados socialmente); la sintáctica (relación entre los signos que designan) ni la pragmática (relación entre los signos y sus interpretantes). Pero el arte no es (sólo) signo. Un ejemplo: Robert Rauschenberg en “White”, el plástico americano con influencia de la Bauhaus expuso durante los años setenta en Chicago paneles sin color... arte conceptual que desafía el contenido semiótico del silencio. (Se agrega imagen).
Al decir de Umberto Eco (en “Los límites de la interpretación”, 1979), la literatura tampoco puede reducirse al binomio autor-lector, en tanto a partir del siglo pasado conviven el narratario, el sujeto de la enunciación enunciada, el autor-textual, el metanarrador; ni qué hablar del editor, del crítico, del traductor, etcétera. La recepción de la obra artística, pues, es un acto complejo que forma parte de la historia de la cultura, aunque sea contemporánea a su tiempo, espacio y contexto. Y la obra, cuando es deconstruída, interpretada, se reescribe siempre.
Durante la coronación en Reims (1664) de Luis XIV, hasta la muerte de Luis XV, en Francia la plástica, la escultura y la arquitectura acusan importantes transformaciones. Asimismo, es superado el barroco italiano. Prueba de ello, el castillo de Blois, el posterior nacimiento del clasicismo francés, etcétera. Pese a las conocidas expresiones políticas “El Estado soy yo” y “Después de mí, el diluvio”, el arte ha contribuido a que los ciudadanos de a pie disminuyéramos nuestro malestar en la cultura.
Vuelvo ahora al título de mi nota: “Para qué “sirve” el arte”. Y agrego: ¿”Servirá” la cultura para “algo”? Si, por caso, algún lector no advirtió mi ironía en estas preguntas, le invito a que vuelva a la metáfora, últimamente olvidada... A que ame la vida, celebre y proteja a sus artistas. La existencia no se resume a los viajes singulares del yo. Convivimos… Y por ello, el arte nos mejora.
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