Descubro, leyendo la prensa digital, alguna referencia al “modo de vida liberal”, inscrita en la disputa política sobre la inmigración en Europa y, asimismo, relacionada con la valoración de algunos actos violentos y luctuosos que afectan al debate migratorio. En realidad, eso que así se denomina, modo de vida liberal, se encuentra en riesgo de extinción, o tal vez ya está extinguido sin que lo advirtamos. No se relaciona ello, creo yo, con hechos concretos, deplorables y exógenos, sino más bien con una tendencia persistente a la inmolación conceptual y fáctica ejercida desde dentro. Pensando en ello, traigo a colación a Ayn Rand, mujer brillante y visionaria, que fue una empoderada “avant la lettre”. Publicó “La Rebelión del Atlas” (1957), en cuyas más de mil páginas parece haber vislumbrado nuestro presente. Casi desasosiega, por ello, su lectura.
Entre las frases que nos dejó, voy a destacar dos. En la primera, se responde con claridad poco común a una pregunta primordial: “¿Cuál es el principio básico, el esencial, el crucial, que diferencia libertad de esclavitud? Es el principio de acción voluntaria frente a la coerción física u obligatoriedad.” Deberían leerla, interiorizarla y volver a leerla varias veces los liberticidas de hoy. La voluntariedad, como posibilidad de elección, se encuentra en retroceso. Cada vez son menos los escenarios en los que se puede elegir y cada vez se ve con mejores ojos la imposición, desde el poder, de obligaciones o prohibiciones, lo que nos sitúa cercanos a alcanzar aquello que se atribuye a cierto sistema político del que se suele afirmar que, en el mismo, lo que no es obligatorio está prohibido. Y siempre por nuestro bien, pretendiendo acabar, por poner un ejemplo actual, con el anonimato en ciertos foros para garantizar el bien común y combatir el odio; eso dicen. Comparto la aseveración de Ayn Rand y considero que, a medida que perdemos voluntariedad, nos vamos acercando a la esclavitud.
Afirma nuestra autora, en la segunda de las sentencias que aquí traigo: “Cuando el bien común de una sociedad es considerado como algo aparte y superior al bien individual de sus miembros quiere decir que el bien de algunos hombres tiene prioridad sobre el bien de otros hombres, aquellos consignados en el estatus de animales sacrificados”. Se refiere, creo yo, a la concepción del todo como algo superior a la suma de las partes, siguiendo la perspectiva holística iniciada por Aristóteles. Si bien esa perspectiva puede resultar útil desde el punto de vista conceptual, en muchos aspectos también puede derivar en algo peligroso cuando lo aplicamos a las sociedades, pues nos lleva a considerar que la nación, la clase, la raza, el sexo o el género, por citar algunos ejemplos muy relevantes, son más que los individuos que los integran, lo que conduce a visiones totalitarias del bien común. Lo que Rand rechazaba con fuerza es el colectivismo, cada vez más vivo. Y en el colectivismo nuestra identidad depende de la del grupo. Ahí está el peligro para eso que se denomina modo de vida liberal. La cuestión socioeconómica (siempre pensamos en colectivización de los medios de producción) es solo un aspecto de ello, pues también rebosan colectivismo la mayoría de los nacionalismos, el racismo y gran parte de los ismos que pueblan nuestro pensamiento. Se trata de anular la libertad individual en beneficio de un supuesto bien común.
Escribió Benito Mussolini, en “La doctrina del fascismo” (1932): “Siendo antiindividualista, el sistema de vida fascista pone de relieve la importancia del Estado y reconoce al individuo sólo en la medida en que sus intereses coinciden con los del Estado. Se opone al liberalismo clásico que surgió como reacción al absolutismo y agotó su función histórica cuando el Estado se convirtió en la expresión de la conciencia y la voluntad del pueblo. El liberalismo negó al Estado en nombre del individuo; el fascismo reafirma los derechos del Estado como la expresión de la verdadera esencia de lo individual”.
Podría firmar el texto cualquier colectivista de hoy. Si sustituimos “fascista” / “fascismo” por “solidario” o “socialista”, lo rubricarían en el presente muchos de los que se autodenominan “progresistas”. El párrafo de Mussolini nos muestra que la gran línea de división no se traza entre democracia y fascismo, sino entre libertad individual y colectivismo, entendiendo que el segundo deriva siempre hacia lo totalitario. Busquemos por ese lado y tal vez encontremos un camino.
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